domingo, 12 de junio de 2011

LA LEY DEL EMBUDO




Un poco menos tembloroso desde que regrese a mis dos sesiones semanales con mi antigua psicóloga, casi sufro otro soponcio cuando leía las declaraciones del fiscal que investiga el famoso y sonado caso de los hermanos parricidas, hijos putativos de esa delicada y culta señora que nos quisieron imponer como madre nuestra también.

El fiscal decía, en una de sus declaraciones, cuidadoso él de no salpicar a la emblemática madre de marras, “...las principales damnificadas, son las madres...” ¡Ése fue el momento en que la presión arterial se me fue a 23!

Me dio ganas de salir a la calle gritando: ¡No, los damnificados somos todos los tarados argentinos que pagamos nuestras obligaciones todos los meses!

Menos mal que pude contener el impulso, ya que estaba en pijamas (Azul oscuro y con motivos tangueros, por supuesto).

Es descorazonador vislumbrar con qué facilidad se tergiversan todas las cosas en este querido terruño nuestro. Resulta ahora que las víctimas no somos los que sudamos día tras día para que el poder de turno tenga siempre a mano grandes cantidades de guita para repartir a estos nefastos personajes, tampoco los pobres jubilados a los que solo falta que les digan que van a estar en condiciones de cobrar sus sentencias el primer día hábil después de su fallecimiento. ¡Ah, y que ese esperado y magro dinero, no será hereditario! Tampoco son damnificados los empleados del estado que cobran en negro, ni mucho menos los que aportaron largo tiempo a las AFJP y de golpe les robaron todo.

Resulta ahora que las trapisondas del trio mermelada, es decir Hebe la agradable viejecita de cuento de hadas, Felisa, la mechera de lujo con look estilo Patoruzú y Sergio, el abogado, psicólogo, experto informático, inventor y exitoso imitador del arte de la multiplicación de los billetes de baja denominación, que ayer nomás eran los propaladores y cultores de las generosas doctrinas de la inclusión social, el marxismo igualador y denostadores fanáticos de todo lo que pudiera parecer sospechado de corrupto por el solo hecho de no ser de izquierda, ahora aparecen obscenamente, ante toda esta sociedad aborregada, como los más dignos cultores de la hipócrita ciencia del “ haz lo que digo, mas no lo que hago”.

Una estafa más, y van...

¡Esto no puede ser, pensaba con desesperación, ya el sorteo maravilloso del juzgado de Oyarbide, en el que será “ventilado” este caso, ha causado que ande por los tres Rivotril diarios, y ahora esto... no puede ser cierto...! ¡Así, en cualquier momento supero mi propio record!

Ese benemérito señor juez, a quien he dado en bautizar: “arañita con suerte” porque siempre las mejores presas caen en su agujero, depositario obligado de todo cuanto sea importante mantener en el freezer para sacarlo recién cuando se llegue a su fecha de vencimiento, actuará seguramente cual tero con huevos y gritará desesperadamente en cualquier nido ajeno, mientras sus huevitos se mantienen a salvo. Esta práctica es tan conocida que no asombra a nadie por estos pagos y ya está comenzando a ser famosa hasta en el exterior.

Cuando notaba que una duda grande como la quinta de José C. Paz, crecía en mi cerebro casi colapsado, llegó la hora de una nueva sesión con la torda.

Ya instalado sobre el impecable chez longue de su lujoso despacho, además de intentar alejar de mi mente que esos lujos también salían de mi bolsillo, me interrogaba por dentro si alguna extraña raza de alienígenas no habrá conquistado en secreto la Argentina y desparramado en el aire alguna rara bacteria que, lejos de convertirnos en zombies, nos adormeció de tal manera que no podemos percibir ni reaccionar ante todas estas cosas, encapsulando nuestras mentes y limitando nuestros sentidos para que solo nos preocupemos por si River sale de la zona de exclusión, creo que así se llama, o si el Checho Batista lo pone o no a Carlitos Tévez, o si Maradó dura o no dura en el equipo de los camellos y su guerra privada y pública con el viejo señor ferretero. ¡Y otras tantas dudas tan importantes y trascendentes!

Mientras me acomodaba, cerrando los ojos, se me aparecía la imagen inefable del pequeño Zaratustra Ilustrado, con sus hermosos y cómodos bigotes para comer fetuchini, y en una muestra más de su sapiencia y culturosa verborragia, me decía: “Hebe no tiene nada que ver, Cris tampoco y Julio menos que menos y yo ni que hablar...” ¿...pues entonces quién lo tiene, Don pirulero?

De golpe escuché la cálida voz de la torda que me decía: “¡Juan, deje de temblar... me está desarmando el sofá!”

Juan Mondiola

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