miércoles, 25 de febrero de 2009

DEMOCRACIA CONYUGAL


Una mujer vocero del pensamiento de su marido es una buena esposa, fiel, cumplidora, obediente. Punto. Esa distorsión enturbia cualquier aliento democrático en Argentina. No hay enojo. No nos enojamos. El país no se enoja.

Por Raúl Acosta

Escribió Jorge Luis Borges: "La ética no es una rama de la estadística: una cosa no deja de ser atroz porque millares de hombres la hayan aclamado o ejecutado" (Ficción, Nº 6, marzo/abril de 1957). Un muerto, siete muertos, un torturado, cien torturados es igual de atroz porque, parafraseándolo, una muerte es/son todas las muertes. Una corruptela es la desgracia de todos, así sea una mínima coima o la justificación de un patrimonio que, siendo presidente, se acrecienta brutalmente.

Un gobernador de nuestro único hermano mayor, Brasil, llamado Adhemar de Barros, fue a la reelección con un lema: "Roba mais faz". Roba pero hace. El cachetazo a la ética era del estado. Adhemar de Barros fue reelecto. El explícito aval no exonera. El gobernador declaraba su intención.

En Argentina muchos funcionarios no leen a Borges (no es obligatorio) y repiten al gobernador del estado de San Pablo en los años duros del 50/60/70. Repiten y perfeccionan. Hacen poco y nada.

Quien opina que está mal que el presidente NK siga acrecentando su fortuna, un patrimonio que no tenía en el 2001, debe opinar igual, o peor, de un funcionario ladrón de gallinas, dueño de una flota de taxis o con dos funciones antagónicas pagadas por el Estado.

Quien declare su profesión de fe por el sistema republicano y federal y sea, además, nuestro representante (sistema republicano, representativo y federal) no puede quedar subyugado por un poder central que quita, expolia, vacía territorios sin que se oiga su voz reprobatoria. No es posible que se avale un sistema de coparticipación indigno. Es traición al mandato. Quien participa del despojo pertenece a la indignidad y la expoliación. No hay excusas. Nacen en el Ejecutivo el deterioro de las provincias y la acumulación del poder central y tienen el consentimiento de los representantes provinciales.

Hay, sin embargo, un terreno oscuro, hay otro infierno debajo. Acaso el verdadero infierno. La denuncia necesaria (ética) sobre la coima y el prevaricato retrasa la mirada al fondo del país, su oscuro cieno. No hemos resuelto, aún, el tema de la sucesión presidencial. ¿Quién gobierna? ¿Dejó de gobernar NK? ¿Cuándo?

Periodísticamente todos aceptamos que el presidente es NK. ¿Hubo recambio? Nadie menciona un sólo diálogo político de su mujer. Nadie desmiente las reuniones de NK con gobernadores, diputados, ministros. Nadie lanza un anatema cuando el periodismo afirma que en NK reside el poder. Hace y deshace entuertos como lo que es: el presidente. Hay quienes, con un alto grado de cinismo, sostienen que ha sido el mejor presidente de la nueva democracia, instaurada en 1983 (cierran la comparación allí por el pudor de incluir a Perón, Frondizi, Illia y esquivan una paradoja: el mejor sería uno de los menos votados por el pueblo). ¿NK es un presidente que fue o un presidente en ejercicio real?

Los comentarios (las críticas) para su esposa no suben de la crítica al color o la tela de sus vestimentas, el atraso e impuntualidad y las pifiadas conceptuales (yuyito, efecto jazz, laguna La Picaza). Se quedan en lo visible. No se cierran en la médula. Es imposible una presidencia que deje en su pareja las decisiones políticas, todas las decisiones políticas. El Ejecutivo es unipersonal, no es una vivienda de tiempo compartido. La ética en la política no es una frase con tres esdrújulas. Una mujer vocero del pensamiento de su marido es una buena esposa, fiel, cumplidora, obediente. Punto. Esa distorsión enturbia cualquier aliento democrático en Argentina. No hay enojo. No nos enojamos. El país no se enoja. Conclusión: los argentinos aún aceptamos la superioridad del marido sobre la esposa. Listo.

La conducta de todos los actores políticos en el comienzo del siglo XXI será reclamada alguna vez, una vez al menos, en los días por venir. El dinero mal habido, las argucias para sostener que ese dinero es válido, que la segunda profesión -que enriquece malamente- no es ilícita serán un tema. Por qué aceptamos esta forma de gobierno compartido será el gran tema de los estudiosos cuando seamos polvo bajo la tierra. Se preguntarán qué embrujo nos subyugó. Racionalmente será difícil la explicación. No lo es hoy y no confiemos en la historia, podrán relatarla distinto: verbigracia: Cámpora. 1º de mayo de 1974.

El asunto (imposible) será justificar la democracia conyugal. Va mi mujer, escuchala que ella, como el tango, habla por mí. Lucha de desvelados, tironeo de cobijas. Carne de mesita de luz. ¿Somos parte de una hipotensión crónica, una dispepsia y un colon irritable? Que Dios impida que seamos bienes gananciales.

El gran invento argentino, sin Borges como augur, sin el paulista como ejemplo, es éste. No el robo de la coparticipación, no el drama del peculado insatisfecho ni la sodomización al sistema federal. Consentida, claro. Ni siquiera la tiranía del conurbano bonaerense, donde se cocinan las presidencias y se troca el destino del país por un vale de comida y un raviol de cocaína. Esas fallas, visibles, duelen.

A comienzos del siglo XXI el tema es nuestro invento distorsivo: la democracia conyugal. No fue lo que se votó. No es compatible con la ética, apenas con una borrosa estadística.

La injusticia social, su combate, en Argentina, depende de un lecho presidencial. El manejo de las relaciones con el mundo. Los fondos, las leyes, todo. No es bueno.

Adhemar de Barros sonreiría. Borges no

La Capital

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