jueves, 1 de noviembre de 2007

TRIBUNA DE OPINIONES

LA CONTINUIDAD DEL CAMBIO


“Calidad institucional”

Barones de la prensa

El campo de la libertad



Cristina Fernández de Kirchner fue consagrada presidenta en las elecciones más irregulares de la etapa democrática iniciada en 1983. ¿Será ésta la mejor calidad institucional de la que tanto se habló en la campaña? Ella fue una candidata muda, pero sus voceros tanto oficiosos, los analistas y “columnistas estrella”, como oficiales, su marido en primer lugar, se prodigaron en promesas en ese sentido. En realidad, no era más que la coartada para un enroque presidencial, entre esposo y esposa, que en sí mismo ya constituía un dudoso aporte a la institucionalidad.



“Calidad institucional”



Pese a considerar “razonables las críticas por las demoras y ausencia de boletas”, Joaquín Morales Solá escribió, la misma noche de la elección, que “ningún fraude podría haber forjado la magnitud de su triunfo” –algo imposible de comprobar- y criticó a algunos opositores que, según él, “carecieron ayer de la grandeza necesaria para reclamar y reconocer al mismo tiempo”.

Por su parte, el analista político Sergio Berensztein, de Poliarquía, evaluaba que “la que quedó mejor parada fue Carrió. Aun así, todavía le falta presencia territorial. Necesita estructura y fiscales y, como no los tiene, eso genera dudas”. ¿Dudas de qué? ¿De su capacidad para evitar que le roben votos?

Algunos opositores, como no quedaron bien posicionados, se apuraron a minimizar las denuncias de irregularidades, celosos ante el mejor desempeño de otros.

Elisa Carrió dijo que “gracias a que se organizó el saqueo no llegamos al 30%. Hubo tres puntos robados en el conurbano, sin dudas”. Pero ante la pregunta: “¿Hizo la denuncia?”, replicó: “Sí, pero no invalida la totalidad de la elección”.

Evidentemente, en esta elección se verificó un número récord de “irregularidades” al amparo de la connivencia de los medios y de algunos opositores. Cobijado en esas complicidades, Néstor Kirchner pudo ufanarse de “una elección sin ningún incidente”.

El período de mayor calidad institucional prometido se inaugura así con la elevación de metodologías fraudulentas al rango de lo “normal”: robo de boletas, presidentes de mesa carentes de toda imparcialidad, violación de la veda electoral, etc. Es la continuidad lógica de un gobierno durante el cual se volvieron “normales” la extorsión y la compra de voluntades, el clientelismo, el uso de los recursos del Estado en beneficio de una parcialidad política, el desconocimiento de la división de poderes, el manejo discrecional del presupuesto nacional, la manipulación de la prensa, el doble discurso permanente y, lo más grave, la muerte cotidiana de argentinos por causas que remiten siempre a la desidia estatal. Todo ello se ha vuelto “normal” en la Argentina de los Kirchner.

La promesa de una mayor calidad institucional se reflejó también en el espectáculo de un gobierno adjudicándose la victoria con una encuesta de boca de urna difundida por los medios cuando en muchas circunscripciones del país todavía se estaba votando.

Imposible determinar si esto es el último acto del gobierno de Néstor o el primero de Cristina. Habrá que convencerse de que ésta es la “profundización del cambio”.

Pese a todo, la primera dama hizo trascender su enojo porque no fue felicitada por los dirigentes opositores. Raúl Alfonsín fue la excepción, pero su llamada a Cristina Fernández obedece al rencor contra Carrió; por el mismo motivo, un Mauricio Macri que ya cosecha los frutos de su mezquindad política hizo llamar a la senadora por Gabriela Michetti.

Uno de los mejores termómetros de la calidad institucional de un país lo representa el trato dado por un presidente no sólo a los opositores sino fundamentalmente a sus predecesores en el cargo. Néstor Kirchner, no conforme con mostrarse desleal e ingrato hacia su poderdante, Eduardo Duhalde, permitió –cuando no alentó secretamente- la persecución penal y política a varios de ellos, incluyendo a la viuda del fundador del movimiento que a él lo habilitó en la política argentina. Tampoco se privó de actuar en un programa cómico filmado en su despacho con el objeto de denigrar la investidura presidencial a través de la burla a un ex mandatario.

¿Cómo puede aspirar al respeto de la oposición un gobierno que instaló la intemperancia como modo de relación con el mundo entero? ¿Cómo puede pretender consideración una senadora que dedicó una hora y media a maltratar en vivo y en directo al vicepresidente de su propio gobierno? Finalmente, no tiene derecho a reclamar que la saluden quien no tuvo el coraje de debatir durante la campaña.

La Argentina moderna y, en particular, su sistema de partidos, se construyó en buena medida al compás de la lucha contra el fraude y por la ampliación de la democracia. Hoy, este sistema se está destruyendo, entre otras cosas, por un retorno a prácticas fraudulentas. En Córdoba, donde el kirchnerismo había perdido el apoyo de dos de sus principales referentes, Luis Juez y José Manuel de la Sota , por diferentes motivos en cada caso, triunfó Roberto Lavagna, lo que permite concluir que la elección fue más “libre” allí donde hubo menos control oficial. También en Capital se votó con más libertad, en este caso, porque las fuerzas opositores disponían de suficientes fiscales. En el resto del país, hubo un importante descontrol que explica rarezas tales como que Ricardo López Murphy no haya obtenido ni un solo voto en La Rioja. O la constante destrucción de las boletas de Alberto Rodríguez Saá en la gran mayoría de los cuartos oscuros del conurbano bonaerense.

“Yo tengo autoridad, no poder”, dijo Elisa Carrió, al evaluar los resultados electorales. En efecto: poder y autoridad no son lo mismo. El poder se gana, se pierde, se recupera. La autoridad que se pierde no se recupera más. El poder malhabido va siempre, un poco antes o un poco después, en detrimento de la autoridad. Cristina Fernández tiene hoy más poder electoral que el que tuvo su marido en 2003, pero el de ella fue conquistado al precio de un menoscabo en la autoridad política.



Barones de la prensa



Resultó notable el énfasis puesto por la primera dama en los reportajes condicionados que otorgó unos días antes de las elecciones e inmediatamente después en atacar a la prensa. Hasta los mismos periodistas selectos se sorprendieron ante la agresividad de la entrevistada que buscaba así disimular la connivencia que la llevó a dar notas a los más incondicionales, sin repreguntas y previamente grabadas. En ellas, negó la manipulación de las cifras del INDEC, acusó a los opositores de haber hecho una campaña sucia, criticó a la prensa por informar sobre la inseguridad y la crisis energética y hasta asimiló la desocupación a la delincuencia; todo ello sin la menor réplica. Fue gracioso que, para defender el toqueteo del IPC, apelase a la “autoridad” del FMI pero es normal en quien manda a copiar el modelo norteamericano de medición, desconociendo el prestigio internacional alcanzado por el INDEC antes de la intervención kirchnerista.

La relación con los medios es otra muestra de la “profundización del cambio”. Del mismo modo que al FMI le pegaban para pagarle, a la prensa le pagan para poderle pegar. La senadora hasta se permitió decir que si ésta “vuelve a ser un medio de comunicación y no de oposición” su relación con ella “va a ser perfecta”. Repasemos los titulares de los que ella llama “medios de oposición” en los días previos a las elecciones: “A 48 horas, Cristina ganaría sin ballottage” (Clarín, 26/10); “Cristina Kirchner aventaja a Carrió por casi 25 puntos” ( La Nación , 26/10); “Cristina ganaría sin ballottage” (Perfil -¿tú también, Fontevecchia?- 14/10), etc. etc. Sería imposible encontrar titulares como éstos en los días previos al 14 de mayo de 1995, cuando Carlos Menem fue reelecto por el 49,4% del electorado (más que en 1989) y toda la prensa apostaba al ballottage. Sumemos a esto que, como si alguien hubiese apretado un botón, 45 días antes del comicio desaparecieron de la tapa de los diarios los temas conflictivos para el gobierno como el valijero venezolano o el caso Skanska y la generalización de sobreprecios en la obra pública… El “sistema” ya había votado…

En este período de una complacencia inusual por parte de los medios en democracia, salvo muy honrosas excepciones, los periodistas son hoy tan esclavos de los recursos del gobierno como los criticados barones del conurbano bonaerense.

Veamos otro ejemplo. Interrogada sobre la inseguridad –tema que según ella la prensa debería obviar- la senadora se mostró tal cual es: “No concibo la seguridad como un plan diferenciado del modelo económico vigente. La Argentina de un 20% de desocupados es insegura por definición. Aquel que no tiene trabajo puede evidenciar una tendencia a ingresar al mundo del delito”. Agravio gratuito a todos los argentinos desocupados. Considerando que ella hace alarde de que su marido redujo el desempleo a la mitad, y siguiendo su razonamiento, el delito debió reducirse en la misma proporción en estos cuatro años. Pero es exactamente al revés, lo que demuestra la falacia de su argumentación. Poco cabe esperar por ese lado entonces ya que el primer paso para resolver un problema es reconocer que existe.

Ahora bien, el diario La Nación omitió reproducir estas declaraciones a pesar de que fueron hechas a un periodista de la casa. Evidentemente el hombre está decidido a “cuidar” a la señora a la que define como “una mujer con ideas [¿?] y un estilo propio”, perteneciente a “una nueva generación de políticos” de la cual se esperanza: “¿Podría cambiar la política con ellos? ¿Podrían limpiarla de la maleza del odio y el rencor?” ¿Cómo podría limpiar la política de rencor quien es su principal promotora? Si lo sabrá Scioli. Viene al caso recordar que otra rabieta memorable de Cristina con el vicepresidente de su esposo fue cuando éste tomó la iniciativa de homenajear a los senadores salientes que habían ocupado la presidencia circunstancialmente (Ramón Puerta y Eduardo Menem, entre otros). Es decir, una iniciativa que sí aportaba a limpiar odios y rencores fue duramente criticada por quien se pretende abanderada de la calidad institucional.

En fin, se impone entonces una conclusión: parte de la profundización del cambio podría ser el intento de sustituir con un “columnista estrella” de un diario “gorila”, según Néstor Kirchner, a un “periodista estrella” de un diario “revolucionario”, como Horacio Verbitsky, en su rol de asesor en las sombras.



El campo de la libertad



Hoy en nuestro país, el proceso de sustitución y/o eliminación de los partidos políticos es amparado por el sistema mediático. El discurso único –o el pensamiento políticamente correcto- lo instala primero la prensa. Configura la agenda y luego el político la cumple para no quedar en el campo de lo políticamente incorrecto. El que rompe esa regla es ignorado y excluido.

Para que haya una democracia tiene que haber dirigentes políticos libres. Pero también tiene que haber una prensa libre porque si ésta no lo es contribuye a facilitar la sustitución del sistema de partidos políticos por el Estado y, si a esto se le suma la concupiscencia de las corporaciones –Pacto Social-, se habrán echado las bases de un sistema que, en los hechos, funciona como una dictadura civil.

El Pacto de la Moncloa fue un acuerdo entre las principales fuerzas políticas de España para consagrar la supremacía del conjunto por sobre los intereses de la parte. No fue en modo alguno un pacto entre el Estado, los medios y las corporaciones dispuestas a defender solamente sus propios privilegios.

Frente a este estado de cosas, y cuando una gran mayoría de los medios de comunicación se han transformado en la policía cultural de un sistema de dominio, es perentorio asumir a modo de mandato el desarrollo y la organización de fuerzas políticas que surjan como producto de la convocatoria al patriotismo y a la imaginación de los argentinos que adhieren libremente a una idea y a un dirigente capaz de contenerlos y expresarlos.

En esta última elección, varios referentes opositores han plantado una bandera y han configurado un campo. Es el campo de la libertad. Como de lo que se trata es de organizarlo, nadie debe sentirse demasiado feliz ni demasiado triste por el resultado electoral obtenido –salvo que se trabaje para sí mismo.

A todos nos corresponde por igual la suerte de la Patria y no debemos olvidar que si no somos capaces de ponernos el conjunto arriba del hombro, estaremos también nosotros aportando a la supremacía de la facción.







Ricardo A. Romano



31 de octubre de 2007

1 comentario:

Piroverbo dijo...

Felicitacion, ta muy bueno el análisis.