Finalmente, releyendo a Ortega y Gasset, hemos hallado unas reflexiones suyas, escritas en 1935, acerca del nacimiento de un nuevo tipo de hombre en el seno de la sociedad, en las que quizá pueda encontrarse una buena respuesta.
“El hombre vulgar, antes dirigido, -dice el filósofo-, ha resuelto gobernar el mundo. Esta resolución de adelantarse al primer plano social se ha producido en él, automáticamente, apenas llegó a madurar el nuevo tipo de hombre que él representa. Si atendiendo a los efectos de vida pública, se estudia la estructura psicológica de este nuevo tipo de hombre-masa, se encuentra lo siguiente: 1°, una impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sobrada, sin limitaciones trágicas; por tanto cada individuo medio encuentra en sí una sensación de dominio y triunfo que, 2°, le invita a afirmarse a sí mismo tal cual es, a dar por bueno y completo su haber moral e intelectual. Este contentamiento consigo le lleva a cerrarse para toda instancia exterior, a no escuchar, a no poner en tela de juicio sus opiniones y a no contar con los demás. Su sensación íntima de dominio le incita constantemente a ejercer predominio. Actuará, pues, como si sólo él existiera en el mundo; por tanto, 3°, intervendrá en todo imponiendo su vulgar opinión, sin miramientos, contemplaciones, trámites ni reservas, es decir, según un régimen de
Si uno repasa la historia del peronismo, y observa las características personales de todos aquellos que han dirigido sus “estructuras”, éstas podrían estar muy bien contenidas en la descripción formulada por Ortega. Como si el problema medular de su esencia se tratara en realidad de un conflicto entre personas, más que un debate de ideas.
Más aún, sorprende la increíble disciplina con que los ciudadanos que se denominan a sí mismos como “simpatizantes partidarios”, aceptan siempre la falta de dichos debates cuando se deciden a apoyar al líder de turno. Que resulta ser, casi invariablemente, quien se apodera, con más habilidad y generalmente menos escrúpulos, del llamado “aparato peronista”. Algo que nunca se ha sabido bien en qué consiste, pero parece estar constituido por un aquelarre indescifrable.
Resulta notable así que un peronista pueda identificarse simultáneamente con el nacionalismo estatista, una social democracia, la izquierda revolucionaria, un socialismo corporativo y populista, ó el simple verticalismo, ó nada definido y todo ello, en el mismo envase.
Únicamente puede ser entendido, si se acepta que el peronismo es la exaltación de un individualismo de celdas corporativas movidas por intereses personales. Quien gana –como sea-, dirige; quien pierde, “se la banca”.
Como si vivieran bajo la ley del garrote vil.
Tanto en un caso como en el otro, ninguna de las facciones en pugna deja de ser en sí misma una sola cosa; porque esa “incitación al predominio” que menciona Ortega, es el verdadero motor de la acción partidaria.
Por este motivo, ha sido, y es, un aguerrido adversario en el combate.
Se ha intentado ejercitar desde la proscripción hasta la violencia,-totalmente injustas ambas- contra el movimiento peronista, sin comprender que representa quizá el verdadero “ser argentino” en los términos descriptos precedentemente.
Como decía Perón con cierto sarcasmo, parecería que TODOS los argentinos, los socialistas, los radicales y la inmensa mayoría de los integrantes de las corporaciones de segundo y tercer grado, SON en realidad peronistas más que cualquier otra cosa.
El peronismo se identifica así con un “ser” que tiene un sentido de pertenencia ajeno a cualquier racionalismo conceptual.
Por eso alguna vez hemos dicho que nuestro país estaba quizá preparado socialmente para que apareciera un líder carismático que le diera su nombre a una tendencia utópica que ya existía de por sí.
El peronismo, no parece haber nacido con Perón: obtuvo con él su graduación de fin de curso. Y pudo exhibir orgulloso una denominación que abarcara lo que hasta ese momento describía solamente los días chatos y oscuros del hombre vulgar al que alude Ortega.
El que rechaza por naturaleza el acceso imprescindible a la “cuestión intelectual”.
Su triunfo se ha dado siempre en el campo de la praxis. Hasta que, inevitablemente, se han producido algunas grietas profundas, -producto de su inestabilidad doctrinaria-, que parecerían ser las que comenzamos a vivir hoy día con más fuerza que nunca.
Fundamentalmente, porque su desempeño en el poder –bajo los distintos rótulos de su vestimenta, y con la dirección de líderes sumamente elementales-, no ha servido más que para contribuir al retroceso de la Argentina, desplazándola del lugar preponderante que una vez ocupó en el mundo. Por su educación, su refinamiento cultural, su visión empresaria, y su respeto y admiración (hoy desaparecidos) por las experiencias que otros países hacían, y hacen, para motorizar su desarrollo.
Resulta evidente a nuestro juicio, que el movimiento peronista no puede tener éxito como forma de gobierno en el largo plazo. Porque no sabe bien lo que quiere, ni lo que es, ni adonde va: declama, dirige, divide, premia y castiga por cuestiones que nada tienen que ver con la eficiencia o el mundo de las ideas, sino con temas que mezclan lealtad, traiciones y antagonismos.
Es a la vez intolerante, porque es incapaz de soportar nada fuera de su estructura que tenga la facultad de actuar de manera opuesta a sus principios, sin que esto le cree el sentimiento de una traición.
Sus períodos de bonanza responden siempre a motivos coyunturales más que a un programa orgánico.
Arma siempre sus equipos de gobierno, con aquellos que se identifican monolíticamente y sin chistar con lo que se haya dispuesto hacer en cada momento para salir de una frustración anterior; provocada, indefectiblemente, por otra variante “del mismo palo”.
Sus líderes se suceden los unos a los otros y, mediante gobiernos muy poco democráticos y bastante corruptos, han terminado por empobrecer a toda la sociedad; salvo, claro está, a los “amigos del poder”. Hoy y siempre, los únicos y verdaderos beneficiados del sistema de gobierno peronista tradicional.
Por esas mismas razones, el peronismo es como una forma de idealismo mal entendido: porque cree que puede hacer lo que le dé la gana para imponer sus códigos de conducta casi épica, olvidando que en la vida debe hacerse lo que TIENE que hacerse, lo que TIENE que ser.
Lo que indican el sentido común y el reconocimiento de la realidad.
Y en la pérdida de visión de esta esencia, el peronismo divaga, difumina, adoctrina y se pierde en su propio laberinto.
El emblema de su pertenencia es simplemente una fotografía de postulados que jamás atienden sus consecuencias. Porque esa es una de sus características más dañinas: creerse dueño del escenario a cualquier costo y llevar a cabo sus acciones sin hacerse cargo de su responsabilidad por los resultados.
Resurgiendo siempre de sus propias cenizas, mediante una nueva figura partidaria hegemónica que, “corsi e ricorsi”, nos coloca en la rueda continua de una imparable suficiencia gestual.
Suficiencia que lleva implícita en sus actos una enorme violencia, apenas contenida, como consecuencia de inclusiones y exclusiones siguiendo patrones de conducta manifiestamente arbitrarios.
Y sigue diciendo Ortega, al abundar en sus pensamientos en esta dirección: “Una sociedad dividida en grupos discrepantes, cuya fuerza de opinión quede recíprocamente anulada, no da lugar a que se constituya un mando efectivo. Y como a la naturaleza le horripila el vacío, ese hueco que deja la fuerza ausente de opinión pública se llena con la fuerza bruta. A lo sumo, pues, se adelanta ésta como sustituto de aquélla.”
¿No serán estas las razones por las que estemos viviendo quizá el final de esta utopía que parece extinguirse en sí misma?
CARLOS BERRO MADERO
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