martes, 21 de septiembre de 2010
CAMINO DE SERVIDUMBRE
Hayek lo definió como un esquema donde mano de obra esclava extorsionada desde el Estado mantiene una casta de parásitos. ¿Algún parecido con la realidad argentina?
Por Carlos Mira
Luego de unos días fuera del país y con la capacidad que tiene el ser humano para acostumbrarse al orden, a lo bueno, a la paz, a la tranquilidad de una sociedad segura, el regreso a Buenos Aires parece aun más contrastante. La perspectiva de la distancia le hace dar cuenta a uno de las simplezas que hemos ido perdiendo los argentinos; cuestiones para nada pretensiosas ni indicativas de lujo alguno, sino simples normalidades que el mundo civilizado da por descontadas. El vivir ensimismados y corriendo de un lado a otro para pagar las cuentas nos ha hecho perder de vista las simplezas que hemos perdido. La corrosión cotidiana nos ha hecho acostumbrar a tomar lo anormal como normal.
Entre esas simplezas ubicamos, sin dudas, al hecho de trasladarse más o menos dentro de un orden normal del lugar “A” al lugar “B” sin que semejante habitualidad signifique nada espectacular, sino un simple movimiento razonablemente fluido que al cabo de unos minutos de viaje nos deposite en el sitio que queríamos alcanzar. Semejante estupidez se ha convertido en una quimera en la Argentina de hoy. El espacio público de circulación normal se ha transformado en un escenario de batallas ridículas, decadentes, de pantomimas cotidianas que toman al ciudadano trabajador como rehén.
Todas esas personas apresadas contra su voluntad en bloqueos que anulan su movilidad y su capacidad de trabajo son precisamente los ciudadanos que con su esfuerzo, su trabajo, su creatividad y sus impuestos bancan y alimentan a los que los agreden con palos, con amenazas, con caras cubiertas con trapos, con violencia.
El Gobierno, el árbitro supuestamente civilizado que debería poner en orden estas disputas y fallar a favor de quien solo quiere trabajar, está, en cambio, notoriamente a favor de los violentos, de los que usan la fuerza, de los que no trabajan, de los parásitos que cobran planes, de los que aprietan, de los que tornan imposible la vida apacible.
Al mismo tiempo la cantinela oficial nos habla de tiempos de rutilante brillantez económica: nunca estuvimos mejor, dice el mensaje del Gobierno. Sin embargo, todos los santos días las ciudades del país se traban como un mecano engranado porque cientos de protestas reclaman mejores salarios, puestos de trabajo, mejores condiciones aquí y allá, subsidios, más planes, más gratuidad a cargo de otros. Cada día, el bancador de la fiesta debe soportar la presión de todas estas patotas callejeras que le impiden ir a producir para, paradójicamente, poder alimentarlas.
¿Dónde estará el brillo de nuestro nivel de vida (que aduce el Gobierno) si el disconformismo nos lleva a ocupar las calles todos los días con un reclamo nuevo? ¿O en realidad estaremos en presencia de “rompe paciencias” profesionales que urden estos mecanismos como una forma de tortura desgastante, cuya finalidad es el hartazgo y el fastidio social?
Definitivamente hay gente que trabaja de romperle la paciencia a la gente que trabaja. La pregunta (una vez que descubrimos que su trabajo consiste en impedir que la gente trabaje) es: ¿de qué viven? Trabajan de impedir trabajar, ¿pero de qué viven?
Y allí es donde aparece la complicidad del Gobierno que, en lugar de ponerse del lado de los que generan los recursos para que el país a duras penas aún se mueva, se pone del lado de los extorsionadores y de los parásitos. Su plan consiste en crear una masa enorme de reclamadores que entronice al Estado como ariete de robo a la gente que produce. Se trata, en definitiva, de la creación de una nueva sociedad de servidumbre en donde un conjunto relativamente pequeño de esclavos trabaja bajo las órdenes del Estado para mantener y alimentar a una mayoría de vividores.
La pregunta del millón es saber si este plan, pensado por muchos antes y profundizado por Kirchner en los últimos 8 años, ha tenido finalmente éxito y el país de hoy se ha convertido mayoritariamente ya en una sociedad en donde una minoría productiva esclavizada por el Estado alimenta a una mayoría improductiva que reclama cada día más. Si este fuera, el caso Kirchner puede ganar en 2011.
Los que producen -si bien en muchos casos con negocios concomitantes con el Gobierno (un contubernio histórico del país y con el que se debería terminar de una buena vez)- ya no aguantan las órdenes, el atropello, la extorsión, el apriete y la sensación de vivir en un cuartel al mando de un general, en lugar de vivir en una sociedad abierta y democrática.
Pero si esos que producen son en realidad una minoría en la Argentina y la mayoría de votos pertenece a un ejército de reclamadores que ve en Kirchner al paladín de la redistribución del ingreso, entonces no sólo Kirchner puede ganar, sino que el país habrá iniciado lo que hace 60 años Friedrich von Hayek definió como el “camino de servidumbre” es decir, una senda sin retorno a un esquema donde mano de obra esclava extorsionada desde el Estado mantiene una casta de parásitos a los que el gobierno les da de comer en la boca con lo que producen los esclavos, haciéndoles creer que de no ser por él se morirían de hambre.
Terminar con este esquema nauseabundo depende de nosotros. Nadie vendrá por nosotros a poner las cosas en su lugar. Nadie nos vendrá a aclarar de qué lado debemos ponernos y cómo descubrir los que están a nuestro favor y los que en realidad quieren esclavizarnos y someternos. De todo eso deberemos darnos cuenta solos. Y es mejor que lo hagamos rápido.
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