viernes, 20 de febrero de 2009

SANGRE HERVIDA


Economía para todos - 20-Feb-09 - Política Nacional
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Sangre hervida

Parecería que Cristina Fernández de Kirchner sufre un curioso síndrome queprovoca que olvide que es el kirchnerismo el que gobernó en los últimos añosy, por lo tanto, es responsable de la realidad que viven hoy los argentinos.

por Carlos Mira
La presidente Cristina Fernández inauguró los jardines de la Quinta de Olivos como lugar para que se escuchen sus discursos invitando a una serie de organizaciones sociales (¿hay alguna organización que no sea "social"?) y de derechos humanos. Allí se refirió a la tragedia del alud de Tartagal y dijo que "te hierve la sangre cuando vez tanto egoísmo, tanta avaricia y por el otro lado tanta pobreza".

Dejando de lado el hecho de que ya es hora que los presidentes dejen de alimentar el incendio nacional con palabras inflamatorias que no hacen más que tirar odio (por no decir otra cosa) de unos contra otros, habría que preguntarse quién ha gobernado Salta desde que se tenga memoria. Y, si me apuran un poco, quién ha gobernado el país.

Cristina habla como si fuera un Macaya Márquez de la política. Comenta la jugada como si estuviera en una cabina de transmisión completamente ajena al protagonismo de los jugadores. Pero, en realidad, ella, su marido y su partido han gobernado Salta y la Argentina con una mezcla de demagogia, ineficiencia y despreocupación por los pobres francamente alarmante.

Y si no cabe duda de que hay ciertas cosas que te hacen hervir la sangre no son precisamente aquellas a las que se refirió Cristina. Salvo que estemos hablando del egoísmo y de la avaricia de una clase política que, sin producir otra cosa que problemas, se ha vuelto millonaria a costa de ser un parásito de la gente que produce.

Antes de hablar en términos que convocan a la discordia y a hacerle creer a parte de la gente que sus problemas se deben a la conducta que tiene otra parte de la gente, la Presidente debería mirarse en el espejo y preguntarse qué acción suya contribuye a que la riqueza nacional aumente a una tasa compatible con la potencialidad del país; qué acción suya hace que la Argentina acreciente su participación en el comercio mundial; qué acción suya hace que el país exporte más producción nacional; qué acción suya hace que el país genere más energía; qué acción suya contribuye a que los capitales del mundo lleguen al país; qué acción suya hace que haya más trabajo verdadero y no puestos de trabajo ficticio; qué acción suya genera más seguridad para las personas que día a día salen a la calle a trabajar sin custodios para generar los impuestos de los que vive el Estado que ella representa; qué acción suya hace más transparente la gestión pública: qué acción suya permite a las personas vivir bajo la tranquilidad de que sus representantes no les roban; qué acción suya hace más claros los negocios del Estado; qué acción suya permite que los productores de confort y de modernidad saquen a la Argentina de la pobreza y de la miseria que tanto le molestan.

Eso es lo que debería preguntarse la presidente antes de dar explicaciones inflamatorias acerca de por qué le "hierve la sangre". Ya son muchas las expresiones que los argentinos hemos escuchado que se relacionan con la "elevación de la temperatura de las cosas". Ya tenemos suficiente de eso. Esta no es la hora de los incendios ni de las temperaturas elevadas ni de las sangres hirvientes. Es hora de paños fríos, de concordia, de comprensión, de humildad. Ya es poca la gente que resiste los tonos de suficiencia que pretenden mostrar una sabiduría hueca que abarca poco menos que la pléyade completa del conocimiento humano, desde los pormenores agropecuarios hasta los intricados caprichos de la naturaleza y de la ingeniería hidráulica.

A la Presidente le convendría bajar un cambio los tonos y el contenido de sus dichos. El récord de su performance y la de su partido carecen del lustre necesario como para alardear o para repartir las culpas entre los demás. Con esa actitud menos caliente, menos soberbia y más cercana a la terrenal tarea de gobernar es probable que revierta los apabullantes índices de imagen negativa que la acompañan y los empiece a cambiar por opiniones que la ayuden a realizar su trabajo con altura, con decoro y con una contribución a la comprensión entre los argentinos antes que a su eterna e inútil división.

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