martes, 9 de septiembre de 2008

TRAPOS SUCIOS

Los trapos sucios deben lavarse en casa

La Presidente ha dicho el sábado en país extraño que muchas veces siente un poquito de envidia de Brasil y fundamentalmente de su clase empresarial y agregó: “Porque se pueden tener infinitos recursos naturales, se puede tener una gran extensión geográfica, pero si no se siente ese amor por la patria y ese espíritu de grandeza y de superación y de reconocimiento del lugar que lo ha visto nacer a uno, crecer y estudiar, es muy difícil llegar a ser un gran país”.

Parece fácil comprender que una típica integrante de la clase media, sin raíces profundas en el terruño que la vio nacer exprese semejantes definiciones. Seguramente otro hubiese sido el cantar si un salteño, correntino, tucumano o bonaerense del interior hubiese tomado la guitarra y hecho vibrar sus cuerdas. Pero para eso hay que tener uñas de guitarrero. No es que en algunos lugares al país se lo quiera más y en otros menos: se lo ama distinto, porque la dicotomía inmigrante ha llegado atenuada o porque se ha mezclado con la criolla hasta fusionarse y desaparecer. Y ahí sí que hay historia, y qué historia, la misma en que la Presidente ha dicho no creer.

Por momentos parece que la administradora mayor del país no sabe de qué está hablando, aturdida, quizás, por el estrépito de los aplausos de la claque que la acompaña a todos lados en sus discursos diarios. ¿Envidia de Brasil? ¿Por qué habrían de tenerla los argentinos cuando toda América siente lo mismo por este país? Pero para eso hay que conocer que existe vida antes de llegar a Miami y que las miradas de pueblos enteros siguen convergiendo sobre Argentina en numerosos aspectos de la vida cultural, social, tecnológica, inventiva y económica y no sobre Río de Janeiro. Como lo fue siempre.

Es imposible referirse a la clase empresarial argentina sin unirla a otras como la política (ejecutiva, legislativa y judicial) y la sindical de la que tanto sabe el presidente brasileño. Todas van unidas -como en el Brasil que se admira- y el éxito o el fracaso de una alcanzan a toda la clase dirigente en su conjunto y a veces a todo el pueblo. Detrás de empresarios que se benefician incumpliendo contratos con el Estado existen funcionarios corruptos y sindicalistas permisivos para con los intereses de los trabajadores. Por ese motivo el discurso presidencial no se refirió al poquito de envidia que debe sentir la señora Presidente por la clase política brasileña. Lo entendemos. Ella hace política. Hizo bien.

Finalmente, creemos que Argentina es un gran país y que sus habitantes, nativos o extranjeros, mucho lo quieren. No se nos ocurriría pensar distinto. Y que también hay muchos empresarios que sin tener el calor de los despachos oficiales hacen lo imposible por agrandar sus empresas y que no es culpa de ellos que países más pequeños exporten más carne que Argentina. También es loable el esfuerzo de empleados y trabajadores que todos los días viajan en tren o en subterráneo en peores condiciones que el ganado que marcha rumbo al degolladero. Eso sí que es constancia y amor a la Patria. La clase política que no se admira desde la Casa Rosada debería ser obligada a viajar únicamente en transporte público, atenderse en hospitales, ganar el salario mínimo y enviar a sus hijos a escuelas estatales. Así seríamos iguales, absolutamente iguales de igualdad absoluta.

Al sazonar a otros hay que tener cuidado en salar la comida de los propios. Antes fue con los ingleses, después con los nazis, cubanos, estadounidenses, venezolanos y ahora es el turno de los brasileños: los chinos y rusos esperan su turno. Demasiadas revolcadas para lavar las sábanas fuera de casa.
SALINAS BOHIL
CORREO DE BUENOS AIRES

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