domingo, 6 de abril de 2008

ANTE LA CRISIS

Ante una crisis política y de popularidad
Por Joaquín Morales Solá

Sucede algo parecido a un derrumbe en las encuestas que miden la popularidad de Cristina Kirchner. Son resultados reservados, que sólo se dicen entre murmullos.

Las presiones son insoportables, aceptó uno de los principales encuestadores del país. Gobernadores peronistas pidieron en la cima misma un cambio de gabinete, que sea capaz, dijeron, de darle oxígeno a la administración y de dotarla de nuevas expectativas. Legisladores kirchneristas debieron cancelar este fin de semana viajes al interior de sus provincias, porque fueron advertidos de que recibirían duras críticas.

La Presidenta y su gestión tienen un grado de aceptación popular que ronda sólo el 40 por ciento, según casi la unanimidad de los encuestadores consultados. Casi la unanimidad, también, ha pedido reserva de su nombre. La única excepción fue Graciela Römer, que acaba de concluir una medición sobre el Gobierno. La gestión presidencial de Cristina Kirchner tiene sólo el 38 por ciento de imagen positiva, según esa encuesta (de la que se informa en la página 12).

La consultora Poliarquía medía la gestión presidencial con el 47 por ciento de aceptación antes de la crisis con el campo. Seguramente la Presidenta ha perdido 10 puntos en estos días , subrayó un funcionario nacional. Estaríamos en tal caso en un porcentaje parecido al de Römer, de acuerdo con los movimientos de una sociedad -es cierto- muy volátil. Cristina retiene, así las cosas, el bloque duro del peronismo, cuyo piso estuvo siempre en el 35 por ciento.

Los encuestadores más cercanos al oficialismo le han acercado al Gobierno cifras parecidas. Sólo han contado vagamente esos resultados ante funcionarios o legisladores oficialistas. La caída es tan pronunciada que no se puede mostrar , alertó uno de ellos. No se trata sólo de Cristina Kirchner. Ya antes de perder los aderezos del poder, también Néstor Kirchner había descendido de las cifras celestiales que tanto le gustaban; la crisis ya se vislumbraba entonces.

¿Qué ha precipitado las encuestas? El castigo y el látigo siguen ocupando el lugar de la política. El Gobierno ha perdido la práctica de hacer política. Los Kirchner prefieren las decisiones encerradas, de las que no participan ni sus propios adherentes. Los legisladores oficialistas andan como zombis en el Congreso; no saben ya por qué luchan ni qué bandera quedó en pie entre tanto fárrago. Nadie los llama, salvo cuando la administración necesita una perentoria decisión parlamentaria.

Legisladores oficialistas han discrepado con los métodos del Poder Ejecutivo, pero nadie los oyó decir esas críticas. En sus provincias, muchos de ellos deben disimular sus presencias o concurrir sólo a lugares seguros para no someterse a probables increpaciones.

Hay, en definitiva, un divorcio marcado entre la sociedad política y la sociedad civil. La participación, la distensión y el diálogo podrían cambiar el clima. Pero, ¿saben los Kirchner gobernar bajo otras condiciones que no sean las de una estricta disciplina?

Algunos gobernadores han dicho en público sus diferencias. El chubutense Mario Das Neves insistió en ellas delante de la cresta misma del poder y se animó, además, a reclamar un cambio en el equipo de colaboradores de la Presidenta. A Carlos Reutemann le han reconocido siempre una virtud: es uno de los pocos políticos que caminan y hablan con la gente común. Los reparos públicos que le hizo al gobierno nacional forman parte de su percepción personal del estado de ánimo social. ¿El actual senador tiene campos de soja, como le reprocha el Gobierno? Los tiene. Eso no les quita autenticidad a sus palabras.

La crisis política y de popularidad que enfrenta la administración sucedió después del conflicto con el campo. La administración es indiferente a esa constatación. El campo siguió bajo el régimen del castigo kirchnerista. Todos los funcionarios fueron conminados a no hablar con sus dirigentes después de que éstos lograran levantar el paro. Habían sido demasiado duros en sus discursos de Gualeguaychú para el paladar de los Kirchner.

El mal humor del campo

Encerrado en sí mismo, el Gobierno no tuvo en cuenta la situación de los otros. ¿Podían los ruralistas ir a ese tipo de asambleas con un discurso blando para lograr una decisión blanda, como fue la suspensión de la huelga? ¿Acaso los dirigentes agropecuarios no se olvidaron de las agresiones oficiales para rescatar sólo la convocatoria al diálogo?

La política es así. De hecho, los dirigentes rurales habían sido llamados golpistas por la propia Presidenta en el acto de Plaza de Mayo, donde sólo le habló a la Plaza de Mayo. Las alusiones a los golpes de Estado deberían tomarse con más seriedad en un país que los sufrió tanto y durante tanto tiempo.

Sobre el fin de semana, el mal humor volvía a percibirse entre los dirigentes agropecuarios. El paro se había levantado y nadie los llamó. En el fondo, los gestos de distancias y de dilaciones, aunque no las palabras, expresaban cierto triunfalismo oficial. Nunca hubo un análisis objetivo del conflicto dentro del Gobierno. Ese era uno de los problemas.

Otro problema consistía en que los ganaderos quieren volver al paro mañana mismo: envíos de carne al exterior estaban siendo desembarcados por orden del Gobierno.

Las exportaciones de unos dos millones de toneladas de trigo seguían cerradas. Guillermo Moreno dio esas órdenes. Lousteau, su jefe formal, no sabía nada. A los ganaderos estuvo dedicado el gesto público de Moreno de cortarle la cabeza a alguien. A pesar de ello, era Lousteau el funcionario más criticado en los círculos agropecuarios. Quizá no esperaban de parte de él lo que dan por descontado de parte de Moreno.

Carne y trigo habían sido levantados por la Presidenta como las cosas buenas del campo frente a la 'plaga' de la soja. Atardecía el viernes último cuando se oyó a un importante dirigente agropecuario: El Gobierno no conoce la dimensión del conflicto social. Nosotros tenemos el aliento en la nuca , dijo. Y remató: Así, el paro volverá en 30 días .

El único que entrevió el tamaño del conflicto fue Hugo Moyano, que le aclaró a Néstor Kirchner que los camioneros cortarían las rutas, pero no enfrentarían a los productores. Esos están todos armados , le explicó con preciso conocimiento de las circunstancias y de los hombres. El enfrentamiento llegó a esos niveles de crispación. ¿Por qué? ¿Qué cosa dejó tantas heridas? Después de todo, las principales variables de la economía no han dejado de crecer.

D´Elía y las encuestas

No obstante, las clases medias urbanas y rurales parecen haberle retirado la confianza al Gobierno, empujadas no sólo por el conflicto con el campo. También influyó de manera determinante la inflación, irresuelta y agravada, y las fuerzas de choque enviadas por el Gobierno para disolver manifestaciones opositoras.

Entre Luis D Elía y las encuestas hay una incompatibilidad permanente. O se lo exhibe a D Elía o se hacen encuestas. Ningún escalón es, además, el último para ninguna sociedad. Cualquier comunidad de personas reclama siempre un poco más.

Algunos encuestadores le explicaron al Gobierno que la culpa de sus desdichas es de los medios y de los periodistas. ¿La gente común necesita que los periodistas le cuenten que hay inflación? ¿Cómo esconder a D Elía?

La Presidenta ha pedido comprensión para un gobierno de poco más de cien días. La sociedad no está evaluando una gestión de tres meses, sino una de cinco años. Cristina Kirchner perdió la oportunidad de dar una imagen de cambio cuando confirmó a casi todo el gabinete de su esposo. Para peor, en el primer mes de gestión de la actual presidenta, Néstor Kirchner tuvo más protagonismo público que ella.

El conflicto de Cristina Kirchner no es su condición de mujer, sino la instalación en el imaginario social de la continuidad de una gestión y de unos métodos que ya estaban dando, mucho antes, signos evidentes de fatiga.

¿Perciben en el vértice del mando estas debilidades y aquellas complejidades? ¿O, en cambio, se consideran dueños de la victoria y de sus derechos? Si la situación fuera esta última, estaríamos ante una estirpe política reacia a percibir los cambios sociales, demasiado cómoda durante demasiado tiempo dentro de una burbuja.

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