sábado, 6 de septiembre de 2008

CLAMORES

CLAMORES EN EL DESIERTO
INCIDENTES, TRENES E IMBECILIDAD POLÍTICA
Por Fernando Paolella


"Yo soy la voz que clama en el desierto: rectifiquen el camino del Señor", decía Juan el Bautista a quienes querían oírlo en el desierto. Frente a él, que según las Escrituras vestía con pieles de camello, hasta los recaudadores de impuestos para el César bajaba la cabeza, y le inquirían con preocupación sobre lo que debían hacer. Y les respondía: "No exijan nada fuera de lo estipulado". Un día vinieron a su encuentro unos soldados, y le preguntaron lo mismo: "A nadie extorsionen ni denuncien falsamente, y conténtense con su sueldo". Es decir, en buen romance, no hagan abuso de la autoridad. Porque la autoridad, viene de Dios, y ésta la delega en la gente en un gobierno democráticamente elegido. Pero en serio.
Más que un profeta, Juan, llamado el bautista, era un adelantado a su época. Lamentablemente, no anduvo en estos tiempos iracundos por estas playas, tratando de hacerse oír antes que las llamas (sí, nuevamente) hicieran presa de una formación entera del desastroso tren ex Sarmiento, actualmente TBA. Diez vagones en llamas, como aquella iracunda mañana del 1° de noviembre de 2005. Es la mañana gélida del jueves 4 de septiembre, y el reloj de la historia una vez más se vuelve loco y atrasa tres años.
O tres décadas, según la óptica fina o gruesa del observador adelantado.
A cuarenta y ocho horas del plin cash con el Club de París, que insumió unos 6706 palos verdes de las reservas del Banco Central, nuevamente arde el Conurbano, muchas veces tan alejado de las luces del centro.
Y también, otra vez el fantasma de los saqueos a comercios, los infiltrados arrojando napalm al incendio, la irracional demora en poner orden, más el hartazgo colectivo constituyeron la postal, ¿impensada?, de una mañana única en su género.


Lo de siempre, siempre vuelve

La misión de los profetas en el Antiguo Testamento, incluyendo la del mencionado Juan en el Nuevo, era lograr la conversión del pueblo hebreo. Evitando, sobre todo, que caiga siempre en lo mismo, que era sin ir más lejos la negación de Yahvé (Dios), y por ende el desconocimiento de su esencia. Es que cuando esto ocurría, y desgraciadamente, muy a menudo, lo que perdían los individuos era nada menos que su razón de estar en el mundo. Por eso, la voz de los profetas tenía el sagrado cometido de reencauzar aquello que se había desviado del camino, por desidia, orgullo o ignorancia.
Pero a veces no fallaba el cometido del portavoz, era simplemente que no querían escuchar lo que decía. Por más que oyeran sus palabras, su corazón y pensamiento estaban olímpicamente en otra cosa.
Dos mil años después de la predicación de Juan, en la Argentina acontece algo muy parecido. La mentalidad de bunker de la clase dirigente hace caso omiso de las advertencias, tanto de las provenientes del exterior como las de fronteras adentro, y opone ante la urgencia de la hora una alucinante fantasmagoría. Frente a la urgente necesidad de resolver el deficiente estado de los ferrocarriles, pugna por propugnar un delirante tren bala que constituye ante lo anterior una broma macabra. De la talla de la millonaria erogación citada, metiendo debajo de la alfombra aquellos slogans populistas de que no sería pagada la deuda externa "espuria e ilegítima" con "el hambre de los argentinos".
Por eso, al desoír estas advertencias, como correlato estalla la barbarie, ascendiendo al cielo las llamas de la furia. Entonces, no adquiere ningún sentido la catarata de palabras acerca de si hubo o no infiltrados de Quebracho o del Partido Obrero. Pues la cuestión pasa por otro lado, es evitar este tipo de catástrofes sociales ofreciendo soluciones coherentes, que trasciendan el mero clientelismo a fin de que no ocurran más sucesos como el narrado.

Fernando Paolella


Buenos Aires - Argentina
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