domingo, 19 de septiembre de 2010
EL COMISARIO MENESES
El Comisario Evaristo Meneses
http://www.bolinfodecarlos.com.ar/meneses.htm
por Pucho de la Yeca.
Allá por 1970, lo conocí al Pardo Meneses como le decían los hampones. Una o dos veces por semana aterrizaba en el boliche donde nos juntábamos con la barra, para hablar de minas, carreras, fútbol y jugábamos al billar y al tute cabrero.
Caía de madrugada, tipo dos de la matina y se ubicaba en una punta de la barra del Landon Grill, en la esquina de Avenida del Trabajo y Varela, pleno Bajo Flores. Si algún perejil estaba sentado en el lugar, apenas entraba el comisario, se levantaba y le dejaba su lugar favorito.
Era una esquina del salón, un rincón de dos metros entre el mostrador y la entrada al baño. De allí se divisaba todo el espejaime con vista directa a la puerta de entrada que estaba en la ochava. Era su lugar preferido, puesto que era seguro y sobre la espalda estaba la pared que lo cobijaba. Se quedaba horas mirando como jugábamos al billar y en esporádicas ocasiones se prendía en alguna partida de tute cabrero.
Llevaba la matraca calibre 45 en la cintura y al sentarse en la barra, la ponía sobre el mostrador de la misma, tapada con el diario. Si se venía a jugar a las cartas la metía debajo del muslo.
Casi siempre tomaba lo mismo, leche tibia azucarada en un vaso largo y angosto que le llamaban “potrillo”. Algunas veces pedía un cacho de pan tostado acompañado de queso fresco.
Tenía físico robusto y empilchaba de prima, trajes oscuros negros o grises y por ahí se floreaba con algún marrón o beige, que hacían juego con camisas blancas o celestes y corbata finita al tono.
Siempre andaba con sombrero tipo los que lucía Frank Sinatra en las películas de los años 50 o 60.
Los ojos entrecerrados eran de color celeste oscuro y tenía una voz firme, enérgica y aunque hablaba poco porque era retraído, su tono era cálido si entraba en confianza.
Una vez jugando al cabrero, don Evaristo renunció al juego y el castigo eran dos porotos para la “cocina”. Lo pescamos en el aire y con una media sonrisa pícara expresó :
“ Si renunció Juárez Celman...” y con su mano grande enganchó los dos porotos de penitencia.
Su piel era medio oscura con algunos hoyitos como de picadura de viruela, cabello renegrido que poco se dejaba ver por debajo del sombrero.
Ya había pasado la barrera de los 50 años y estaba jubilado de la Federal.
Tenía un amigo de fierro que era florista frente al cementerio de Flores, se llamaba Rafael, aparte de vecino y admirador suyo, era un habitué del boliche.
Rafael nos contaba, nunca en su presencia, las aventuras del comisario de la Federal, cuando era titular de la brigada Robos y Hurtos, años anteriores.
Otro amigo, el gallego Fernández, era el almacenero del barrio que tenía su negocio a la vuelta de la casa de Don Evaristo, por la calle Arrotea.
Entre los dos, nos pintaban a la barra, como era la personalidad del policía mas respetado de Buenos Aires, durante varias décadas.
Con Rafael tenía mas confianza y era el único que entraba a su casa, pues le oficiaba de jardinero, electricista, carpintero, plomero y pintor.
Meneses vivía solo con la excepción de un perro al que idolatraba. Muchas veces le conducía el auto: un Fiat 1500.
Meneses durante los años cincuenta y parte de los sesenta, tuvo éxitos resonantes en los procedimientos contra los delincuentes.
El hampa de aquellos tiempos, lo odiaba a muerte pero le tenían pánico y un profundo respeto.
No usaba la “matraca” calibre 45 , salvo contadas ocasiones y quién se le resistía era “boleteado”.
Tenía un parecido al Gral. Perón en el aspecto físico, pero era incorruptible.
No transaba con nadie, fueran políticos o influyentes del poder.
Para él había dos bandos: Buenos y Malos.
A estos últimos no les daba tregua, y si no... que lo cuenten los facinerosos de esa época como el Loco Hidalgo, el Nene Villarino (el rey de las fugas), el Loco Prieto, Aranguis, el Bebé Guido, el Turco Charlatán y otros.
Según Rafael, que era como su biógrafo, siempre decía:
“No los maten, los muertos no hablan”... refiriéndose a los delincuentes.
“Los bogas tienen un fichero de malandras más completo que el de la Policía”.
“Yo no soy picanero, mi única picana es un lápiz y los asusto haciéndole cosquillas”.
“Si alguien me falta el respeto, solo uso las manos“.
“La mejor hora para cazar... es la noche“.
“La carrera del policía de acción como yo... es ingrata, tenemos que abandonar el estudio para estar la mayor parte de las horas en la calle, y los otros policías te aventajan, además te jugás el cuero en cada entrevero”.
“El policía debe conocer los códigos y la Psicología del Hampa”.
“Los chorros al llegar a viejos se hacen cuenteros, levantadores de juego o venden ravioles”.
Contaba el “gallego” Fernández, que varios años atrás, Rafael le hacía propaganda pintando las paredes exteriores del cementerio de Flores con la leyenda: “Meneses a la Jefatura de Policía“. Cuando se enteró, “El Pardo” lo mandó a limpiar todas las paredes o lo metía en cana.
No llegó a jefe de la Federal por no arreglar con los políticos de turno. El pueblo lo amaba y lo respetaba.
En el Bajo Flores, cuna de un malevaje bravo y sombrío, barrio de Meneses... no había un solo delito, el comisario se las tenía jurada: limpitos en mi patio.
Luego lo pasaron a disponibilidad y se le acabó la estrella.
Cuando lo conocí trabajaba despuntando el vicio en una oficina de peritajes de seguros, que era de dos oficiales, también retirados de la Federal. Yo andaba por los veinte pirulos y estudiaba Farmacia en la Facultad de Bs. As.
Como joven imprudente y cascarudo me animé a preguntarle:
- Disculpe Comisario... ¿Toma leche tibia en el bar porque tiene problemas gástricos, quizás una úlcera?
Él mirándome de reojo atinó a decir:
¿Es Ud. Médico?
- Nooo... le contesté. Estoy estudiando Farmacia...
Se largó a reír y me respondió:
- Vea mocoso... tomo leche porque se me canta, pero para que se quede tranquilo... la leche contrarresta los dos atados de fasos que fumo por día.
Faseaba cigarrillos negros: Particulares sin filtro que venían en una etiqueta de color verde oscuro.
Parafraseando a Homero Manzi: “No habrá ninguno igual, ... no habrá ninguno”.
Me animo a decir que si hoy se levantara de su tumba y viera lo que es la Policía, su amor de toda la vida, si no se vuelve a morir de un infarto por la impresión, en una semana se aposta en ese gallinero de Moreno y Virrey Cevallos y con la “matraca” calibre 45 en la cintura, lo limpia de cabo a rabo.
¡¡¡Fetén, fetén!!! Y como Uds. ya saben... Así se escribe la historia.
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