EL NAUFRAGIO NUESTRO DE CADA LUSTRO
(Por el Lic Gustavo Adolfo Bunse) (22/4/2008)
De la culpa, no ha de poder escapar.
Existe la errónea tendencia a librar de responsabilidad a la mujer que está gobernando el país. Que la asesoran mal, que su esposo la induce al error, que Moreno hace las cosas por su cuenta, que D’Elía está fuera de control, que la quieren desestabilizar o que le obstaculizan la tarea.
Todo absolutamente falso. Ella hace y decide todo a su antojo.
Hasta manda a instruir a ciertos jueces y fiscales por la vía del abierto apriete, por conducto de 2 miembros del Consejo de la Magistratura.
Le importa un bledo enviar el país a un escenario irreversible.
Por lo dicho, cabe dudar mucho si esta señora sabe o no sabe que nos ha metido a todos en un problema grave. Un problema que hoy flota en el aire y que se huele mucho más nítidamente que el humo.
La inflación se le disparó por exclusiva culpa de la liturgia que ella misma decidió convalidar casi como un rasgo conyugal.
La negociación con el campo… ya es un descomunal fracaso.
La duda resulta de su actitud. Llega a pretender justificar su agresividad en la supuesta necesidad de compensar un enorme “complejo de género” que ella misma ha instalado en cada discurso, acaso para estimular la magnanimidad de una sociedad a la que enfoca como discriminadora.
Su primera reacción, ha sido no reconocer absolutamente nada.
En línea con eso, no ha tomado, ni va a tomar ninguna medida.
O tiene un diagnóstico erróneo o no tiene la menor idea de nada.
El muy famoso pretor del mercado Guillermo Moreno, con su explícita anuencia, sigue hoy con sus prácticas feudales de repartir docenas de prótesis de plástico para que los empresarios genuflexos le injerten a la realidad de los precios.
Pero las prótesis… ya no alcanzan. Todo ya ha desbordado.
Sus propios economistas le han avisado que vamos derecho a una piña.
La distorsión de precios es tan grave, que todo el mercado se encuentra hoy sumergido en la llamada “inflación de expectativas”, acaso la más peligrosa actitud psicológica que se asume cuando hay plena conciencia de que el gobierno no sabe, no puede o no quiere hacer nada para aplicar un correctivo drástico.
El común de la gente y también algunos grandes delirantes creen que las reservas del BCRA tienen la mágica cualidad de protegernos de cualquier contingencia inflacionaria. Ignoran que ni las reservas, ni el supuesto crecimiento, ni el superávit fiscal (hipertrofia de un IVA de gran inflación) tienen algún remedio ínfimo entre sus cajones.
Y así las cosas, como es natural, el clima de pre colapso de la economía es hoy suficiente para encender la mecha de una crisis política que ya los empezó a cercar.
Hemos oído antes de las elecciones y lo seguimos oyendo ahora :
¿ Cual es la alternativa, si el matrimonio deja el gobierno ?
Con este único interrogante, convertido en el fundamento que parece avalar “lo menos peor” , se enmascara un vergonzoso desdén y una abierta declaración de temor. Sólo con eso, mucha gente fue a votarlos en las últimas elecciones encogida de hombros, desentendida e imbécil.
Y la única respuesta que tenían, para sí mismos, quienes argumentaban esta suerte de interrogante excusatorio de sus brazos cruzados, tenía que ver precisamente con el erial político que el propio matrimonio hubo de perpetrar con su paciente y profundo exterminio político.
Entre las curiosas manías que tiene la Presidente alucinada que tenemos, se destaca su pasión loca por jugar con nafta y encender fósforos arrojándolos al aire.
En algún circo, seguramente podría recibir aplausos por sus malabares siendo acaso confundida con una valiente contorsionista expuesta a ser consumida por las llamas en medio minuto.
Frente a sus delirios extravagantes , uno tiene todo el derecho del mundo a imaginarse estas cosas:
Ser político en este país quizás debe tener como condición secreta, que el aspirante deba ser inoculado por algún brebaje que se conserva en laboratorios subterráneos, en algunos frascos horrorosos, fuera del alcance de los mortales.
Ese producto químico temible, ataca primero que nada, al cerebro.
Lo convierte en una especie de gelatina amorfa.
Empieza obligando a los “inoculados” a distorsionar sus valoraciones personales. A darles una entidad que, en el fondo, jamás han tenido.
A que pretendan ser dueños de opiniones indiscutibles e inatacables.
A que inunden con dogmas insólitos, de esa manera, todo su espectro de percepciones.
Poco después de esa etapa, el líquido ataca algunas partes centrales del razonamiento cotidiano y los hace, a estos sujetos, transcurrir por los paisajes de la actividad espiritual como verdaderos posesos, como profetas de la verdad revelada , absolutamente incontrovertible.
Como fanáticos de sí mismos.
Allí, entonces empiezan a mostrarnos síntomas muy claros de una rara contaminación, tratando de imponer unas “virtudes” que suponen propias, como hechos incontrastables y como un catálogo axiomático sobre el que no puede caber discusión alguna.
Fulminan todos los matices y los tornasoles… pero luego salen a hablar con una ambigüedad que deja a todo el mundo en estado de indignación.
Convierten a la vida colectiva, en una hiriente convivencia.
En el acto, se vuelcan con gran facilidad a una especie de exageración mitómana. Y lo que es más grave, confunden la “parte” con el “todo”.
Viven… como en una isla.
Se entienden, entre ellos, en base a señales evanescentes.
Hablan mediante señales de vapor que tienen un código distinto cada día.
Viven poseídos por la caricatura y, peor que eso, por una caricatura insolvente y mal intencionada. Por eso al querer magnificar una supuesta la ignorancia del prójimo, lo que buscan es escabullir la propia.
Anulan a sus viejos amigos con la lápida del silencio ó con alguna algarabía absolutamente hipócrita.
Van a nuestro lado, pero no nos miran de frente, cara a cara, por cuanto el brebaje que circula por sus venas los hace caer en la vocación horrorosa de ser oblicuos para siempre.
Pero soy aquí muy indulgente con ellos, por cuanto he dicho que, en realidad, lo que pueda haberles ocurrido es la inoculación de algún líquido que (aunque voluntariamente aceptada), haya sido un error en su vida, lo cual, es casi como absolverlos de su culpa razonada y autónoma.
Sería como decir, que no son ellos mismos, que son otros.
Pero lo realmente dramático, lo verdaderamente fatal, es que aquí no existe ninguna inoculación. Son ellos mismos. Es ella misma
Y con absoluta parsimonia, con la más salvaje irresponsabilidad, nos va a llevar a todos, en muy poco tiempo, a un nuevo naufragio.
Será… el naufragio nuestro de cada lustro.
Lic Gustavo Adolfo Bunse
gabunse@yahoo.com.ar
miércoles, 23 de abril de 2008
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