Sin peronismo democrático nunca habrá democracia plena en la Argentina
Por Humberto Bonanata
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Desde sus orígenes, el movimiento peronista se basó en la doctrina unívoca de lealtad al líder. Durante la vida de Perón era claro quién movería las piezas de aquella doctrina basada en el Grupo de Oficiales Unidos (G.O.U.) tras el golpe fascista del 4 de junio de 1943.
Con la “Carta del Lavoro” como precepto mussoliniano la columna vertebral de un movimiento con raíces no democráticas, sólo en 1988 (con las elecciones internas en las que Menem venciera a Cafiero) pareció esbozar un cambio que, lamentablemente fue una estrella fugaz en la democracia argentina. Luego Menem y ahora Kirchner volverían a los ancestros personalistas con una única lealtad admisible: la lealtad al líder.
No nos debe sorprender que en el año de los 25 años de la recuperación de la democracia formal en nuestro país todo gire en las ramificaciones de un partido único en desmedro de los opositores. Éstos poco hicieron en unificar criterios contrapuestos, mantener la libertad y los valores republicanos como única bandera. Lamentablemente, con el golpe institucional del 20 de diciembre de 2001 llevado a cabo por Duhalde y la corporación empresaria argentina, quedó demostrado que a cualquier partido opositor al régimen le resulta imposible sostenerse en el gobierno.
Ya le había sucedido a Alfonsín en 1989 con la hiperinflació n galopante y la toma de supermercados como andamiaje golpista para hacer caer un gobierno legítimo. Le sucedió a De la Rúa a quien sólo lo dejaron gobernar 740 días y mucho antes a Don Arturo Illia, aquella “tortuga” hoy reconocido como estadista. Arturo Frondizi, también de origen radical, padeció constantemente el asedio sindical-militar y cayó al promediar su gobierno.
Siempre la constante fascistoide del sindicalismo prevaleció sobre los valores republicanos. Fueron y siguen siendo los árbitros que inclinarán la balanza de connivencia o ruptura con los gobiernos. Nadie podrá olvidar que Augusto Timoteo Vandor –luego asesinado por mafiosas rencillas sindicales- concurrió como invitado de honor a la asunción del presidente de facto Juan Carlos Onganía.
En la actualidad, la noria sigue girando tras la burocracia sindical. Moyano y Barrionuevo pugnan por mantener el verdadero poder político de la Argentina. Aunque todo queda en familia, los enfrentamientos irán in crescendo hasta principiar la batalla; luego los repartos espurios calmarán a “las fieras” sedientas de poder.
En las últimas dos elecciones presidenciales, el peronismo ramificó sus candidatos en tres. También lo hizo en las parlamentarias del 2005 al dividirse entre duhaldistas y kirchneristas. Otra vez en nuestra historia la oposición era convidada de piedra a la “real politik” democrática. Dividir para gobernar en sentido inverso al propuesto por Nicola Macchiavello. En este caso la división les aseguraba el pleno protagonismo político: ellos eran y siguen siendo gobierno y oposición.
Pero no toda la culpa de nuestras falencias recae sólo en el peronismo. La oposición, muchas veces concordante y otras tantas miserables y egocentrista, sirvió la mesa del poder a quienes siempre lo tuvieron como sustento de vida: el poder por el poder mismo.
Ahora Kirchner para blanquear su acumulación de poder anuncia el llamado a elecciones internas en el justicialismo para elegir sus representantes a la conducción de lo que debería ser un partido. Si así fuera y si el año que viene el peronismo sólo llevará los candidatos previamente electos en internas revivirá la esperanza no sólo en el movimiento fundado por Juan Perón sino en todo el arco político nacional. Aunque somos escépticos, le damos la derecha en esta jugada y la bienvenida a la pluralidad de pensamiento.
Caso contrario, habrá logrado destruir la propia oposición interna y socavar las fuentes opositoras. Esperamos equivocarnos y que todo sirva para afianzar la participación ciudadana en todos los partidos políticos.
Esta es la Argentina que vivieron nuestros padres y que lamentablemente padecemos nosotros y nuestros hijos.
Nada en política cambia por generación espontánea sino por la voluntad participativa de quienes se quejan de las consecuencias sin actuar den las causas.
De no cambiar la conciencia cívica de los argentinos y comprender que se nos va la vida en devaneos estériles, podremos seguir votando cada dos años mas nunca disfrutaremos de los valores íncitos de la democracia y la libertad como forma de vida.
Aunque cada día mas viejos, siempre estamos a tiempo.
Humberto Bonanata
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