martes, 5 de agosto de 2008

RENKORES

PERONISMO Y PODER III: Duhalde desde Cafiero hasta Menem y Kirchner. Parte A, por el Redactor Estrella,
Oberdán Rocamora
especial para JorgeAsísDigital

Uno.- 1987. Cafiero, Duhalde
A través de los rencores de Duhalde pueden interpretarse los últimos veinte años de la historia política argentina. Se explica además la involución del peronismo. Desde Cafiero hasta Kirchner. Con escala de una década en Menem y escala técnica en el propio Duhalde.

1987 fue el año sustancial de la liquidación del alfonsinismo.
La debacle comenzó con los nostálgicos corchos de Semana Santa. Se agudizó con la elección de gobernadores, de octubre de 1987. Meros precedentes de la desastrosa culminación económica del Plan Austral.
Cafiero era aquel mascarón del peronismo que se renovaba, a través de los códigos democráticamente participativos que recitaban los alfonsinistas.
Presentable peronista de San isidro, Cafiero le ganaba a Casella, el radical producido de Avellaneda. Como candidato a diputado por el justicialismo, iba, en primer lugar, hasta septiembre, un promisorio intendente de Lomas de Zamora. Eduardo Duhalde, baluarte de la Tercera Sección Electoral. 46 años. En materia de medios solía asesorarlo el incomparable Antonio Morere, el periodista que solía reinventar cotidianamente el peronismo.
Pero los carapálidas de la cafieradora lo convencieron a Cafiero que Duhalde, al que ya llamaban El Cabezón, como cabeza de lista, era demasiado frágil.
Por lo tanto, Cafiero no tuvo peor idea que hacerles caso. Ni mayor reparo en desplazarlo a Duhalde hacia el segundo lugar de la lista. Lo suplantó por un estadista socialmente más presentable que el propio Cafiero. Por don Italo Luder. Un jurista que portaba el prestigio que al Cabezón de Lomas, entonces, le faltaba.
Duhalde debió bancarse, en nombre del conurbano, la humillación pública del desplazamiento. No sin antes reinsultarlo a Cafiero, según nuestras fuentes, durante una noche histórica, en compañía del legendario señor Bujía. Finalmente Duhalde aceptó el segundo lugar de la lista. Fue un agravio que signó el epílogo anticipado de la carrera del gobernador Cafiero. Quien se imaginaba con un destino presidencial.
En 1988, Duhalde abandonó, impulsado por sus pasiones básicas, el proyecto de Cafiero que promovían los carapálidas. Cafiero prefirió refugiarse entre el consuelo moral de aquellos muchachos probos, que representaban el Trío Melodías de la Renovación. Lo componían Carlos Grosso, el porteño del Chaco. José Luis Manzano, la avanzada del próximamente copador Cartel de Mendoza. Y José Manuel De la Sota, el ascendente cordobés profesional. Junto a su aluvión de hijos sanguíneos, y una conjunción de hijitos políticos. Como el conde polaco Eduardo Amadeo, y Hernán Patiño Mayer, el Escribano que, por cuestiones culturales, escrituraría a su nombre la embajada en el Uruguay.
Entonces Duhalde salta en garrocha desde el cafierismo. A los efectos de adherir al enloquecido proyecto presidencial del caudillo popular que no podía, a través de su Federalismo y Liberación, entrar con fuerza en el impenetrable suburbio. Carlos Menem.
Conste que, en marzo de 1988, un día antes del lanzamiento de su campaña en el Hotel Elevage, Menem debía elegir a su compañero de fórmula. Debía optar entre Duhalde, de Lomas de Zamora, o Juan Carlos Rouselot, de Morón.

1988
En julio de 1988, por el ticket presidencial, se disputó la última gran interna nacional del peronismo. Entre Cafiero-De la Sota, por el peronismo aceptable. Y Menem-Duhalde, por la creatividad implícita en la barbarie. Fue una interna que, vista con la melancolía de la distancia, sólo podía perder Cafiero.
En realidad, Cafiero la había comenzado a perder cuando se le fue Duhalde. Con pucheritos, “humillado y ofendido”, como en la novela de Dostoievsky. Para cruzarse y armarle el suburbio que completaba la popularidad de Menem.
Pero definitivamente Cafiero perdió por el accionar emocional de los muchachos blancos y probos del trío Melodías. Ellos exigían análisis de sangre y diplomas de virtuosismo para ingresar a la plana mayor de la cafieradora. Sin embargo Cafiero perdió cuando permitió que también se le fueran, espantados por la sucesión de desaires, y atraídos por el carisma de Menem, los sindicalistas tampoco socialmente presentables y escasamente virtuosos. Los “camperas” que le proponían a Cafiero, para secundarlo en la fórmula, al santafesino José María Vernet. Otro resistido por la conjunción de probos.

A menos de dos años de aquella iniciática humillación que en 1987 le proporcionara Cafiero, ya Duhalde se alzaba, en 1989, con la vicepresidencia. En adelante, Duhalde debía construir los cimientos del próximo rencor que alimentaría nuestra miniserie.

Dos.- Menem-Duhalde
La humillación es un sentimiento. El rencor es una pasión.
La sensibilidad aquí intensifica el apasionamiento.
Menem, a Duhalde, no lo respetaba, ni lo soportaba. Por lo tanto, no podía imaginarlo siquiera como su posible continuador. Sobre todo porque, desde antes de asumir, Menem aspiraba a convertirse en el dilatado sucesor de sí mismo.
Primero Menem encara la tarea de sacárselo de encima a Duhalde. Para enviarlo, en 1991, con la estampilla de candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires. Con honorables cinco millones de dólares para la campaña. Y con la garantía de dos millones de dólares diarios. Como fondo de ayuda para el conurbano. Y con la zanahoria implícita de ser el candidato presidencial en 1995.
Pero Menem lo humillaba cotidianamente al gobernador Duhalde. Más, incluso, que al pobre Cafiero, que aún era el jefe del Partido Justicialista. Invariablemente, en las reuniones “cumbres” con Cafiero, a propósito, Menem se le dormía. Sobre todo si había testigos.
En cambio, las mediatizadas cumbres con Duhalde, Menem las solía organizar como si fueran memorables producciones deportivas. Por ejemplo como cuando fueron a pescar dorados en medio del Paraná. Cuando estaban en medio del río y Duhalde pretendía comenzar algún planteo, Menem acaso le decía:
“No hablés, Eduardo, que espantás a los dorados”.
Eran cumbres, en definitiva, donde predominaba el silencio que sólo los periodistas interpretaban.

En una de las máximas humillaciones lo invitaron a Duhalde para jugar al tenis. Pero lo reciben con la raqueta del Pacto de Olivos. Es Alfonsín quien pacta con Menem la cultura de la reelección. De manera que los cuatro años de gracia que consigue Carlitos, le salieron más caros al país que haberlo liberado a Menem de Duhalde.
Resulta llamativo que ningún analista se haya dado cuenta, en el 2008, del significado de la autocrítica de Menem. Pasó inadvertida. Fue cuando Chiche Gelblung le preguntó a Menem de que se arrepentía.
“De la Constitución del 94″, dijo Menem.

Tres.- 1995-99
Entre el 95 y el 99, Duhalde y Menem, a través de la irracional rivalidad, agudizan la faena de la destrucción funcional del peronismo.
Ayudado jurídicamente por De la Sota, Menem estimula la idea de quedarse. La re-reelección que tanto solía entusiasmar al actual senador Pichetto. Sin embargo es ahora Duhalde quien lo saca a Menem del escenario de la expectativa, con el mero amague de un referendum humillante en la provincia de Buenos Aires.
En el 99, desde el oficialismo, Duhalde hace campaña presidencial con argumentaciones en contra del modelo peronista de Menem. Quien, por supuesto, prefiere que lo suceda el radical De la Rúa. Y nunca Duhalde. Ya que lo estima a De la Rúa más conveniente para volver, en el diseño de su proyecto, en el 2003. No obstante, es durante la presidencia progresista de De la Rúa que Menem va preso. Por su parte Duhalde, que perdió en el 99 con De la Rúa, misteriosamente lo sucede, pero después de aquellos demenciales interinatos parlamentarios que aluden a las programadas destrucciones del 2001, a tratarse en otra entrega de la teórica miniserie.
A los efectos académicos de esta historia, sirve destacar que Duhalde, desde la presidencia, ejercitó la sublime estética del rencor para impedir que Menem pudiera, triunfalmente, regresar a la presidencia en el 2003.
Probó Duhalde obstaculizar el paso de Menem con las vacilaciones tradicionales de Reutemann. Después con el estancamiento de De la Sota, y a medida que descendían sus pretensiones llegó hasta a pensar en Felipe Solá. Y hasta, según nuestras fuentes, en el destino manifiesto de Mauricio Macri. Para taponarlo, en su descenso ambicional, a Menem, con Kirchner. Un patagónico que aportaba el mérito de ser un desconocido.
Duhalde lograba el objetivo de terminar con Menem. Para comenzar la epopeya del flamante rencor, a tratarse en próximas clases.

Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital

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