domingo, 27 de enero de 2008

JOSÉ MARTÍ

Estimados amigos de la democracia:

¿Hasta cuándo será víctima José Martí y Pérez de manipulaciones y tergiversaciones? ¿Hasta cuándo se utilizará como mito atemporal de un régimen obsoleto? ¿Hasta cuándo los estudiantes en Cuba tendrán que leerlo como si fuera un prontuario?

Quizás la pregunta de hoy —paradoja y reclamo— sea el viejo lugar común de que él no tiene la culpa de lo que tantos han infringido a su biografía y sobre todo a sus textos. Pero: ¿Realmente no hay algo de culpa en Martí y en su obra?

Regino Boti —hace muchísimas décadas— sostuvo que la cultura de Martí era “más dilatada y múltiple que intensa y profunda”. No pocos estudiosos coinciden en la caracterización, como el mexicano Andrés Iduarte en su Martí, escritor. Basta recorrer los índices temáticos de su prosa para verificar la vastedad de sus intereses, la curiosidad heterogénea, los variados “asuntos” que motivaron su escritura, las exigencias cotidianas del periodismo…

Estamos hablando, desde luego, del mejor escritor en español desde alrededor de 1881 (Ismaelillo, escrito en Venezuela, y publicado en Nueva York, al año siguiente) hasta su muerte en 1895, como reconociera, entre otros, Miguel de Unamuno. Pero la admiración a su expresividad no implica la aceptación acrítica de sus ideas.

La fuerza de su estilo —fascinante en sus mejores poemas y en los relámpagos del Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos— no debe impedir que el acertado juicio de Boti —para nada peyorativo—, al distinguirlo de los especializados en alguna zona del saber, sirva a la vez para evaluar sus ensayos, artículos y discursos. Y tal vez sirva, también, para comprender su propensión al aforismo, a frases hermosas pero muy dóciles a cualquiera que desee otorgarse prestigio con la cita, como ocurrió y ocurre.

La “intensidad” de Martí estaba en su ánimo, en el talento artístico, en el vigor metafórico, analógico, de un lenguaje nutrido con los mejores —no sólo en español— de su tiempo. La “profundidad” en su ética insobornable y en sus ideales humanísticos, precursores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Es absurdo —o casi siempre tramposo— sacar muchos de sus juicios de circunstancias efímeras, de la rapidez con que fueron escritos. Descontextualizarlos es el peor favor que han recibido, de ahí la paradoja, por lo menos en aquellos que de buena fe lo han querido convertir en una suerte de dios tutelar de la cultura cubana.

En su rigurosa tesis de doctorado sobre las recepciones martianas, Ottmar Ette va siguiendo los principales estudios, los diversos puntos de vista, para tras el arduo y minucioso análisis, afirmar que “la recepción de Martí —y también la influencia de sus escritos estrictamente literarios— estuvieron dirigidas por factores y procesos extraliterarios y marcadas por mediaciones extraliterarias”.

La más reciente “mediación” —entiéndase bien: jugarreta— es la que aún comete la autocracia castrista tras resucitarlo cuando el marxismo-leninismo se derrumbó con la caída de la Unión Soviética y la “capitalización” de China y Vietnam, seguida por los partidos comunistas de Occidente, cada vez menos significativos en los espectros políticos de sus países.

Como se sabe, cuelga de un mohoso clavo en el barrio de El Vedado, en la casa que fuera del único hijo de Martí con Carmen Zayas Bazán, donde tiene su sede el Centro de Estudios Martianos, el Decreto del Consejo de Ministros fechado el 19 de mayo de 1977 que ordenaba que el Centro debía “auspiciar el estudio de la vida, la obra y el pensamiento de José Martí, desde el punto de vista de los principios del materialismo dialéctico e histórico”.

¿En qué simposio —quizás en Corea del Norte— puede presentarse un texto crítico apoyado en los “principios del materialismo dialéctico e histórico”? ¿Aún hay quienes pueden tergiversar el artículo de Martí a la muerte de Marx? ¿No leemos los ensayos de Juan Marinello sobre Martí a pesar de que a veces saque la hoz “dialéctica” y sobre todo el martillo “histórico”?

Además, como se sabe —o se oculta por los “ideólogos” del castrismo tardío—, Martí repudió el caudillismo y sus variantes carnavalescas, las represiones a la libertad de expresión y las demagogias populistas de su tiempo. Hoy estaría combatiendo a un gobierno cuya prolongada permanencia en el poder los mexicanos cifran en el inicio del noveno sexenio.

Pero convertido en “tabla de salvación” por la hemiplejia mental izquierdosa, aún asistimos al río de citas, referencias y menciones que depredan su memoria, hasta el punto de que será muy difícil restaurar sus méritos cuando Cuba deje de estar bajo la bota que alguna vez fue marxista, leninista, maoísta, guevarista o cualquier “ista” o “ana” (martiana y bolivariana) donde justificar su permanencia en el poder.

Lo bien triste es que algunos de los exégetas martianos del régimen, hacen su labor más por falta de escrúpulos que por ignorancia, más por lucro de sobrevivencia que por carencia de disciplina y horas de investigación, más por miedo. Que un dictador o sus continuadores se llamen herederos de Martí es normal, lógico, comprensible dentro de la política caudillista latinoamericana; pero que algunos ensayistas —dentro o fuera del Centro de Estudios Martianos— consideren que su legado está más vivo que nunca en la Cuba del 2008, es por lo menos una falta de respeto, un feo producto de ciertos obcecados que han puesto sus creencias —como diría Ortega y Gasset— por encima de sus neuronas.

El enigma no es cuándo podremos iniciar la limpieza de un hombre y una obra excepcionales en su época, pero sólo valorables en su contexto histórico. Sabemos que estamos en el capítulo final de la pesadilla. El enigma que hoy abrimos es cuán complejo resultará que los cubanos lo vuelvan a leer por placer y sabiduría, no para convertirlo en punta de ninguna lanza.

Cordialmente,

José Prats Sariol, Corresponsal en México
DemocraciaParticipativa.net

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