domingo, 2 de enero de 2011
BALANCE
A MODO DE BALANCE
Por el Dr. Jorge R. Enríquez
Se va otro año y, entre la vorágine de estos últimos días, podemos echar la vista atrás e intentar un somero balance de lo ocurrido.
En el plano internacional, los coletazos de la crisis económica no han cesado. En general, las economías se recuperaron, pero no todas a buen ritmo.
En los Estados Unidos, la persistencia de los problemas, como la insuficiente creación de empleo, se reflejaron en las elecciones legislativas de medio término, en las que el gobernante Partido Demócrata perdió en forma rotunda, a tal punto que Obama no trepidó en hablar de una "paliza", sin esas hipocresías y subterfugios que son tan frecuentes por estas latitudes.
Muchos países europeos siguen sin levantar cabeza. España, por ejemplo, afronta una gran desocupación. Grecia, Irlanda y Portugal tienen severas dificultades. La existencia de una moneda común, el euro, impide las soluciones clásicas, como la devaluación, de manera que los ajustes deben ser explícitos, con bajas nominales del gasto (recortes de salarios, aumento de la edad jubilatoria, etc.), como sucedía en la Argentina de finales de los noventa debido al corcet de la convertibilidad. Ello genera grandes conflictos sociales. El panorama es incierto.
En Sudamérica hay distintas situaciones. Todos los países se han beneficiado de la recuperación económica, en mayor o menor medida, pero la aprovechan mejor aquellos que respetan más la seguridad jurídica y tienen sistemas previsibles, de gobierno de la ley y alternancia democrática, como Chile, Uruguay o Brasil. El eje "bolivariano" recoge el fruto de malas políticas. Chávez compite con la Argentina en el ránking de países con mayor inflación en el mundo. Como sucedió aquí, pierde las elecciones y radicaliza su régimen.
En la Argentina, el balance político arroja las dificultades de una oposición fragmentada para sancionar las leyes fundamentales que había prometido. El oficialismo se sigue manejando como si fuera una amplia mayoría, cuando es sólo la primera minoría. El uso discrecional de la "caja" le permite sortear esa desventaja.
El fallecimiento de Néstor Carlos Kirchner fue, sin dudas, el hecho más gravitante del año en la política nacional. Sus consecuencias aún no podemos conocer a fondo. Lo cierto es que Cristina Fernández debió asumir el gobierno real.
Pocos días después de aquel luctuoso suceso, luego de describir de qué forma ejercía el poder el santacruceño, expresábamos que si la presidenta continuaba y profundizaba el confuso "modelo" al que el kirchnerismo apela como si se tratara de una precisa concepción política, iba a generar un mayor aislamiento social.
Lamentablemente no nos equivocamos. Luego de las primeras semanas, durante las cuales la conmoción por la repentina muerte del ex presidente había atemperado los ánimos de los opositores y los independientes, y galvanizado a los oficialistas, lo cual pudo puede generar la ilusión de que esa era la vía correcta, el paso del tiempo y el florecimiento de los problemas concretos, como la inflación y la inseguridad, demostraron su falta de sustento.
Si bien en un primer momento la primera magistrada tomó algunas tibias decisiones que alentaban cierta esperanza respecto de una mayor racionalidad, pero en lo sustancial seguimos en presencia de un gobierno que se cierra sobre sí mismo, sobre los incondicionales, como lo atestigua la designación como Secretario de Justicia de un joven abogado de 29 años, sin antecedentes conocidos, cuyo único mérito aparente es pertenecer a “La Cámpora”.
Aquellos problemas que preveíamos surgieron antes de lo esperado, y con una fuerza llamativa. En los últimos días del año que concluye asistimos a escenas que dejan la sensación de enormes carencias en materia de resguardo del orden público, además de la existencia de hondos problemas sociales no resueltos ni morigerados en ocho años de crecimiento económico debido a condiciones externas enormemente favorables.
Asomaron, también, con singular celeridad, peleas internas en el oficialismo. Aníbal Fernández, a quienes algunos veían horas después de la muerte de Kirchner como el nuevo hombre fuerte del gobierno, fue defenestrado. Sólo por falta de dignidad no ha presentado su renuncia.
LA ESPUMA BAJA RAPIDO
Todo ello se vio reflejado en las encuestas de opinión. Relativizimas en cu momento el súbito incremento de la imagen positiva de Cristina Fernández, que para algunos ya era la vencedora indudable de las elecciones de 2011. Creíamos, más bien, que se trataba de lo que los encuestadores llaman una "espuma", es decir, un efecto rápido y breve, en este caso originado en los muy humanos sentimientos de solidaridad por la pérdida de un ser querido, máxime en un país en el que la necrofilia es un deporte nacional.
No había razones objetivas para que esas cifras espectaculares -si eran ciertas- se mantuvieran en el tiempo, ya que en su mejor momento, el de las elecciones presidenciales de 2007, los Kirchner no habían superado el 46% de los sufragios. Luego de perder al año siguiente a gran parte de la clase media rural (en la urbana el deterioro del kirchnerismo era visible desde antes), con alta inflación y notorios problemas de inseguridad, no había motivos objetivos para esperar que el magro 30% obtenido por esa fuerza en las elecciones legislativas de 2009 se transformara por arte de magia (y con el único "disparador" aparente de un fallecimiento) en esos guarismos plebiscitarios que sólo caben en la frondosa y bien remunerada imaginación de consultores oficiales como Artemio López.
Todo esto provocó una rápida caìda de la imagen positiva de la presidente, que ahora es sólo unos puntos superior a la que tenía antes del fallecimiento de su marido. Con estas cifras, que probablemente se sigan acomodando a la baja, ya no se discute que habrá segunda vuelta. Y, en ese escenario, conforme a estimaciones recientes a las que hemos accedido, Cristina Kirchner pierde en cualquier hipótesis de segunda vuelta. Como siempre, la realidad argentina es muy dinámica.
El año se cierra con graves disturbios y con la sensación de que el gobierno no sabe qué hacer en muchos temas graves.
Seguramente 2011 será muy movido. Esperemos que transcurra en paz. Los argentinos queremos recuperar algunos valores básicos: el orden, el progreso, la tranquilidad, la justicia, la mayor equidad social (con políticas inteligentes y no con la permanente violación de la propiedad privada), la concordia y la consolidación definitiva de la unión nacional.
El año del Bicentenario no nos encontró en nuestro mejor momento, pero más que vivir lamentándonos debemos actuar positivamente para ser artífices de un destino de prosperidad. No estamos condenados al éxito, pero tampoco al fracaso.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario