viernes, 13 de marzo de 2009

ECHAR LEÑA AL FUEGO


CRISIS INTERNACIONAL: ECHAR LEÑA AL FUEGO
por Héctor B. Trillo
En un interesantísimo artículo publicado en el diario Ámbito Financiero (11/03/09) el economista Agustín Monteverde señala algunos aspectos de gran relevancia que corroboran nuestra reiterada opinión respecto de las acciones que los gobiernos están llevando a cabo para tratar de salir de la crisis.
Hemos hecho referencia en trabajos anteriores a nuestras enormes diferencias en cuanto al tratamiento que están intentado dar a la crisis económica y financiera en la que se encuentra el mundo los principales bancos centrales del orbe. Hemos señalado que medidas tales como la baja de tasas como la inyección de moneda son las mismas que llevaron a la situación actual a lo largo de los últimos 25 años por lo menos. Precisamente los créditos masivos a tasas bajas para que la gente pudiera acceder a viviendas propias fue el puntapié inicial de la llamada crisis de las hipotecas. Esto es, la punta del iceberg. Porque de tal manera se exacerbó la demanda mediante la ilusión de que el dinero era más barato de lo que en realidad era, al tiempo que no se exigían las garantías necesarias y suficientes ante la perspectiva de que la propia demanda produjera subas de precios en los bienes para cubrir cualquier defección. Hasta que la enorme bola de nieve comenzó a derretirse. El economista Monteverde hace algunas señalizaciones que consideramos de absoluta presencia para explicar lo que pasa. Dice por ejemplo que lo que hace falta es corregir las distorsiones acumuladas. Y si bien no explica cuáles son, es obvio que tales distorsiones son las que ha provocado el intervencionismo y que sólo se corregirán mediante el default de los factores que han llevado a cabo malos negocios u otorgado malos créditos. No hay, entendemos, demasiado misterio en esto, aunque decirlo resulte especialmente crudo. El presidente Obama continúa con las recetas fiscales de su antecesor (Bush), aunque con diferencias en los sujetos que recibirán su asistencia, dice Monteverde. Es decir, asistir, pero cambiando el destinatario. Señala el autor que la política fiscal no constituye una herramienta potente para suavizar los traumas del ajuste, apreciación con la que coincidimos en un todo. Y está más que a la vista que así es. Claro, incrementar el gasto público significa generar un déficit fiscal adicional muy superior comparativamente al efecto sobre el PBI que tal incremento supone, en los EEUU (o donde fuere). Monteverde dice que por cada 10 puntos de expansión del gasto, sube un punto el PBI. Señala también que los planes de infraestructura padecen un largo período de maduración, con lo cual por supuesto coincidimos pero no nos parece lo más importante. Otro aspecto que sí nos resulta verdaderamente prístino es que los auxilios irán dirigidos, al menos en un tercio, a industrias estructuralmente no competitivas. Que es lo mismo que ha venido haciéndose en nuestro país a lo largo de varias décadas. El plan no es suficiente para disimular las pérdidas, señala. Las pérdidas son tan monstruosas que en un día o dos se absorben tanto el plan de Bush como el de Obama juntos. Las pérdidas de capital acumuladas de sólo 15 días superaron el PBI anual de EEUU. Notable. La merma en la riqueza de los hogares norteamericanos llega a los 20 billones de dólares, que representa un quinto del patrimonio total de las familias estadounidenses. Falta sumar allí las pérdidas del sector financiero y del estatal norteamericanos, dice Monteverde. A su vez trae a cuento que durante la crisis del 30, la merma patrimonial alcanzó al 40%, es decir, el doble de la actual. Los salvatajes fiscales terminan licuando el capital privado, requerirán nueva inyección de capital, seguirán incrementando el gasto público mientras que la contracción de la actividad y la deflación de precios derrumbarán los recursos fiscales. Así las cosas, el primer año de la gestión demócrata podría culminar con un pavoroso déficit presupuestario de más de un billón y medio de dólares. La verdad es que inyectar liquidez donde nadie está dispuesto a tomarla, aún a tasa cero, resulta un sofisma. Es un absurdo que sólo puede conducir a empeorar las cosas. Aún a tasas cero o incluso negativas puede ser conveniente no tomar ningún crédito, porque la baja de los precios puede resultar un mejor negocio. Negocios y empleo caen entonces todavía más y se agravan así las cosas cada día. Cuando en la Argentina se produjo la impresionante devaluación del año 2002, que el gobierno de entonces y su ministro de economía Remes Lenicov había calculado en $ 1,40 por cada dólar siendo que a los dos meses el valor de la divisa había alcanzado los $ 4.-, la caída de ingresos en divisas y la pérdida de patrimonios fue realmente monstruosa y superó largamente el 60% a nivel de hogares, por ejemplo. El camino elegido por los gobernantes de entonces fue, sencillamente, el de licuar las obligaciones del Estado en moneda local haciendo que ésta pierda su valor rápidamente. Las consecuencias fueron absorbidas por la comunidad y, al impulso de los buenos precios de las commodities, en algunos años se recuperaron los valores de los tiempos de la llamada convertibilidad (aunque podríamos hilar un poco más fino allí en lo que se referiere a su vez a la pérdida de valor del dólar a nivel internacional). Si bien en muchos aspectos las situaciones no son comparables con la crisis internacional actual, hay sí algunos puntos en común: un endeudamiento elevado sostenido en un tipo de cambio fijado artificialmente (que tiene su parangón en la fijación de tasas de la FED, por ejemplo), un gasto elevado en divisas, contando con los recursos que provendrían del endeudamiento externo supuestamente infinito para mantener el tipo de cambio artificial (equiparable a la idea de que la ayuda o el salvataje de los bancos centrales puede llegar a cifras astronómicas sin problema alguno, lo cual no es cierto), y así siguiendo. En suma, la Argentina vivió por encima de sus posibilidades durante la llamada convertibilidad hasta que estalló la bomba de la realidad. Así por ejemplo los EEUU vivieron por encima de sus posibilidades al gastar más de lo debido mediante endeudamiento y déficit creciente, hasta que la llamada burbuja estalló por el lado de las hipotecas subprime y los ahora famosos apalancamientos (evidente rémora de nuestra recordada bicicleta) se derrumbaron día tras día y semana tras semana. La realidad, volvemos a decirlo una vez más, es que los Estados avanzados del planeta, y por añadidura los restantes países, deberán hacerse cargo de la crisis como mejor puedan, asumiendo que la ayuda monetaria se topa con la llamada trampa de la liquidez (la gente prefiere no gastar ni endeudarse y permanecer líquida). Ya son monstruosas las pérdidas, inevitables por lo demás. Es decir que ya se ha recorrido una buena parte del camino. Falta aún un tramo, que nadie puede saber con exactitud qué tan largo es. Ese tramo deberá ser recorrido inevitablemente, por más ayudas, salvatajes y bajas de tasas que se intenten. Tal vez algunas pérdidas se disimulen o se socialicen, pero serán pérdidas inevitablemente. Y recordamos como paradoja final que el intervencionismo no hace sino distorsionar y cambiar de manos las pérdidas como los plumeros hogareños cambian la tierra de lugar. No evitarlas. Y mientras la idea siga siendo que lo que ocurre hoy en el mundo es consecuencia de la liberalidad de los mercados y no esencialmente del intervencionismo de los bancos centrales mediante el manejo de las tasas de interés, todavía el daño puede ser mayor al que inevitablemente hubiera de resultar. DR. HÉCTOR BLAS TRILLO

No hay comentarios: