miércoles, 8 de septiembre de 2010
QUE NOS DEVUELVAN ARGENTINA
Yo quiero que me devuelvan mi Argentina
“Ser argentino era un virtud envidiable y apetecida... Es demasiado grave lo que nos ocurrió y nos sucede, como para mirar hacia atrás. Sólo lo haremos para aprender de los errores”.
Por Carlos Manuel Acuña
Desde fines del siglo XIX la Argentina se había consolidado como República independiente y organizada. Conquistado el desierto, lograda la unión interna después de muchos avatares y desencuentros, afirmadas sus fronteras, una notable dirigencia condujo la inserción Argentina en el mundo y comenzó a construir una arquitectura económica y espiritual sustentada en el campo, el comercio y la exportación. De esa manera se sentaban las bases para una industria futura y ocupacional, todavía lejana pero posible. El periodismo, nacido en los albores de la independencia, sentaba las bases de su participación indispensable. Atrás quedaban las luchas civiles, las distintas interpretaciones sobre el pasado y el futuro y se iniciaba un camino caracterizado por un sentido de pertenencia y un objetivo común. Esto último se incorpora en la definición de Patria. Antes del fin de ese siglo venturoso, se abrieron los brazos a la inmigración que llegó alentada por las condiciones ofrecidas que comenzaron a convertirse en una fuente inagotable de alimentos para el mundo. Un mensaje permanente que, por eso, hoy nos rige. Todavía con una democracia imperfecta, tal como sucedía en otras geografías de la época, la Patria vigorosa tomaba cuerpo y forma, el orgullo la alimentaba y sus éxitos se extendían a lo largo y lo ancho del continente y se proyectaban en el universo occidental. La República Argentina imponía respeto. Su capacidad militar instituida previo al nacimiento de la Argentina, expresaba esa realidad y respaldaba su colocación en los primeros puestos donde competían estados más antiguos e importantes que relegaban, poco a poco, su colocación en la escala de poderes y riquezas. Había nacido nuestra tradición. Para ello, las sangres se mezclaron y apuntalaron una nueva realidad que llevó las expresiones de una cultura novedosa que iniciaba la envidia de pueblos más antiguos junto con la aceptación mientras tentaba a otras sociedades de signo parecido pero con menores perspectivas. Esta verdad, insistimos, deben aprenderla las nuevas generaciones que nos siguen.
Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Cuyo, Catamarca o La Rioja o el litoral histórico que también registró heroicos combates como las restantes provincias existentes, todos atrajeron a miles de extranjeros que junto con sus padres, sus hijos y el potencial de los que iban a nacer en estas tierras para ser y sumarse a los argentinos originarios, hicieron lo que hicieron para convocar a los latinoamericanos que querían estudiar, formarse y volver a sus ciudades y campos con lo aprendido en nuestras universidades para poder progresar. Así fue el papel desempeñado por esa joven Argentina. Así supieron porqué varias de sus banderas habían incorporado el azul y blanco y que la nuestra llegó a flamear en las costas de la Florida. El sur, aún lejano, ya era parte definitiva del territorio y se sumaba a la creación de recursos. Nuestro lenguaje, nuestros sentimientos y nuestra forma de vida adquirieron el carácter de una referencia ineludible hasta tal punto, que ser argentino era una virtud envidiable y apetecida.
Así llegamos al Centenario, magnífica expresión de poderío creciente, de ejemplo lleno de firmeza, de riqueza y de un presente y un futuro prometedor y venturoso. Todo eso es lo que niega este gobierno y salvo excepciones meritorias entre quienes enseñan, se oculta en las escuelas y colegios donde se tergiversa la memoria de los próceres, de los héroes, incluso de aquellos que llegaron a enfrentarse entre ellos con la sinceridad de un ideario, mientras un subjetivismo enfermizo pretende alterar la historia verdadera para someterla a una ideología mentirosa, ajena y fracasada.
Entre ese primer Centenario hasta el segundo que acabamos de celebrar, la proyección de la Argentina se modificó. Apareció la decadencia que estamos obligados a revertir. Para superar las instancias de la confrontación, de las divisiones y de la tristeza consiguiente, estamos seguros que ha llegado el momento de superar en las pasiones las alternativas negativas y del fracaso. Tenemos que tender la mano a la franqueza y el reencuentro. Creemos que sin olvidar lo ocurrido, debemos mirar hacia adelante. El siglo XX había surgido con valores que impulsaron la educación y la convivencia política que luego derivó en contradicciones y enfrentamientos. Es demasiado grave lo que nos sucedió y sucede como para detenernos a mirar hacia atrás. Lo haremos sólo para aprender de los errores.
Hoy nos debatimos en medio de todo lo que contradice y repudia lo que queremos rescatar de lo que fuimos. La vida cotidiana nos envía mensajes atractivos para la memoria comparativa pero como desafío del presente para un mañana que se muestra vencido de antemano, lo que no aceptamos. Desde la inseguridad que nos acosa durante el día, el atardecer y la noche peligrosa, hasta la permanencia contestataria en la política y el contenido falsificado de los discursos, vivimos la ansiedad por un lado y la angustia concurrente por el otro. Hay que resistir para alcanzar el triunfo. Los padres, los hijos, quienes trabajan, estudian o construyen, ricos o pobres, ignoran todos los días si volverán a su hogar donde el riesgo y el temor persisten ensamblados por las muertes injustas, los robos y asaltos. En sus casas también rige la misma inseguridad. Los Códigos reformados alteraron la convivencia pacífica y civilizada. Se organizan violentas presencias minoritarias en las calles de las ciudades amparadas por un sistema que se resquebraja, se ocupan edificios y levantan campamentos en las plazas instigados por los poderes públicos, se habla de organizaciones armadas cuya mención se plantea como una amenaza contenida que nunca se desmiente. Se ha destruido el orden, la jerarquía y el mutuo respeto que debemos dispensarnos. Las presiones oficiales sobre la Justicia sientan precedentes dolorosos e insoportables, se cierran fuentes de trabajo y de hecho, se promueve el delito bajo las formas más diversas. Las Fuerzas de Seguridad y la Policía están impedidas de cumplir sus funciones y si lo intentan, corren el riesgo de castigos por la simple circunstancia de cumplir con su deber y un sacrificio que suele llegar hasta la muerte alevosa. Las lágrimas y la indignación no solucionan el problema. Maestras y maestros deben reclamar a viva voz por su subsistencia y a las aulas llega el fomento de la indisciplina y la rebelión. Los jóvenes desertan del estudio, salen a las calles y participan de verdades batallas campales. Adquirimos experiencia en lamentables puebladas. Los recursos que pertenecen a todos son utilizados con fines electorales y el rol trascendente de la mujer y el varón quiere alterarse para disolver a la familia, enfrentar a la naturaleza puesta por Dios sobre la tierra, romper el don de la paternidad y dejar a un costado el milagro fabuloso de la mujer como madre gestora de nuevos argentinos.
Cuba fue la impulsora que instrumentó la guerra de los años sesenta y setenta como parte de la bipolaridad estratégica que dividía al mundo. La Argentina, como otros países, ganó esa guerra en el terreno de las armas pero es, somos, la única Nación americana cuyos presos políticos triplican ampliamente los que aún yacen en las cárceles de La Habana. Hay ciudadanos perseguidos por sus calidades y diferencias ideológicas y morales con quienes detentan el poder. Los militares agredidos en su condición de tales y en su vocación de defender el territorio de eventuales ataques externos, son vituperados bajo el signo del resentimiento vil e ideologizado. Enjuiciados por algunos de los derrotados -incluso por mercenarios entregadores de sus propios compañeros- contrariando la objetividad de la norma y la Constitución, se les inventa causas para llevarlos a prisión por haber cumplido órdenes legítimas y enfrentado con éxito una nueva forma de guerra solapada. Es la misma que hoy azota al mundo, desde Irán a Ecuador y Venezuela, pasa por la selva colombiana, llega hasta Bolivia, se asoma en el Paraguay y pretende instalarse entre nosotros alimentada por las arcas de la droga que hace estragos en la juventud. Tentada para manipularla con objetivos obscenos que impulsan el delito terrorista como parte de un comercio quebrador de voluntades, el desempleo, la falta de oportunidades y las tentaciones publicitarias, son las armas de una frustración buscada para utilizar a los jóvenes en próximas aventuras que no soportan la definición de políticas.
El narcotráfico reina entre nosotros con su comercio vil y la tolerancia cómplice. Integra la corrupción utilizada como arma terrible para la descomposición institucional que no resuelven los políticos, los incapaces o los encandilados por una democracia declarativa e inexistente. Queremos que el devenir democrático sea algo más que un vocablo convertido en sonsonete inescrupuloso en algunos casos, el disfraz para enriquecerse a costa del esfuerzo colectivo en otros o el agotamiento que amenaza con el aplastamiento de los más sinceros que deben luchar a brazo partido para sostener sus convicciones. La suma de estos componentes alarmantes converge en otro tema sustantivo: la amenazada libertad de opinar e informarse. El proyecto es conocido, está en marcha y se acelerará día a día en la medida que la quiebra económica y la descomposición institucional avancen hacía límites insospechados que serán arrasados por el peso de acontecimientos incontrolables. De esa forma, se cerrará un círculo que podemos calificar de insólito en esta altura histórica del mundo. Ya no podemos hablar de una Patria enferma sino que debemos hablar de una República moribunda. Por eso vamos a rescatarla con el estallido de la moral luminosa y esencial con la que el destino quiere ponernos a prueba. Será para alcanzar el único fin que nos proponemos. Como se despide la letra de la nueva canción patriótica, actuemos y repitamos a viva voz: “Yo quiero que me devuelvan mi Argentina”.(1)
(1) Escrita y musicalizada por el capitán de Fragata Silvio Eduardo Galíndez dos días antes de su muerte, en junio de 1997. El texto fue publicado esta semana por la revista “Políticamente Incorrecto” que dirige Gustavo Breide Obeid.
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