domingo, 19 de septiembre de 2010

SALTOS AL VACIO


CRÓNICAS DE LA REPÚBLICA
Saltos al vacío uno tras otro

por Eugenio Paillet

Cristina Fernández viene de tirar por la ventana el plan que ella misma había ordenado poner en marcha, apenas hace un puñado de días, para reconquistar a la clase media con créditos y heladeras; Néstor Kirchner se apresta a declarar la guerra total a la Corte Suprema de Justicia, porque se metió con su feudo santacruceño y, encima, fallaría en contra de un artículo clave de la nueva ley de Medios; Hugo Moyano avanza sin prisa, pero sin pausa, en su tarea de espantar votantes e intendentes por partes iguales, y de amenazar, al mismo tiempo, con barrer a los Kirchner del mapa, cada vez que se mira al espejo y se compara con Lula; el gobierno va camino de comprarse penosamente un conflicto innecesario con Chile, sólo por no desagradar a sus socios locales de los derechos humanos, en una nueva muestra de la visión tuerta que tiene el matrimonio a la hora de pararse frente a la cuestión; el control del aparato político bonaerense se le va de las manos sin remedio al santacruceño, justo allí donde necesita hasta la voluntad de los más escépticos para no sucumbir el año que viene; y Daniel Scioli, el eterno humillado del matrimonio, planea, de a poco, una imperceptible, pero impostergable, estrategia de despegue hacia escenarios menos oprobiosos.

En una escalada insólita que ni sus propios seguidores terminan de entender, los Kirchner suman nuevos enemigos y acometen nuevas batallas, como si necesitasen reafirmar ante propios y extraños que la única forma de construir poder que entienden (y de retenerlo, aunque, en este caso, la fórmula empieza a mostrar algunas fallas) es pelearse con todos y contra todos al mismo tiempo.

Mientras, ensayan algunas jugadas de baja estofa, como es el apoyo a las tomas de colegios y facultades en la ciudad de Buenos Aires, con el objetivo hasta declarado por algunos de sus grupos de choque (en este caso, La Cámpora y otras agrupaciones que estuvieron en aquel fallido acto del Luna Park) de desestabilizar a Mauricio Macri. La monumental hipocresía con la que Aníbal Fernández intenta tapar esa estrategia no alcanza a disimular, por ejemplo, la enorme sospecha sobre una zona liberada que dejó la Policía Federal, que depende del gobierno nacional, durante la marcha estudiantil del jueves por la noche, que convirtió en un estropicio la sede de la comuna metropolitana y los edificios adyacentes.

A estas alturas, hay algunos observadores que se han preguntado, no sin razón, si los Kirchner en verdad quieren ganar, o perder, las elecciones presidenciales del año que viene. Son los que reflotan en la memoria la existencia de aquel plan B que sostiene que, ante la imposibilidad de seguir en el poder, un supuesto que hoy ninguna encuesta seria se atrevería a negar de plano, el matrimonio se replegaría para encabezar la oposición al gobierno que lo suceda, con el propósito de apostar al desgaste de la nueva administración y regresar como "salvadores" cuando la sociedad lo reclame.

No se entiende, salvo por el absurdo de algunas decisiones que se toman en Olivos cuando todo el oficialismo supone que se debe ir en la dirección contraria, que la presidenta se haya despachado con semejante destrato a la clase media, en aquel acto del Luna Park. Es ella misma, con la aprobación de su esposo, había ordenado, hace un mes, preparar un ambicioso plan destinado a recuperar el voto de la clase media que los Kirchner perdieron, primero, durante la pelea con el campo, y, después, en las elecciones legislativas de 2009. Ese programa, que iba a ser financiado con fondos de los jubilados en manos de la Anses, suponía llegar al corazón de esos sectores medios con créditos para viviendas, automóviles, electrodomésticos, y otros beneficios.

Cristina puso acta de defunción a ese plan aun antes de haberlo hecho nacer; encima, con un discurso irritante que atrasa sesenta años, como acusar a la clase media (que se nutre, mayormente, de trabajadores hechos y derechos) de pretender alejarse de los "negritos", categoría en la que, se supone, colocó a los millones de desempleados o trabajadores en negro, pobres e indigentes que ha sabido acumular este gobierno desde que llegó al poder, en 2003.

Hay dos explicaciones que se escuchan entre quienes siguen atónitos la escena: o los Kirchner suponen que con semejante destrato van a conseguir que la clase media regrese al redil y los vote el año que viene, o (supuesto que reconoce mayores adherentes) el odio ancestral que guardan hacia todos los que no siguen sus dictados ha hecho que, finalmente, desistan de aquel propósito que anidó en las cabezas de sus estrategas poco después de la derrota de 2009.

Por carril parecido camina, por estas horas, el plan para declarar la guerra a la Corte Suprema. La gravedad institucional que ello implica (porque se trata, nada menos, que de desconocer la existencia misma de la justicia en el país, si es que esa justicia no falla en la dirección que quieren los Kirchner) es de una magnitud sólo comparable a la época cuando, directamente, los tribunales estaban cerrados. Kirchner prepara un acto para el 8 de octubre en Río Gallegos, con el declarado propósito de "desagraviar" al gobernador Daniel Peralta por el ataque que ha sufrido por parte de los miembros del máximo tribunal.

El "ataque" al sumiso mandatario santacruceño, que no dudó en llamar a Olivos para pedir instrucciones antes de denunciar que los jueces y la oposición quieren desestabilizarlo (escena a la que se subió el inefable Aníbal con la denuncia de un "golpe de estado") es nada menos que un fallo del alto tribunal a favor de que el ex procurador de la provincia, Eduardo Sosa, echado por Kirchner en 1991, cuando era gobernador, porque el entonces funcionario se atrevió a investigar actos de corrupción en su gestión, sea repuesto en el cargo.

En verdad, Kirchner planea una venganza contra los jueces supremos porque el único aliado que le queda en ese cuerpo le advirtió que la Corte tendría resuelto fallar en contra de la apelación del gobierno para que se pueda aplicar el artículo de la ley de Medios del kirchnerismo que obliga a las empresas periodísticas (aunque el centro de la estrategia le apunta al grupo Clarín) a desprenderse de algunas de sus posiciones en el término de un año, para no ser acusadas de monopólicas. Antes que aquel acto en Río Gallegos, el gobierno prepara una manifestación a las puertas mismas del Palacio de Tribunales, para presionar a los jueces: será el 27 de este mes y se anticipa que los grupos afines al gobierno planean llevar pancartas que anunciarán la supuesta connivencia entre el alto tribunal y el multimedios que desvela a Kirchner. El colmo del desparpajo es que esa marcha se promociona este fin de semana durante las emisiones del "fútbol para todos" por la televisión pública, que se ha convertido en un desvergonzado espacio de propaganda de los Kirchner.

Hay más datos: el gobierno viene de desconocer otro fallo de la Corte, como es el que instó al Poder Ejecutivo a conceder la extradición del ex guerrillero chileno Galvarino Apablaza Guerra, que reclaman la justicia y el gobierno del país vecino para que sea juzgado por el asesinato de un senador en plena etapa democrática, durante la presidencia de Patricio Aylwin, y el secuestro extorsivo, durante la misma época, de un empresario periodístico. Hay casi plena certeza de que Cristina Fernández se negará a cumplir con ese fallo, y, en cambio, concederá al exintegrante del Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez el status de refugiado político a cargo del gobierno argentino.

¿Por qué Cristina incumplirá ese fallo de la Corte? Porque sus aliados de los derechos humanos, encabezados por Hebe de Bonafini, le hicieron sentir el peso de esa alianza y le reclamaron que no lo envíe a Santiago. Aníbal Fernández sabe muy bien del tenor de esa suerte de amenaza encubierta. Conclusión: el ex guerrillero será considerado por el gobierno argentino como un "perseguido político", y lo escamoteará a la legítima decisión del gobierno de Sebastián Piñera de someterlo a los tribunales chilenos por ser responsable de crímenes cometidos durante la vigencia plena de las instituciones en el país vecino. La doble moral de los Kirchner se pone de manifiesto una vez más. Y el matrimonio seguramente entrará en un proceso de deterioro de la relación bilateral, como ya pasó con Uruguay en el caso de las papeleras, pese a los gestos concretos que ha tenido Piñera para encauzar el vínculo, como cuando aceptó sin chistar cambiar al embajador que había designado en Buenos Aires porque los Kirchner se lo vetaron por orden de Bonafini y compañía, que lo acusaron de tener "pasado pinochetista".

El destrato público a Daniel Scioli podría costar a Kirchner más de la cuenta. Dicen, en las cercanías del gobernador, que el tiempo de la sumisión comenzaría a agotarse. Hay una frase que entregó en un reportaje esta semana que, para esos confidentes, debe entenderse en clave para orejear lo que se viene. "Mi compromiso, antes que nada, es con la Provincia; después, con el proyecto al que pertenezco", dijo. Es la primera vez que Scioli pone a los Kirchner en segundo lugar, dentro de sus preferencias. Y hasta se afirma que estaría rumiando alguna venganza.

¿Desdoblará Scioli las elecciones en la Provincia, lo cual supondría una sentencia de muerte para las aspiraciones de Kirchner de colectar votos bonaerenses para su candidatura? El dato fue rápidamente desmentido por los voceros del gobernador, una vez que ganó las páginas de los diarios. Pero la estrategia surtió efecto: la idea quedó boyando. ¿Cuándo romperá Scioli con Olivos? Nadie lo sabe. Pero en La Plata prefieren ser cautos y hasta explican, con números en la mano, las razones del gobernador para soportar una y otra vez los desplantes de Kirchner. Las encuestas, que de eso se trata, muestran que sigue siendo el dirigente con mejor imagen e intención de voto en la Provincia. Justamente, que Scioli mida en Buenos Aires mejor que Kirchner y Cristina ha sido uno de los argumentos preferidos del santacruceño para someterlo al escarnio. Por otro lado, los números que maneja la gobernación dicen que, lejos de perjudicarlo o de restarle puntos en la consideración de sus votantes, el maltrato de Kirchner lo convierte en "víctima" con la que hay que solidarizarse. Scioli podría, lejos de patear el tablero, dejar correr mucha agua bajo ese puente, antes de imaginar algún portazo.

Los rumores sobre el verdadero estado de salud de Kirchner se han mezclado, en las últimas horas, con los picos de mala sangre que le ha provocado el desbande sin remedio de parte de su tropa en la provincia de Buenos Aires. Las sospechas de que Scioli finalmente intentará una salida más democrática y menos autoritaria que la que le proponen desde Olivos hasta podría agravar ese cuadro. Los intendentes de peso del Conurbano y del interior, con Sergio Massa y José María Eseverri a la cabeza, han dicho, sin eufemismos, que su límite, de cara a las elecciones del año que viene, es Kirchner. Y los barones del Gran Buenos Aires están que trinan por el desembarco de Hugo Moyano en el peronismo territorial. Aquellos y estos han reivindicado a Alberto Balestrini como su único y verdadero jefe, más allá de su convalecencia. Y han mostrado, en los gestos y las palabras, que Kirchner ha dejado de ser para ellos el principal referente. No es poco.

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