Mentira y simpatía
Raúl Acosta
Si un funcionario dice que gastó cinco y el gasto fue de once (pesos o carbónicos, no importa) el funcionario miente.
Si sonríe y conquista el perdón será un mentiroso simpático. No cambia la sustancia: mentiroso. Muy simpático. La mentira persiste.
Con los años los mentirosos suelen creerse sus mentiras. Tardan, pero se convierten en enfermos. La falsedad crea hábito. No hay dudas: la mentira es un vicio. Provoca adicción.
La lisonja a un poderoso también es mentira. Hay que dotarla de énfasis, empaque, un cierto aire doctoral y seriedad. El poderoso la creerá. La adulación es una mentira peligrosa.
Cuando el poderoso miente y el lisonjero lo potencia se arma una trama de patrañas, equívocos y confusiones que no es sana, es malsana.
Un médico que miente puede ocasionar problemas en la salud de sus pacientes. Un ingeniero falsario puede llevar a la tragedia con sus yerros en los cálculos del hormigón, el edificio se caerá. Un maestro que haga trampas en la enseñanza de la regla de tres simple entorpecerá el futuro y el magisterio será equívoco.
En estos casos, como en cualquier tipo de mentiras individuales, la trampa puede ocasionar trastornos a muchos, sin avanzar más allá de la confusión, el error, la tragedia. Periodisticamente serán noticia y hasta se podrá editorializar sobre la poca seriedad de los responsables de la mentira y advertir, además, sobre lo peligroso de los aduladores. El hecho que la verdad, asunto del que los griegos se ocuparon muchísimo, no tiene una sola mirada, ni es la misma según las cordenadas de tiempo y espacio, deja margen a la discusión.
En la discusión sobre la verdad se afianza la mentira y es valiosa la simpatía. Hasta que se llega a los funcionarios públicos. Nuestros empleados.
Cuando uno de nuestros empleados miente la simpatía, como disfraz, es doblemente peligrosa y la falsedad de los adulones un delito impagable.
A más alta jerarquía del empleado peor el costo de la mentira.
Recordemos que todas nuestras autoridades son nuestros empleados, mandan por nuestra delegación. La más terrible de las mentiras es la que se repite, se convierte en argumento de vida, de sobrevida y concluye siendo ejemplo para las listas de funcionarios sábanas que las replican con esta argumentación: ya lo hicieron antes, les fue bien mintiendo, sigamos el caminito.
El desastre de una sociedad se convierte en terminal cuando la mentira es la forma de diálogo en el grupo. La viejísima historia del pastorcito, el lobo que siempre estaba por llegar y los vecinos que no le creyeron cuando finalmente vino puede ser peor; en Argentina embellecemos esas fábulas. Aquí todos los vecinos insistimos en buscar el lobo. Ni ovejas quedan, de tanto discutir mentiras.
Los periodistas, relatores de la cotidianeidad, se ven en figurillas para narrar sin entrar en el caos. No hay deuda externa ni vencimientos costosos. Hay energía para tener y prestar. La inflación, como la censura, no existe.
Andan los aviones, los trenes, los colectivos y la medicina prepaga. Las escuelas son templos del saber. El esmog, una palabra rara. Los yankis han avanzado más que nosotros en cuestiones raciales porque hay un negro de candidato a presidente. Con Brasil somos complementarios. No es sencilla la narración de tanta mentira, que se denuncia periodisticamente, claro, pero que sigue lloviendo, como remedo de un Macondo muy berreta.
Y los números, ¡ay!, los números. Toda vez que se mencionan números son equivocados, son otros, son distintos. Las cifras oficiales vienen del cirílico o del cuneiforme. Quien traduce es un homo muy poco sapiens.
Los números de los más altos funcionarios públicos están contaminados, tienen el pecado original. Nacieron del árbol de la mentira. Son frutos venenosos. En todos los ejemplos mencionados la mentira no es piadosa. El funcionario político es un tremendo mentiroso. El adulador, el que aprueba, el que aplaude es un enemigo público. Con la mentira y la lisonja el futuro está seriamente comprometido. El futuro de todos.
Argentina fabrica mentiras a diario. A diario el futuro se desbarranca. No hay/hubo/habrá valijas entrando dinero de contrabando. Los que piensan distinto son enemigos y traidores. Hay un complot para derrocarnos. Estamos redistribuyendo la riqueza. El mañana es promisorio. Argentina es potencia. El que manda es uno solo y no otro. Ni dos. Todo lo que producen los demás es posible ganancia para mí, que no diré donde la gastaré. El Estado soy yo, me llamo Luis. Mis negocios particulares son honrados, aunque el poncho no aparezca.
El mensaje que baja a la población, al común, es que la mentira es posible, posible y aceptada. Que ya no hay problemas en mentir, mentir con descaro y alevosía. Que la adulación no cesa y da dividendos, puestos, viáticos. La mentira está en el porvenir. Definitivamente el mensaje es este: hay que mentir, es la forma de triunfar. En los últimos días el exceso de confianza, la modorra que viene después de tanta mentira como manjar ha llevado a una ampulosidad del fraude. No se puede decir que alguien, cualquiera, usted, yo, ella, no se arrepiente de nada de lo hecho, no se puede. Ni privada ni publicamente. Sencillamente porque no es así, los humanos no somos así. Los humanos somos falibles, es nuestra índole. Ni siquiera abusando de los dones, como la simpatía, se puede sostener la infalibilidad. Vamos, la ciencia es falible, es su reaseguro. El Dogma es indiscutible. Por más sonrisa que acompañe el delirio de la infalibilidad es eso: delirio. Lo agravan las fantasías colaterales. Elogios corales sobre tersuras, bellezas, y calidad militante. En algunos mentirosos este don, la simpatía, suele estar ausente. Nada mejor que un espejo, la soledad de un espejo para frenar el camino al abismo pero, ¡ay!, el asunto se complica. Allí aparece el adulador, el lisonjero, el que viendo el rictus amargo de la boca con las comisuras hacia abajo, la mucha pintura, el colágeno, las tinturas, la malévola tendencia a la infalibilidad, que ya es patológica, pone fingida firmeza y declara: cada día mas linda, mamita, estuviste fenómena, serás eterna en el alma de tu pueblo. Ya te comprenderán, ingratos. Hoy ganaste por goleada.
Los pobres crecen, el país se empantana, las oportunidades se alejan. El glamour y la fantasía van de la mano con la mentira y la simpatía. Simple cuestión de fotoshop, de revistas del corazón.
El país no, no se arregla de ese modo. La mentira y la simpatía (ausente) son el peor programa.
9 de agosto, Diario " La Capital "; Rosario
domingo, 10 de agosto de 2008
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