viernes, 3 de septiembre de 2010

LA CRISIS Y LOS ARGENTINOS




Por Gabriela Pousa

Tengo frente de mí, un ejemplar de “El Cronista Comercial”. Podría ser actual, pero el color sepia de sus hojas delatan el paso inexorable de las horas. La fecha: Domingo 18 de frebreo de 1990, pleno comienzo de la llamada “maldita década”. El titular principal: “La Crisis Cultural”, la firma la reconozco y corroboro; es la mía.

El planteo que en ese entonces forjó esas líneas no termina de sorprenderme. Sí, admito, generan una especie de melancolía difícilmente traducible con esta espontánea diatriba. Debo hacer una salvedad: aquello que ayer creía novedoso, hoy debo asumirlo como un gen inherente a los argentinos, sin asombro.

Textualmente transcribo el copete del contenido: “A punto de culminar el siglo XX, la Argentina se enfrenta a una crisis cultural avasallante. El tema de la cultura trasciende los horizontes de las artes para afectar la esencia misma del hombre, dejándole un margen cada vez menor para su desarrollo individual y social. Una crisis en tal sentido constiyuye una especie de asesinato espiritual del ser humano. La consigna de Lugones vuelve hoy a tener la vigencia de antaño: ‘Urge por encima de todas las cosas, espiritualizar al país’”

No sé aún como un diario de esa envergadura, publicaba “impertinencias” de quién todavía no había cumplido 18 años. Claro, no se discutía la mayoría de edad como sucede en estos días en que los menores no se miden por calendarios sino por justificaciones a sus actos.

A los 17 se puede matar impunemente, a los 18 el asesinato sí es penado. ¡Vaya a saber uno qué proceso biológico molecular torna en 12 meses diferente la noción del bien y el mal…! Pero, sin duda, eso justifica la osadía de haber escrito, y de que se haya publicado mi visión personal de aquello que jaqueaba al país, más allá de la política y la economía.

Porque hasta ese entonces, siempre que se hablaba de crisis, la relación con dichas ciencias era prácticamente indiscutida. Sin embargo, la adolescencia de aquellos días me permitieron esbozar otra teoría. Hoy, ya sin adolescencia, hay dos opciones: o no he madurado en demasía, o los argentinos tenemos una porfía indiscutida.

He aquí la nota ayer (y hoy) escrita:

LA CRISIS CULTURAL por GABRIELA POUSA

“La nuestra es quizás, una historia de Amor. Somos los protagonistas de la novela, en idilio constante con la crisis: el personaje central del guión. Formamos parte de un libreto cuyo autor somos nosotros mismos. Un relato lleno de suspenso pero falto de final y de cohesión. Capítulo tras capítulo vamos logrando una trama repetida como un laberinto sin salida. Artífices de un romance típico de película, los argentinos estamos enamorados de la crisis.

La crisis entró a formar parte de nosotros mismos, es un eslabón más de la idiosincrasia argentina. Sí, la crisis es un producto nacional, “made in Argentina”, y con derechos reservados para uso exclusivo en esta geografía.

Nos llenamos de orgullo por ese sentimiento que nos arraiga a ella sin siquiera pensar que “hay amores que matan” como advierte el refrán popular. En caso de aceptarlo, entonces no nos importa convertirnos en Romeo y dejar con ella, nuestra Julieta, la vida por amor.

Tal vez nuestra extinción como sociedad sea el comienzo de la reconciliación con la normalidad, con la decencia, como lo fue la muerte de los jóvenes amantes para el reencuentro de Montescos y Capuleto. Sin embargo, cabe analizar si vale la pena aniquilarnos por ella.

¿Qué nos dice en verdad el término “crisis”?¿Qué excusas escondemos tras ella? Si bien es cierto que la economía está gravemente resentida, también lo es que no sólo se alude en estos días a la asfixia económica. El término se ha extendido a todos los campos de la vida y ha ganado terreno en los múltiples aspectos de los argentinos. ¿No somos nosotros mismos la crisis?

Treinta millones de crisis caminando por toda la República, quejándonos y a la vez idolatrándonos de nuestra propia identidad. Si es así, nos conviene hacerle caso al tango y “asumirnos como somos, o no somos nunca más”.

En un sentido amplio de la palabra crisis, podemos hablar de decadencia, de un estado alterado, de anormalidad pero no por ello de fracaso irremediable, de eterna postración, de insuperable debilidad.

Está gastada la frase que reza “siempre que llovió paró”, y resulta en nuestro caso un consuelo barato, es preciso entender que la crisis como tal es pasajera. Si hay agonía en los valores, pérdida de la cultura y ruinas en la sociedad, no hace falta ser muy inteligentes para darnos cuenta de que la crisis nos tiene a todos como culpables. Pero los argentinos no somos proclives a la autocrítica, y nos cuenta tanto asumir nuestros defectos como nuestras carencias, y la humildad es una de ellas.

Caben muchas dudas sobre la verdadera existencia de la crisis como un mal, como un virus que nos ataca a destajo y cuyo origen desconocemos. Quisiera saber si no se escapó de nuestro propio laboratorio, si no es fruto de los experimentos que realizamos a diario utilizando como “conejitos de Indias” al ser humano, si no somos los creadores y portadores del mal enmascarándonos tras la inocencia. ¿Quién se atreve a sacarse la careta?

El tema queda como un interrogante en la Argentina. Tal vez algún sociólogo foráneo venga a explicarnos qué nos pasa, y nos de una receta mágica para salvarnos pese a que el remedio está en nuestras manos. Se trata de una solución a base de voluntad, participación y trabajo. En treinta millones de argentinos está el suero que nos lleva a curarnos. Podemos auto-abastecernos por entero. Todas estas reflexiones hechas al pasar carecen de rigor científico pero no por eso de importancia.

Si afirmamos que hay crisis y queremos solucionarla, no esperemos lograrlo con la decisión unipersonal de un mandatario. Ahora, si la crisis pasó a ser una conciudadana más, si como dije antes es la protagonista de la novela donde nos enredamos unos con otros en una aventura interminable, entonces aceptemos que somos personajes de ficción y que vivimos dentro de un guión, de un relato oficializado.

A lo mejor es cierto que estamos enamorados, fatalmente enamorados por entero (o por vacios) de ella y que vivimos en una historia de amor donde la pasión es nuestra alíada.

Albert Camus tenía razón: “La pasión se encamina gradualmente hacia las lágrimas”.-

Copyright de El Cronista. Texto de Gabriela Pousa, domingo 18 de febrero de 1990

PD: Hoy apenas cambiaría alguna cifra, porque ese “amor” nos ha llevado a la procreación, y parece ser que somos ya cuarenta millones de enamorados (Perdón: de ciudadanos) G.P

PD2: Más curioso todavía o más revelador quizás sea copiar textualmente la frase de la última página de ese mismo ejemplar cuya firma hoy también es conocida: “En la actual situación hay que pactar con cualquiera”Orlando Barone (18-02-1990)

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