jueves, 15 de noviembre de 2007

ABORTO............

ABORTO, “CRIMEN ABOMINABLE” (I)





Escribe: Prof. Alexander TORRES MEGA





Una vez más, el tema del aborto ha sido puesto sobre el tapete de discusión pública. En esta ocasión, a partir del impulso dado especialmente por activistas políticos de sectores marxistas -acompañados de algunos legisladores de otros partidos- para un nuevo intento por lograr su despenalizació n. Hoy vemos que, en forma compacta, los legisladores del conglomerado que agrupa a marxistas y filo-marxistas (más allá de maquillajes y de alguna excepción hipócrita y esquizofrénica) están -en bloque- a la vanguardia de esta nueva embestida abortista.



La búsqueda de soluciones para todo problema real requiere el planteamiento adecuado del mismo. Presentar falsas alternativas, invertir los términos de la cuestión, creer que es causa aquello que es consecuencia, omitir lo esencial o pretender transformar lo fundamental en accesorio nos conducirá por caminos equivocados que no solamente alejarán la verdadera solución, sino que agravarán los problemas originarios.



Lo que esencialmente se pone en cuestión cuando se plantea el problema del aborto es el derecho a la vida del cual es titular todo ser humano por su sola condición de tal. El derecho a la vida es básico, esencial, primerísimo, precede a todos los otros. Sin la vigencia efectiva del derecho a vivir, los demás derechos pierden sentido; si cae el derecho a la vida, caen con él todos los derechos dado que es, en realidad, un presupuesto de ellos.



Nuestra Constitución le confiere el primer lugar (Art.7º) entre los derechos humanos a cuyo goce tienen derecho todos los habitantes de la República.



La vida humana posee valor intrínseco innegable. Es sagrada e intangible. Debe ser protegida desde su inicio y a lo largo de todas las etapas de su desarrollo. Y ¿cuándo se inicia?, ¿desde qué momento existe vida, vida humana? A la luz de la evidencia científica, particularmente de los últimos avances de la genética, se ha demostrado, de modo fehaciente e innegable, que la única respuesta verdadera es que la vida humana comienza en el mismo instante de la concepción. Desde ese momento existe un ser humano que es biológicamente distinto, único e irrepetible. Es un nuevo individuo de nuestra especie. Su composición genética lo identifica. Posee perfectamente codificado su desarrollo físico y mental. Se encuentra en un proceso continuo y autoprogramado de crecimiento y de desarrollo. Constituye una unidad sustancial, biológica, anatómica y fisiológicamente distinta. Las propiedades biológicas y genéticas están presentes. Es una realidad actual y no futura. El feto vive y es humano. Es un ser humano y lo es desde el primer instante de su existencia como sujeto viviente.





Vida humana. Derecho a vivir - derecho a nacer



Estar a favor o en contra del aborto y de su pretendida despenalizació n envuelve fundamentalmente una cuestión de principios filosóficos y no debe ser apenas el resultado de la casuística que se observe. Sin menospreciar las consecuencias prácticas que el aborto (clandestino o legalizado) puede traer consigo, lo primordial será la concepción antropológica que se sustente.



El respeto a la vida humana no se impone únicamente a los cristianos, dado que basta la recta razón para exigirlo, reconociendo lo que es y debe ser una persona. No es sólo la ley divina la que condena matar a un inocente, puesto que la ley natural también lo hace. Esa ley natural es descubierta por muchos que, sin pertenecer a una confesión religiosa determinada, igualmente reprueban el aborto por entender que afecta gravemente la moral individual, familiar y social. Ese dictado de la ley natural y divina debe ser recibido y consagrado expresamente por la ley positiva.



En el polo diametralmente opuesto a la concepción antropológica de signo cristiano, encontramos a quienes, respondiendo a una visión materialista y atea, no tienen objeciones doctrinarias que presentar a las prácticas abortivas. Así, quienes se afilian al materialismo marxista han venido sosteniendo, sin el más mínimo escrúpulo, la conveniencia del aborto por motivos utilitarios inmediatos.



Desconociendo la ilicitud moral y jurídica del aborto, los marxistas suelen ser los más fanáticos defensores de la agresión abortista y los más activos propulsores de la legalización del aborto en aquellos países donde su práctica se penaliza. En el desprecio a normas éticas y en su furia anticristiana, el marxismo-leninismo encuentra el motor que lo impulsa a agravar la descomposició n moral del mundo occidental. Esa tarea de descomposició n ya no le resulta tan difícil desde que Occidente –en medio de su profunda crisis– muestra síntomas de estar olvidando valores superiores.



No sorprende que haya sido la Unión Soviética, en 1920, quien haya tenido el tristísimo privilegio de marcar el inicio en reformas legislativas liberalizadoras del aborto. La ex URSS, en ese año, fue la primera en legalizar el aborto. Tampoco sorprende que la otra cara de la misma medalla, el nazismo, haya practicado, sin escrúpulos, abortos, esterilizaciones y eutanasia, consecuente con el desprecio por la vida humana que lo caracterizó.



En China comunista hay abortos coactivos si el matrimonio ya tuvo un hijo; y desde 1995 la ley ordena "recomendar" a las madres que aborten embarazos de niño discapacitados (ASD prensa, año X, ed. 381, nov. 1994).



Cuba es Isla-cárcel y además Isla-cementerio de innumerables mártires y de millones de bebitos asesinados a través de una política de estado que incluye técnicas de abortos masivos aplicadas en los hospitales públicos. Por haber denunciado esta forma de genocidio, ha sido torturado y encarcelado el Dr. Oscar Elías Biscet, quien fue declarado prisionero de conciencia por Amnistía Internacional.



El “Centro Carlos Marx” (http://centrocarlo smarx.americas. tripod.com) ofrece la que parece ser la más elaborada prédica a favor del aborto, así como la recomendación de formas tácticas para avanzar hacia la imposición de su legalización. Otro tanto puede decirse del discurso y los métodos de quien fue diputado comunista, Rafael Sanseviero.



Por encima de todo lo que se quiera decir en sentido contrario, el feto no es un tumor, no es un apéndice inflamado, no es tejido gangrenado, no es un cáncer. El feto no es un artículo despreciable que si molesta se tira al basurero. Es PERSONA y, en cuanto tal, tiene como principal e inalienable derecho el derecho a vivir.



Es preciso defender con firmeza la inviolabilidad de la vida humana que integra la defensa de los derechos y de la misma dignidad del ser humano. Se debe exigir el respeto absoluto por la vida humana desde la concepción y, en consecuencia, rechazarse el aborto. Hay que preservar la vida y no destruirla.





Sofismas en torno a las consecuencias de la clandestinidad



Entre los diversos argumentos esgrimidos por quienes defienden las prácticas abortivas y por aquellos otros que, a pesar de admitir que el aborto es un mal, pretenden su despenalizació n, resurge hoy el que subraya lo elevado del número de abortos clandestinos que se practicarían. A partir de este énfasis en la cantidad afirman:



a) la ley –que reputa el aborto como delito– haría que exista una gran cantidad de delincuentes, quienes serían condenados a prisión si se aplicaran efectivamente las normas vigentes.



b) la clandestinidad del aborto hace que éste se practique en lugares y condiciones sanitarias deficientes, lo cual ocasiona lesiones y muerte en las mujeres que abortan.



c) la existencia de la ley que penaliza el aborto no impide que éste se practique en proporciones altísimas.



Y agregan: la ley no se aplica, dado que las autoridades policiales y judiciales hacen la vista gorda. También afirman que ni la policía ni la justicia penal disponen de los medios necesarios para investigar y procesar a tan elevado número de presuntos delincuentes.



Concluyen que, al convertirse en lícito el aborto que hasta hoy es considerado delito, se solucionarían las consecuencias perjudiciales y “descubren” que, -oh genialidad- desaparecido el delito, desaparecen con él los delincuentes. Así de simple y clara la solución “descubierta”: desaparecida la figura delictiva, convertido el aborto en conducta legalmente admitida, ya no habrá que preocuparse con investigar y procesar a tanta gente.



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Se sostiene que las mujeres que abortan clandestinamente sufren graves lesiones o mueren por el hecho de ser atendidas por inexpertos o concurrir a lugares que no ofrecen condiciones higiénicas. Esas lesiones y muertes no ocurrirían –dicen– si se despenaliza el aborto y éste se practicara en sitios que ofrecieran garantías técnicas.



Se impone un primer interrogante: ¿Por qué‚ ante tantas y tan graves consecuencias del aborto clandestino, no reconocer allí una razón poderosa más para evitarlo y combatirlo, en vez de «hacer la vista gorda» o despenalizarlo? ¿Por qué no prevenir y reprimir con mayor eficacia?



Nadie niega que deben evitarse, por todos los medios lícitos, las consecuencias perjudiciales de aquellas conductas que son legal y moralmente admitidas. Pero aquí estamos ante una acción delictiva y por tanto punible. No puede extrañar que de la clandestinidad de un comportamiento surjan efectos perjudiciales. De hecho, las acciones ilegales aparejan perjuicios para sus víctimas y muchas veces también para los mismos protagonistas.



Cabe presumir, además, que -como casi todo negocio sucio- tenga por escenario lugares que no posean garantías higiénicas. Estas prácticas clandestinas suelen tener como intermediarios y realizadores a individuos inescrupulosos provenientes del bajo mundo, que no muestran temor a desafiar toda ley. Cabe preguntarse, asimismo, por qué les va a preocupar demasiado que la madre que aborta termine con una infección más o menos grave, si no les significa un mayor problema de conciencia sacrificar a un ser inocente e indefenso que habita en el seno materno. Además, saben también que, como resultado de ese delito, la mujer que puede resultar lesionada o muerta es la que contrató con ellos, la misma que consintió en el cometer ese mismo delito.



No es cierto que todos los peligros, riesgos e inconvenientes desaparecerían con la despenalizació n del aborto, como insinúan quienes la pretenden. En aquellos países donde el aborto está autorizado y, por tanto, se le practica en centros hospitalarios que ofrecen garantías técnicas, la mortalidad materna es muy superior en el aborto que en el parto. El peligro de muerte es doble por aborto que por parto normal. A estos datos deben agregarse las perturbaciones físicas y psíquicas que aparecen como trastornos tardíos en la mujer que aborta. Al trastocarse radicalmente la misión de la madre, surgen fatales e inexorables consecuencias físicas y morales.



La naturaleza –Dios, el Creador de esa naturaleza, sostenemos los cristianos– colocó en la intimidad del seno materno a ese nuevo ser para que tuviese allí protección ante todo peligro exterior. Y cuando la madre decide matar esa vida está invirtiendo gravemente los términos de esa realidad. Es trágica la subversión que nos muestra a la madre, encargada de preservar al hijo de todo mal, tomar la decisión de condenarlo a morir. Esto es atentar contra la naturaleza. Y esa decisión de poner fin a la vida de su propio hijo traerá para esas madres terribles remordimientos que no serán evitados por una ley que fabriquen los políticos ni por psicólogo o psiquiatra freudiano alguno. Su conciencia la condenará, aunque el derecho penal, los políticos y los psicoanalistas no lo hagan.



Las opiniones de médicos y psicoterapeutas que presentan al aborto como salida legítima jamás lograrán silenciar las conciencias de las madres que matan a sus hijos. Ellas perderán el sueño y se angustiarán pensando en ese hijo que ya no vive por su causa. Lo más íntimo de su ser las acusará, aunque la ley, las militantes feministas y ciertos “trabajadores de la salud” le digan que no cometió delito.



No resulta difícil entender por qué la tentativa de suicidio se multiplica en las mujeres después de haber abortado. Tampoco hay que hacer un mayor esfuerzo para comprender el hecho de que el alcoholismo y la delincuencia femenina aumenten progresivamente en aquellos países en los que se ha legalizado el aborto.







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