¿La militancia política puede volver a enamorar(nos)?
Hubo un tiempo no tan lejano en el que estábamos enamorados de una militancia política que dotaba de sentido trascendente a nuestra vida, en tanto formábamos parte de una epopeya colectiva que llevaría a lograr la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria.
Por Víctor Eduardo Lapegna
Aún vivimos aquí miles de argentinas y argentinos que tenemos hoy alrededor de 60 años y que hace algo más de cuatro décadas comenzábamos una militancia política que nos marcó para siempre.
Cualesquiera haya sido la organización y la corriente ideológica a la que adherimos en aquellos inicios, teníamos en común una convicción: estábamos adoptando un compromiso político que nos convertía en protagonistas de un proceso revolucionario, trascendente y colectivo que cambiaría al país y al mundo.
Ni siquiera nos pasaba por la cabeza recibir alguna compensación material por una militancia que forjaría una Argentina grande y un pueblo feliz, objetivos tan grandiosos que tornaban insignificante cualquier recompensa personal que pudiéramos obtener en el camino y repudiable todo rasgo de individualismo por ser una “desviación pequeño burguesa”.
No concebíamos a la militancia política como una vía de acceso al bienestar económico para nosotros y para nuestras familias o para conseguir prestigio social y sólo era aceptable alcanzar cierta fama si era un resultado - no buscado explícitamente - de un comportamiento heroico, que llegaba al sacrificio de la libertad o de la propia vida.
En otros términos, desde principios de la década de 1960 y hasta comienzos de los ´80, la militancia política, en tanto decisión personal de acción colectiva, era una opción elegida por quienes no teníamos ninguna pretensión de llegar a ser “ricos y famosos”, dado que éramos – o al menos, creíamos ser - actores de una epopeya que dotaba de sentido trascendente a nuestra vida y todo lo demás venía por añadidura.
Nací y crecí en una familia de clase media, primero en la ciudad de Buenos Aires y después en Rosario y recuerdo que quienes eran nuestro entorno y no adherían a la vocación militante que compartíamos con tantos jóvenes que hace 40 o 30 años iniciábamos nuestra vida política, nos consideraban unos ilusos que pretendíamos una transformación imposible, “idiotas útiles” de ciertos centros de poder que se aprovechaban de nuestra falta de experiencia o “diletantes” de una actividad que nos hacía perder un tiempo que mejor haríamos en dedicarlo a estudiar o a trabajar. Pero no recuerdo que nadie nos señalara por ser parte de un ambiente corrupto o nos acusara de trepadores que queríamos usar a la política para nuestro bienestar personal.
Es evidente que la realidad de hoy es del todo diferente a la de entonces, pero no quiero detenerme a considerar aquí lo que sucedió en la Argentina en estos años y de que modo ese proceso histórico nos afectó a quienes nos integramos a las nutridas columnas de la militancia política en las décadas de los ´60 y de los ´70.
Tampoco quisiera caer en una inconducente nostalgia del pasado o presentar una imagen idílica de aquellos años, que no se corresponde con la realidad que vivimos.
Al menos corresponde admitir que aquella experiencia militante estuvo signada por una soberbia ideológica y una intransigente intolerancia a la alteridad que, entre otros efectos nocivos, nos condujo a aceptar que el ejercicio de la violencia era un recurso legítimo para dirimir los conflictos propios de toda vida en comunidad y a subestimar el valor de la libertad, comenzando con la propia.
Pero lo que busco con este escrito no es intentar un balance de aquellos tiempos sino, apenas, recordarles a las compañeras y compañeros que lleguen a leerlo y que hayan compartido aquella experiencia, que hubo un tiempo no tan lejano en el que estábamos enamorados de una militancia política que dotaba de sentido trascendente a nuestra vida, en tanto formábamos parte de una epopeya colectiva que llevaría a lograr la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria.
Mi intención es invitarles a preguntarse si la militancia política puede volver a enamorar (nos) y a tratar de discernir lo que debería suceder en la realidad contextual y en nosotros mismos para que así sea.
Confieso que, en mí, la pregunta es algo tramposa ya que, habiendo cumplido 60 años de los que dediqué 46 a una militancia más o menos orgánica e ininterrumpida, sigo enamorado de la política como cuando me inicié en ella, aunque de un modo diferente. De modo que yo ya tengo una respuesta afirmativa al interrogante del título, sin que eso implique que no sea un duro crítico a las formas y los contenidos actuales de la política argentina en general y de la política peronista, que es la mía, en particular.
Pero debo aceptar que se me considera una suerte de dinosaurio y, por ejemplo, también sigo tan enamorado de mi esposa como cuando la conocí hace 40 años o cuando me casé con ella, hace 37 y aunque el tiempo transcurrido llevó a que ese amor sea hoy diferente de cómo era hace 35 o 40 años, no por eso es menos intenso y profundo. Y lo que aquí digo del amor por mi esposa también puedo decirlo de mi amor por la militancia política.
Aún cuando se me tenga por un raro sobreviviente de una especie ya extinguida, tengo la sospecha que en toda la Argentina somos miles de mujeres y hombres los que compartimos aquella experiencia militante sesentista y setentista y que guardamos en nuestro espíritu, al menos, el rescoldo de aquella llama que en nuestros corazones supieron encender Perón y Evita.
Debo decir que, en cierta medida, la redacción de este artículo me fue suscitada por la anunciada perspectiva de reorganización del Partido Justicialista, aunque no soy ingenuo y tengo bastante claro que los intereses, alcances, métodos y objetivos de quienes conducen y promueven ese proceso no son los míos.
No obstante, también creo que por arriba y por debajo de esos conductores y promotores, seguimos existiendo los peronistas y aunque se nos quiera mantener como convidados de piedra en esa amañada reorganización del PJ, no me parece imposible que a esas cúpulas, en cierta medida y contra su voluntad, les pueda suceder lo que al aprendiz de hechicero, quien puso en marcha fuerzas que después no pudo controlar (¿recuerdan al Ratón Mickey en la película de Walt Disney?).
Es desde esa perspectiva que me propuse tratar de indagar, en el modesto alcance de mis posibilidades, cuantos y quienes somos las compañeras y los compañeros que, formulada que sea la pregunta del título, podemos tratar de darle una respuesta afirmativa pensando, debatiendo, acordando y poniendo en marcha condiciones propicias en la realidad general y en nuestra interioridad, que hagan que la militancia política en el peronismo nos vuelva a enamorar y así contribuyamos a modificar esta Argentina decadente que nos duele cada día.
Buenos Aires, 14 de febrero de 2008
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viernes, 15 de febrero de 2008
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