Publicada 28/02/2008
Al inicio de la semana / Roberto Cachanosky
Más tecnología + recursos = menos calidad educativa
Los problemas del sistema educativo son una hipoteca sobre el futuro de la sociedad argentina. Sin embargo, se pierde tiempo en discusiones sin sentido, en lugar de atacar la raíz del problema.
La fenomenal revolución tecnológica que estamos viviendo puede asemejarse a lo ocurrido durante la Revolución Industrial. Los cambios que se ya se han producido eran impensables diez años atrás para el común de la gente y, seguramente, en los próximos diez años veremos cambios todavía mucho más impensados.
Así como la Revolución Industrial produjo un fenomenal cambio en la asignación de la mano de obra, cuando la gente emigró del campo a las ciudades para trabajar en las nuevas industrias manufactureras, hoy también asistimos a un fenomenal cambio en la reasignación de mano de obra que exige un mayor grado de capacitación. La ventaja competitiva de las naciones pasa a estar en la formación de su gente, por lo que el sistema educativo se convierte en una pieza calve del desarrollo económico. Por dos razones: a) por las ciencias que puedan aprender los chicos en los colegios y b) por los valores que se les transmitan a los chicos.
Esta introducción, en la que resumo un tema que ya he tratado varias veces, viene a cuento porque, luego de un forcejeo entre el Gobierno y el gremio docente, finalmente las clases han comenzado en varios colegios. Ahora bien, dentro del debate de la educación, siempre están presentes dos temas: a) el salario docente y b) la cantidad de días de clase. Sobre este último punto, se ha puesto de moda tratar de llegar a no sé cuántos días de clase por año, como si la cantidad fuera más importante que la calidad. Pregunta, así como el sistema energético es clave para que pueda sostenerse el crecimiento económico, ¿está acompañando el sistema educativo las necesidades de preparación que ya requiere la economía? ¿Sirve de algo la doble escolaridad? ¿Los contenidos son adecuados? O, para decirlo más directamente, ¿no se han transformado los colegios en depósitos de chicos dadas las exigencias de los padres de tener que trabajar ambos y, de esta forma, dejar a los chicos en el colegio para que los cuide alguien?
Yo pertenezco a la generación que iba al colegio en un solo turno. Entraba al colegio secundario a las 7.25 de la mañana. Mis padres nunca tenían que ir al colegio a hablar con profesores, psicopedagogas y directivos. Tampoco sabían cuándo tenía que dar los bimestrales, trimestrales o cuatrimestrales, pero cuando llegaba el boletín se enteraban si estaba estudiando o no. Cuando salía del colegio, iba a mi casa, almorzaba, descansaba un rato y estudiaba sin que mis padres tuvieran que estar atrás mío diciéndome que me sentara a hacerlo. Cada uno de nosotros sabía perfectamente cuáles eran nuestras obligaciones y nadie nos tenía que estar indicando qué hacer.
¿Qué tenemos hoy? Padres que mandan a sus hijos a colegios privados con doble escolaridad que, por cierto, no son nada baratos. Los chicos están dentro del colegio desde la mañana hasta la tarde y, cuando llegan a sus casas, tienen que seguir estudiando o preparando trabajos prácticos. Pregunta: ¿qué hacen en el colegio todo el día para que, después de estar 8 horas adentro del colegio, tienen que seguir estudiando? Y, encima, en muchos casos, los padres, además de pagar las cuotas de los colegios, tienen que pagar profesores particulares porque los chicos no pueden avanzar en algunas materias. Los colegios se han transformado en un problema, problema que, automáticamente, es transferido a los padres.
Decir que hoy un chico del secundario o polimodal se lleva 6 o 7 materias es lo común. Casi el promedio. También se ha transformado en algo normal que los chicos repitan. En mi generación, que alguien repitiera era algo muy raro. Si tantos chicos se llevan materias, es porque falla el sistema. Si tantos chicos hoy en día repiten es porque el problema está en el sistema educativo.
La lógica más elemental indica que si el chico va todo el día al colegio, por la tarde deberían tener el tiempo para hacer sus tareas bajo el control de algún docente y, de esa manera, llegar a su casa y poder descansar o divertirse. Sin embargo, tantas horas de colegios y luego horas estudiando en sus casas, incluidos los fines de semana, han generado en los chicos una repulsión al estudio. Lo ven como una carga insoportable y los padres ven a los colegios como una pesadilla que hay que pasar como se pueda. Y agregaría, es muy raro que un adolecente vea en sus profesores a un modelo. A alguien que le transmite conocimientos, respeto y entusiasmo por interesarse en lo que estudian. Esto es más curioso todavía porque hoy en día se dispone de materiales y tecnología que no había en mi época. La cantidad de documentales de geografía, historia, zoología, etc. que hay disponible podría constituir una forma de apoyo en la educación. Y, por supuesto, internet, que permite acceder a información que antes teníamos que conseguir solo en las bibliotecas y en forma mucho más reducida.
Hoy los chicos van más horas a los colegios, se dispone de mucha más tecnología y, la triste realidad, es que saben cada vez menos. Sin embargo, el debate sigue siendo: cuánto ganan los docentes y cuantos días de clase hay que tener.
Por supuesto que el Estado también mete la mano a través de sus burócratas estableciendo regulaciones y contenidos absurdos. Por ejemplo, Matemáticas sigue siendo la materia sagrada de los colegios, en la que los chicos suelen hacer agua. ¿Por qué? Porque, aunque le duela a más de un docente, no saben enseñar Matemáticas. Ejemplo. Una ecuación siempre tiene letras que significan algo. Por ejemplo, yo puedo decir: Y = C + S, donde Y es ingreso, C es consumo y S es ahorro. Dicho en castellano básico, el ingreso es igual al consumo más el ahorro. Puedo hacer un pasaje de términos y decir que Y – C = S, es decir, el ingreso menos el consumo es igual al ahorro. Ahora bien, apuesto plata a que muy pocos profesores de matemáticas les explican a los alumnos qué significa cada letra. Qué está haciendo el alumno cuando hace un pasaje de términos. Por qué lo hace. Para qué lo hace. Qué significado concreto tiene el resultado. Qué se busca concretamente con ese ejercicio matemático.
Y no explican todo esto porque, lamentablemente, muy pocos profesores de Matemáticas saben qué están enseñando. Ellos saben hacer el pasaje de términos y con eso se conforman. Pero ellos tampoco saben para qué sirve lo que enseñan. Se limitan a repetir como loros lo que estudiaron alguna vez. Con lo cual, le están transmitiendo al chico que tiene que repetir como un loro lo que le están enseñando porque no saben explicarles para qué sirve lo que estudian. Y si alguien no sabe para qué sirve lo que estudia, empezamos mal.
Y por favor, que no me vengan con que Matemáticas les enseña a razonar, porque, primero que por la forma en que se enseña no les ensañan a razonar sino a repetir como loros y si quieren que los chicos razonen, tienen Lógica o Filosofía para darles. Claro que para eso tienen que leer, usar la cabecita y dejar de concentrarse únicamente en discutir el aumento de salarios que les corresponde. Digamos que tienen que reconvertirse.
Si cualquier padre va a un colegio con la prueba de Matemáticas de su hijo y le pide al profesor que le diga qué es cada letra de la ecuación del examen y también le pide que le explique cuál es el sentido concreto de esa ecuación y qué resultado concreto se busca, lo más probable es que el profesor entre en pánico.
Si hablamos de Historia, mejor tomar antes un ansiolítico. Es que se ha puesto de moda dar como lectura a autores que han sido best sellers pero que tienen unos baches históricos increíbles, demostrando una falta de honestidad intelectual fenomenal o bien una ignorancia mayúscula. Los libros de historia de los que estudian los chicos del secundario no explican el contexto en que se desarrollaron los hechos. Es como si las cosas ocurrieran por que sí. Y, además, son tan comprimidos, que es imposible que el chico pueda hacer un resumen, por la sencilla razón que el libro en sí mismo es un resumen, y encima, mal hecho. ¡Cómo van a entender historia de esta manera!
¡Cómo puede gustarles historia si no se entiende lo que ocurrió y por qué ocurrió!
Cualquiera que tenga el hobby de leer historia argentina, sabe que hay libros muy buenos, que tratan los temas en forma amena y profunda. ¿Cuántos profesores han dado a leer, por ejemplo, Vida de un Ausente de José Ignacio García Hamilton? Un libro que, documentando en miles de cartas que escribió el tucumano, cuenta en forma amena la vida de Juan Bautista Alberdi, nada menos que el padre de nuestra constitución. Ubica el contexto histórico en que escribió Las Bases, porqué escribió ese libro y porqué luego escribió El Sistema Económico y Rentístico para explicar el espíritu de la Constitución.
Un libro como Soy Roca, de Félix Luna, es otra obra que brilla por su ausencia en los colegios y describe muy bien el contexto en que se formó la generación del 80, cómo fue la campaña del desierto, el rol de Carlos Pellegrini, de Mitre y de tantos otros personajes de nuestra historia.
Y si no les gustan estos dos autores, pueden recurrir a Ezequiel Gallo, Roberto Cortés Conde, Natalio Botana y tantos otros historiadores con rigurosidad científica y no por ello aburridos.
Nada de eso se estudia. El acento está, generalmente, en contarles que el 24 de marzo de 1976 unos cuantos generales se levantaron de malhumor y empezaron a matar gente. O enseñarles que Perón era un demócrata sin contarles que nació a la vida política del país gracias a un golpe de estado fascista del que participó activamente. Por el contrario, Perón es mostrado como el demócrata que impuso la justicia social en Argentina. Decirles que encarceló a los políticos opositores, censuró la prensa y pisoteó la república no forma parte de la historia argentina para nuestro sistema educativo. Tampoco se cuenta la existencia de la Triple A bajo el gobierno de Perón y el comienzo de los secuestros y el terrorismo de estado. Todo ocurrió de forma espontánea y sin un contexto determinado.
En definitiva, cada año, cuando comienzan las clases, empieza el clásico debate de los salarios docentes que amenazan con no empezar las clases si no les aumentan. Y cada año seguimos con la farsa de la cantidad de días de clase. Sobre la calidad no se habla.
Mientras tanto, los padres que pueden seguirán haciendo grandes sacrificios para pagar las matrículas de los colegios para que los chicos se lleven materias. Y los que no pueden mandarán a sus hijos a los colegios del Estado, donde no correrán mejor suerte que en los colegios privados.
Seguiremos sin hablar en serio sobre la calidad de la educación, con lo cual pasarán más generaciones que no sabemos muy bien cómo se las arreglará para trabajar en el desafiante mundo que viene mañana.
Si la crisis energética es un problema serio, el sistema educativo es un verdadero drama que compromete el futuro argentino. © www.economiaparatodos.com.ar
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