martes, 7 de septiembre de 2010
MEMORIAS SOBRE UNA PRINCESA
Los comienzos de Cristina K
En su biografía autorizada Reina Cristina, la periodista Olga Wornat retrató la infancia y madurez de la senadora nacional, ahora postulada como recambio de su esposo, rumbo a las elecciones de octubre. En este fragmento, PERFIL ofrece tres aspectos que la pintan de cuerpo entero: su belleza, su noviazgo con un compañero universitario y su marcha hasta Ezeiza para recibir a Perón. Mujer y política: así es, desde siempre, Cristina Fernández de Kirchner.
Intimidades de una candidata a presidente
Era espectacular, físicamente tenía lo justo. Además de lo buena que estaba, intelectualmente les sacaba varios cuerpos a las novias de mis amigos. Defendía sus ideas apasionadamente, mucho mejor que cualquiera más grande que ella.
Era hermosa y arrogante. Le gustaban los hombres grandotes. Cuando la conocí, estaba con un noviecito que le decían “Coqui”, que tenía facha y era altísimo, y que lamentablemente murió muy joven. Después se metió conmigo, que mido 1,88 y entonces tenía mucho lomo porque jugaba al rugby. Finalmente, se casó con Néstor, que mide 1,87. Era muy cariñosa y, en el fondo, vulnerable. Yo sentía que necesitaba mucho cariño y caricias. Me vivía inventando sobrenombres, uno de sus predilectos era “Munino” y no se perdía ninguno de mis partidos. Nos quisimos mucho. Sé que fui su primer amor y ella, el mío.
Así recuerda Raúl Cafferata al hablar de Cristina Fernández. Aquella chica que conoció cuando ella tenía 15 años y él, 21. La primera vez que la vio, fue en el balneario del Jockey Club de La Plata. Ella pasó a su lado como un suave suspiro del verano agitado del ’68: minúscula bikini en un cuerpo perfecto, bronceada, enigmática y altiva.
El dice que se volvió loco, hasta que la encontró y la enamoró. Estuvieron juntos cinco años, hasta que en la vida de la joven aparecieron Néstor Kirchner y una militancia que a Cafferata jamás le interesó.
Con algunas canas y unos kilos de más, y un mínimo y disimulado tono de nostalgia en la voz, Raúl “Lagarto” Cafferata pertenece a una familia de la típica burguesía platense.
Conserva fotografías de aquellos años, que enseña y revela orgulloso de que él fue el autor de esos retratos en blanco y negro –uno de ellos, conocido– que muestran a una Cristina adolescente, bella, con el cigarrillo entre los dedos, recostada en las rejas del zoológico de La Plata.
––Vivía sacándole fotos, me encantaba. Estuvimos cinco intensos años de novios. En esa época, el sexo era todo un tema, ¿no? Todo era incompleto. Además, ni siquiera había lugares para estar, los telos no se estilaban y auto no teníamos. Mis viejos tampoco, aunque eran oligarquetas, son el tipo de gente que no les importan esas cosas. Recién el último año de novios, el padre de Cristina me prestaba el auto, un Chevrolet 400 color dorado. Yo era un irresponsable total y ella, todo lo contrario. Me gustaba salir con mis amigos y quedarnos hasta la madrugada por ahí. Sé que muchas veces ella me esperó y me aguantó sin decir nada, y yo no llegaba o llegaba horas después… Qué sé yo… ¿Ves esta foto acá, en esta revista? ¿Ves sus manos? Las tenía igualitas de cuidadas, con el mismo corte en las uñas, era una reina de linda… ––dice y muestra una revista dominical del diario La Nación, en la que Cristina ocupa la tapa, cuando Kirchner ya había sido electo.
Para comprender el presente es necesario remontarse a los orígenes. Conocer los primeros pasos de una mujer que se ganó por derecho propio su lugar en la historia patria. Ingresar en puntas de pie a un espacio de su privacidad, ese que guarda bajo siete llaves y del que le molesta y le inquieta dar detalles, pero que a la luz de los acontecimientos se me hace imprescindible revelar. Para comprender y saber. Para romper con los próceres, los secretos y las estúpidas ingenuidades. Sin hipocresías. Para mostrar que cada hembra, célebre o no, esconde misterios, poderes varios, instintos y sabiduría. En 1880, Minna Mauer, inteligente feminista alemana, dijo: “Si se incluyese como un factor en la historia todo lo bueno y todo lo horrible que las mujeres han hecho en el mundo, ¡qué diferente sería la historia!”. Después de todo, ¿de qué estamos hechas? ¿De disfraces de acero y make-up? ¿De vidas inventadas para beneplácito de los otros? ¿Por qué muchos nos definen sólo por nuestras relaciones con los hombres? ¿Acaso no tenemos historia propia, buena o mala? ¿No somos vulnerables y tenemos hambre en el alma y en el corazón? ¿No fuimos adolescentes atrevidas e inseguras como todas? ¿No nos enamoramos del hombre equivocado, amamos y nos amaron, tuvimos sueños que no se concretaron o ilusiones que se evaporaron, miedos, inseguridades y angustias, dolores que hacían doler los huesos, flaquezas, lágrimas y risas? ¿Cuáles son las venas y los músculos que conforman la intimidad de Cristina Fernández? ¿Cuál fue su pasado? ¿Qué relatos se extraviaron entre los hilos del tiempo? ¿Contamos a un bello maniquí o a una mujer de verdad?
El certificado de nacimiento dice que Cristina Elisabet (sic) Fernández nació el 19 de febrero de 1953 a las 12:15 horas, en La Plata. Hija de Eduardo Fernández y Ofelia Wilhem, el documento oficial cita como sitio de la parición un lugar llamado “Eva Perón”. Sorprendida, creí que se trataba de un hospital o de un sanatorio de la ciudad. Ofelia Wilhem, atenta, me quitó la duda: “Cristina nació en la casa de una partera que vivía aquí cerca, a pocas cuadras de la casa. Era lo que se estilaba en esos años”.
Cuando Cristina lanzó el primer llanto, la Argentina caminaba tiempos confusos y el futuro no se mostraba ni promisorio ni alentador.
Un país dividido por pasiones y resentimientos. El 26 de julio de 1952, luego de una corta y dolorosa agonía, había muerto, víctima de un cáncer, María Eva Duarte de Perón. A partir de su desaparición, se desnudaron las más bajas y violentas pasiones de sus enemigos y comenzó una idolatría alrededor de su figura que, con el tiempo, la convierte en mito indiscutible e insoslayable; la mujer icono de todas las mujeres, el espejo de las que se decidían a ingresar en el terreno salvaje de la política.
La Plata no era una isla. El sueldo mínimo de la administración pública era de 250 pesos; el de un obrero, de 310 pesos. El litro de leche costaba 30 centavos, igual que un café express chico; el café con leche completo valía 60 centavos. Según el archivo del diario El Día, el puerto de La Plata pasaba por una gran actividad exportadora y mucha demanda de mano de obra. Había un fuerte auge de la actividad en los cines y teatros. El tranvía se deslizaba por diagonales y el comedor universitario, fundado en 1935, era centro de acalorados debates estudiantiles. El famoso pianista Arturo Rubinstein dio un concierto organizado por la Biblioteca Musical Verdi. Lo siguieron Dick Merzollo, de la Scala de Milán, y el tenor lírico italiano Beniamino Gigli. El Teatro Argentino estrenaba El Matrero, de Felipe Boero y Yamandú Rodríguez. Otras visitas fueron la bailarina y cantante Josephine Baker y los mexicanos Pedro Vargas y Jorge Negrete. La congelación del precio de los alquileres, dispuesta por una ley especial, favoreció a las familias más humildes, y que se mantuvo hasta finales de los años 70. Surgen ídolos populares: Pascualito Pérez y José María Gatica. La ciudad también tenía lo suyo. Emilio Pettoruti, el célebre y talentoso plástico de los arlequines, pájaros y solos, había nacido en La Plata en 1892. Cuando Cristina llegó al mundo, en el Palacio de la Calle 6 estaba instalado Carlos Aloé, al que Domingo Mercante –un gobernador que manejó por un largo período el territorio provincial– le había traspasado el mando.
Luego de la muerte de Evita, la ciudad cambió de nombre por un breve tiempo: “Ciudad Eva Perón”, y el empalagoso libro supuestamente escrito por ella, La razón de mi vida, que muestra a una mujer sumisa a su hombre y conductor, pasó a ser lectura obligatoria en escuelas primarias y secundarias.
Se acercaba el final de una era.
“Que la asignación del nombre Eva Perón constituye una valoración contemporánea, sin la significación que confiere la resonancia histórica pretérita; que debe dejarse a juicio de la historia, la razón y el merecimiento que exaltan a figuras; que razones históricas y el aval de una tradición hondamente arraigada señalan la propiedad del antiguo, y que es un verdadero clamor el anhelo popular de restitución”, decía la norma que regresaba la nominación de la ciudad a la original: La Plata. Comenzaban años de oscuridad e intolerancia a la par del crecimiento de una niña que abría sus grandes ojos oscuros al mundo que la rodeaba, con una curiosidad insaciable, querida y consentida por un entorno familiar simple y sin lujos (...).
Sigue
––Era una esponja, no paraba de aprender y aprender. Leía todo, escuchaba todo y observaba todo. Algunas veces íbamos a reuniones con mis padres con cierto protocolo y ella estaba siempre a la altura de las circunstancias, y mirá que era chica. Discutía con mi padre de política y de historia, con una profundidad que asombraba. No hacía ni decía nada fuera de lugar. No sé de dónde lo habrá aprendido, pero lo traía en la sangre. Era una lady.
Cuando Cristina Fernández conoció a Raúl Cafferata, hacía poco que había ingresado al tercer año del Colegio de la Misericordia, proveniente del público y popular Comercial San Martín. Las chicas que llegaban al edificio de 4 y 44, provenientes de otros colegios, difícilmente lograban la estima y el respeto que las religiosas y los docentes tenían por las que conocían desde niñas y habían sido moldeadas y educadas con las más profundas convicciones católicas.
Cristina Fernández, sin embargo, era y es católica por convicción y, como muchos, pasó por períodos de alejamiento y contradicciones con su fe. De enojos con Dios. Pero sobre todo, con la Iglesia. Explica que este enojo le duró un largo tiempo y con motivos claros. La dictadura que llegaría en 1976, los asesinatos y las desapariciones de amigos y compañeros, los horrores descubiertos en los campos de concentración y la actitud cómplice de la mayoría de los que conducían la Iglesia la hicieron alejarse.
Es creyente, pero no es fanática.
La llamada Revolución Libertadora juró arrasar con cualquier vestigio de peronismo. Ocurriría todo lo contrario. El viejo conductor comenzaba a dirigir las operaciones desde su exilio en Puerta de Hierro. El movimiento se reorganizaba en todas las catacumbas del territorio nacional. Surgía la rebelión y se rearmaba lentamente la Juventud Peronista. Al mismo tiempo, en Roma comenzaba el mítico Concilio Vaticano II, con Juan XXIII al frente, que señaló cambios revolucionarios en la Iglesia y el nacimiento de los que más tarde se llamarían los sacerdotes del Tercer Mundo.
En julio de 1963, la JP realiza su Primer Congreso, pero no logra la unificación. Nacen el Movimiento de la Juventud Peronista, encabezado por Envar El Kadri, y la Juventud Revolucionaria Peronista, que dirige Gustavo Rearte. Ese mismo mes, las elecciones, con el peronismo proscripto, dan el triunfo al radical Arturo Illia. Tacuara sale a la luz con el asalto al Policlínico Bancario y en un absurdo accidente de colectivo muere un icono de los años felices del peronismo, el boxeador José María Gatica. Oscar Alende había gobernado la provincia de Buenos Aires y su gestión fue aprobada por peronistas y antiperonistas. El Lobo, el club de los amores de Ofelia Wilhem, había realizado una supercampaña y en su 75º aniversario trae a La Plata al Santos de Brasil, con Pelé, Zito, Coutinho, Pepe y Gilmar, famosos integrantes de la selección brasileña. Julio Cortázar publica su célebre Rayuela y el 29 de septiembre de 1964 aparece Mafalda. Los carnavales de Brasil hacen furor y un grupo de universitarios platenses trae una escola do samba para amenizar los bailes. A partir de allí se transformó en una moda que perduraría hasta mediados de los 70.
En diciembre de 1964 fracasa una operación que traía de regreso a Perón. El avión es detenido en Brasil y obligado a regresar a España.
Los medios más importantes predicen la caída de Illia, muere Alfredo Palacios y se estrena la maravillosa película de Leonardo Favio Crónica de un niño solo. En La Plata se construyen los primeros edificios de varios pisos y hacen furor las galerías comerciales. En lugar de juntarse en las esquinas, las barras de amigos se reúnen en barcitos ubicados adentro de las galerías. En una de ellas, Raúl Cafferata es bautizado “Lagarto”, porque vivía desparramado sobre las mesas, como “un lagarto al sol”. El club de rugby Los Tilos salta a la fama gracias a “Pochola” Silva, un platense que quedaría en la historia de ese deporte. Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato y Victoria Ocampo dictan conferencias en la ciudad y el comedor universitario se traslada definitivamente a 1 y 50. Nace la FURN, Federación Universitaria para la Revolución Nacional, y el peronismo ingresa a los golpes a la Universidad de La Plata.
“A la violencia brutal de la antipatria, opondremos la violencia popular organizada”, era la frase de Eva que aparecía pintada en las calles. En agosto de 1967, 18 obispos del Tercer Mundo toman partido por los pobres, contra el “colonialismo del dinero”. Surge Helder Cámara, obispo de Recife, en Brasil, quien dice una frase que hará historia: “La violencia de los de arriba engendra la violencia de los de abajo”. El 8 de octubre es asesinado, en Bolivia, el Che Guevara, y en mayo de 1968 estalla en París una célebre revuelta estudiantil que llevaba como consigna “la imaginación al poder”. Era el “mayo francés”. Llegan tiempos de mutaciones violentas y urgencias de participación (...).
Cristina fue a Ezeiza el 17 de noviembre de 1972. Dicen que estaba ansiosa y feliz frente a la posibilidad de participar en la movilización que iba a recibir a Perón. Fue una de esas tantas jóvenes guerreras que enfrentaron los tanques y defendieron su derecho a marchar y llegar. Néstor Kirchner se movilizó con sus compañeros de la FURN. Para el amor, faltaba un poco.
—Ingresé a la FURN en 1972, de Veterinaria, y al poco tiempo me tocó la movilización a Ezeiza, para el operativo retorno. Una experiencia única, inolvidable. Me acuerdo del “Gaucho” Fornasari, de Carlitos Dapcich y del “Amarillo”. Salimos en tren desde La Plata hasta Turdera y caminamos toda la noche en silencio. Llovía torrencialmente, pero estábamos felices. Era muy emocionante y no sabíamos qué iba a pasar. Se escuchaban los pasos de miles de personas bajo la lluvia. Se sentía una fuerza y una emoción increíble en la gente. Cuando llegamos a Ezeiza, no pasamos del alambrado. Estaba el Ejército –dice Manuel “Gallego” Pedreira, ex dirigente de Montoneros.
––Cuando se organizó la marcha para recibir a Perón, mi padre se puso frente a la columna de la JP. Con sus 64 años, caminó como todo el mundo, y llegaron al río Matanza, donde fueron detenidos por una barrera de tanques y soldados. Allí había militancia de base, chicas y muchachos que no estaban encuadrados en nada, militantes de las organizaciones de la juventud. No estaban ni los encumbrados dirigentes, ni los grandes sindicatos, era el pueblo y principalmente la juventud –recuerda Gonzalo Chávez–. De todo el interior iban llegando columnas que confluían sobre Ezeiza; no llovía, diluviaba, y eso hacía más lenta la marcha. De La Plata seríamos más de diez mil personas. Los militares impidieron que el pueblo tomara contacto con su líder, pero Perón ya estaba en la Argentina…
Cuando aquella mañana destemplada, después de 17 años y 52 días de exilio, Perón descendió del avión en Ezeiza, lo esperaban José Ignacio Rucci y Juan Manuel Abal Medina. La escena, célebre, muestra a Rucci con el paraguas en la mano cubriendo al líder y a un costado, a Abal Medina, Isabelita y López Rega.
La fórmula Cámpora-Solano Lima obtiene el 49,59 por ciento de los votos y Balbín-Gamond el 21,3 por ciento. Se suspende el ballottage. El 30 de abril, en el estadio de Argentinos Júniors, se realiza el “Festival del triunfo” con Pescado Rabioso, Pappo, Sui Generis, Nebbia, Gieco y Pedro y Pablo. El 25 de mayo de 1973 es una fiesta.
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