martes, 7 de junio de 2011

MODELO


El modelo está tranquilo



Por Ricardo Lafferriere



En nuestros años mozos –el autor pasa los sesenta- cuando el “antiimperialismo” era la etiqueta inevitable de todos quienes se ubicaban frente a las dictaduras, se solía bromear con la caracterización del cruel enemigo como una caricatura de un señor con un sombrero cónico que incluía la bandera norteamericana, mirada odiosa y destilando ambición al observar a los pobres países “dominados” caídos en sus “garras” –entre otros, el nuestro-.



Hoy el imperialismo pasó de moda y su viejo ícono, que nos acompañó fielmente en las luchas de esos tiempos como la reencarnación moderna del Diablo en tiempos de la Inquisición , sólo sobrevive en el mensaje oficial de los autoexcluidos, en Venezuela, Cuba, Corea del Norte y no muchos más. En una reacción iconoclasta, ha sido reemplazado por una versión actualizada, aunque tan diabólica como aquél, mudada en la aparentemente más intelectual propuesta del “neoliberalismo”.

No tiene caricaturas representativas. Es, en la idea de los sobrevivientes, el mal absoluto y su poder es tan inmenso que ha inundado el planeta, desde USA hasta Rusia, desde Brasil hasta China, desde Europa hasta el sudeste asiático. Tan, pero tan poderoso, que contaminó la conciencia de los “socialismos reales” de Europa central, en otros tiempos mostrados como ejemplo de la sociedad del futuro y hoy alineados para defender sus nuevos postulados, hasta con tropas cuando es necesario, felices de haberse librado de aquel “futuro” que, desde lejos, se nos describía como la verdadera utopía.

Pero no sólo allí. Tal su maldad, que llegó a impregnar con sus herejías a sus intransigentes enemigos de la causa “nacional y popular”, como la organización de las Madres de Plaza de Mayo, versión Bonafini, a la que contagió su ambición, sus comportamientos corruptos y su miserable explotación de las necesidades de los más pobres.

Los sectores más “moderados” de los autoexcluidos, entre los que se encuentra el discurso oficial argentino, conservan algo de su sentido de ridículo y no muestran más el ícono del antiguo enemigo. Su obsesión es borrar viejas culpas, recorriendo el mundo en giras de colección de fotografías amigables, no siempre accesibles.

El ícono ha sido reemplazado por una abstracción, una idea que no tiene representación gráfica y que pretende una convocatoria “positiva”. Hegelianismo puro, se diría. Lo llaman “modelo”. Igual que el que invocaba en su momento Carlos Menem.

Hasta se busca recuperar a sus amigos. El último fue Berlusconi, que al parecer ha exhibido la virtud de hacer olvidar por unos instantes la compungida pose de viudez doliente, lo que debemos agradecer en nombre de la salud presidencial. Alguna caricia al espíritu siempre es buena, ante tantas desagradecidas decepciones.

La versión K del “modelo” –que va mutando según muta la realidad y los interlocutores- ha sido variada. Al comienzo era “el dólar competitivo”. Luego fueron los “superávits gemelos”. Hoy, que ya no existe ni uno ni otro, es “el motor del consumo”. En el fondo, es el discurso que mejor convenga en el momento.

Sin embargo, muestra una continuidad: la negación del estado de derecho. Se expresa en la permisividad pasmosa frente a la corrupción, la indiferencia frente al desmantelamiento institucional, la violación de los derechos ciudadanos, la impunidad y la tolerancia con la instalación en el país de las mafias globales con sus complicidades locales.

Si miramos el vaso medio vacío, no tendríamos muchas razones para el optimismo. La vieja red burocrático-corporativa, el verdadero “modelo” nacional, está tranquilo, con sus ejes político-económicos compartidos -salvo alguna quijotesca excepción- por los principales candidatos, que no cuestionan al empresariado prebendario, a las corporaciones sindicales, a las estructuras clientelistas y a la ilusión de la autarquía, fuera de época y de posibilidades.

Nada ha cambiado en los últimos años –sólo quizás el nombre y apellido de algunos beneficiarios- y el país se mantiene tan viejo, desigual y amañado como desde hace décadas. El kirchnerismo ha sido un ejercicio consecuente de “conservadurismo popular”, de los tantos que hemos tenido en la historia argentina, aunque cínicamente corrupto y escasamente republicano.

Sin embargo, con un esfuerzo –algo voluntarista- de optimismo, también es posible mirar el vaso medio lleno. Quienes aspiran a subir un escalón en la recuperación democrática cuentan hoy con candidaturas alternativas que abren una esperanza para reconstruir los espacios de debate y recomenzar la marcha. Son los que se alinean en la vereda de enfrente del oficialismo, sean “socialdemócratas”, “progresistas de centro” o populistas que dicen haberse reconvertido.

La droga inflacionaria que provoca la fiebre consumista no permite hoy a la mayoría de los compatriotas entender con claridad el dramatismo del proceso económico. La inflación es una adicción y como tal lamentablemente sólo se la podrá enfrentar cuando se llegue al límite, aunque lo haga acompañada de las conocidas y reiteradas crisis sistémicas que conocemos si bien muchos se niegan a ver. Para comenzar una transformación virtuosa habrá que esperar.

Mientras aguardamos con resignación ese momento, es posible sin embargo empezar a recuperar la vigencia institucional. Volver al imperio de la ley. Garantizar la independencia de la justicia y la libertad de prensa. Reconstruir el país federal y la autonomía de municipios y provincias, devolviéndoles los recursos absorbidos por la discrecionalidad populista. Y debatir con franqueza y transparencia, en el Congreso Nacional, la forma de sumarnos a la portentosa sinfonía del mundo del futuro.

No habremos todavía recuperado el rumbo, pero habremos marcado un punto de partida.

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