25 de febrero de 2008
La insoportable levedad de ser Elisa Carrió, la limitación del análisis y la aparición de Duhalde en el marco de una Argentina acorralada.
Aunque a Elisa Carrió le pese, Cristina Fernández le ganó en las pasadas elecciones de octubre. Una elección que, entre otras cosas, tuvo como protagonistas en la escena política a varias mujeres de diversos perfiles.
Sin embargo, todo se centraba en Fernández y Carrió. Dos mujeres absolutamente diferentes en sus formas de actuar, pensar y sentir. Dos estilos antagónicos que convergen en un sentimiento de pertenencia revelador para con la política.
Mientras en aquel entonces la senadora y esposa atravesó los medios de comunicación esporádicamente, la apocalíptica Carrió hizo un uso esplendoroso de los mismos.
Como siempre, se expresó contestaria al oficialismo y a todas aquellas formas que no llevan el sello de lo que ella, deformadamente cree, es la condición humana.
Delatora y con una tendencia sostenida a juzgar al mundo, la señora del rejunte de la Coalición Cívica transita el campo de la acción de manera soberbia, jactanciosa y hasta por momentos, insoportablemente espiritual.
En su retórica se evidencia, más que Fe, cierta angustia de Dios.
Predica en conferencias de prensa así como en programas televisivos el qué hacer y levanta violentas acusaciones para estar en el centro del debate. Porque a pesar de no haber llegado a la cima, se proclama, a nivel nacional, la protagonista más fuerte de la oposición.
Se siente dueña de ese lugar y desde allí, con una verborragia demencial, lleva adelante un análisis sobre la situación de inseguridad en la Provincia de Buenos Aires basado en el señalamiento de los que ella cree, son culpables.
Es decir, como una de las tantas reincidentes en la banalización y las obviedades enmascaradas de profundidad, la emuladora de Hannah Arendt sentencia que la droga es el mal que azota al Conurbano.
Que por culpa del paco y otras sustancias se cometen delitos y la violencia se agudiza. Con lo cual, adhiere a las posturas precarias que conducen sus argumentos a la marginalidad como causal de la delincuencia.
En ningún momento se detiene a pensar que Argentina ha trascendido la exclusión social para insertarse como país vinculado al crimen organizado.
Narcoterroristas que cometen ilícitos sin necesidad de recurrir a los estupefacientes, ya que su estructura mental e instinto de auto preservación se los impide.
Sucede, que el triángulo de droga, pobreza e inseguridad impide visualizar el más allá del panorama violento nacional. No se ha comprendido que la sociedad argentina atraviesa por un estado excepcional que conlleva, al mismo tiempo, un estado embrionario de maras en paulatina materialización.
Ahora bien, la nueva víctima de Elisa Carrió es Eduardo Duhalde. Quien hace días atrás supo expresar que la Presidente Fernández no está capacitada para gobernar.
A partir de entonces y luego de realizar otras declaraciones con respecto a la conducción del Justicialismo, fueron varios los políticos movilizados que intentaron poner bajo la lupa al ex Gobernador de la Provincia de Buenos Aires y Presidente de los argentinos.
Balestrini, el segundo inexistente de Scioli dijo: “Duhalde está viviendo en otro país”. Una afirmación totalmente incoherente.
Son ellos los que parecen no vivir en esta Argentina signada por la barbarie.
Ellos buscan colocar velos a la sociedad.
Fue Scioli el encargado de designar a un Ministro de Seguridad que entiende que los delincuentes operan de lunes a viernes y en horario de oficina.
Mientras tanto, otros que salieron al cruce dijeron que Duhalde forma parte del pasado. Con ese criterio, Néstor Kirchner tendría que dejar de formar las dos caras del espejo que hoy tiene nuestro país.
Veamos, los oficialistas que tanto se alborotan con las declaraciones de Duhalde deberían venerarlo. Incluso, dedicarle varias misas mensuales. Porque gracias a eso que llaman pasado, Kirchner llega al poder. De lo contrario, seguramente, otra hubiese sido la continuación de la historia.
Pero no han sido los kirchneristas los únicos revolucionados; la oposición también aportó lo suyo. No podía quedarse afuera. Mucho menos, permitir que el ex Gobernador sea el protagonista contra hegemónico.
Entonces, ir al choque a través del abuso de la sensibilidad social significó una buena alternativa para la mujer que, aparentemente, lo único que le debe a Kirchner, es el empleo del jabón.
Carrió en conferencia, y teniendo a su lado a la siempre en estado de ensoñación Stolbizer, manifestó: “Duhalde es el mayor responsable político de la droga en Argentina”. Agregó “La responsabilidad política histórica de la introducción de la droga, la configuración de la Argentina como un país de tránsito y la configuración como país de consumo es muy clara”. Y sentenció a Duhalde como el culpable de todo ello.
Sin duda alguna, con esas declaraciones la nostálgica de Arendt selló su característica de incontinente verbal que limita y acomoda los conflictos según le sean más o menos funcionales.
Sintió, con la salida a los medios del ex mandatario, una amenaza protagónica y registró, mediante sus dichos, la categoría de política en border line.
Sujeta a sus manejos y apelando al pánico colectivo con predicciones que tienen más que ver con una futurología mediocre que con una formación intelectual, limitó la responsabilidad del narcotráfico a una sola persona sin considerar los efectos de la globalización y la expansión del narcoterrorismo a escala mundial.
Evitó interpretar que si en países del primer mundo la droga ingresa movilizando importantes sumas de dinero, en un país como el nuestro, del tercer mundo, la penetración del narco es aún más sencilla y factible.
Publicado por Laura Etcharren. en 13:03
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