martes, 9 de septiembre de 2008

MUNDO DE LATROCINIOS

Por Laura Etcharren (*)



La violencia imperante en un globo que no descansa, ajustándose al abuso como regla.

De la violencia de las Mjavascript:void(0)
Publicar entradaaras, al genocidio de Ruanda.



Son varios los frentes que ponen de manifiesto la perpetuidad de un siglo del miedo que no logra trascenderse ni desde la retórica y mucho menos, desde la acción.



La humanidad, estancada y rehén de la selectividad, asiste a la opacidad de un pasado cuya principal característica es la violencia en sus distintos formatos y con la consecuencia más mediata que es la muerte.



El puntero se posa sobre el mapa y encuentra una historia signada por la tragedia de la moral y los valores en el contexto de disputas en las que siempre hay intereses políticos y económicos enmascarados con pancartas que pregonan otros objetivos de lucha. Cuando en realidad, el fin último y verdadero es la acumulación de poder para llegar a esa cúspide piramidal que pontifica a algunos al tiempo que destruye a otros. Antagonismos que se debaten en un campo de acción curtido de masacres que a veces, la parcialidad del conocimiento, impide su detención para observar que no todo debe reducirse a las mayorías.



Existen pues, minorías, o tal vez, poblaciones olvidadas que forman parte de este mundo inhumano sobre el cual se opera y operó. Porque la proliferación de la barbarie en el globo no es aleatoria y sorpresiva sino una consecuencia más de la abulia y la inacción al momento en el que comenzaban a vislumbrase las señales de un caos ansioso por instalarse. Aquel que cuando llega, es difícil de erradicar porque en su forma de terrorismo deviene en ideología. Con lo cual, se evidencia que hoy, el paradigma mundial vigente tiene que ver con la organización del crimen llevado adelante por grupos que se diferencian por sus formas de proceder. Por sus tácticas y estrategias así como por el lugar en el que se desarrollan. Tanto es así, que mientras en Centroamérica tenemos el triángulo mara conformado por El Salvador, Honduras y Guatemala; en Latinoamérica, el triángulo mara larval lo componen Argentina, Uruguay y Chile.



Episodios violentos in situ, propios de las condiciones socio económicas de cada país y también, dramas importados que arriban a los distintos territorios que por sus deficientes políticas en materia de seguridad se vuelven espacios liberados y zonas proclives a la instalación de individuos que portan un bagaje de peligrosidad característico de lo que fueron las guerras civiles en Centroamérica y sus secuelas.



Encontramos entonces a la MS13 contra la M18; a las FARCS contra el mundo; Al Qaeda y La ETA. Irgún en su momento y Hezbollah. Terroristas enfrentados que mueven los hilos de la violencia amedrentando poblaciones enteras, generando alianzas y dividiendo las posiciones internacionales, tal como ha sucedido, por ejemplo, en Ruanda.



Ruando, país víctima de un genocidio atroz que no ha tenido la debida trascendencia mediática en el continente americano aunque aún se revive en el panorama de sus calles así como en el padecimiento de enfermedades, como el HIV. Relevamiento de datos indican que a causa de la falta de educación y la miseria, unos 500.000 ruandeses han contraído SIDA.



Las diferencias entre Hutus y Tutsis fueron el factor desencadenante de la gran matanza de Ruanda que tiene su comienzo en el año 1994 y que marca uno de los latrocinios más espeluznantes experimentados en el continente africano. Un genocidio que mató generaciones de hombres, mujeres y niños Hutus y Tutsis moderados, tratados, tal cual indican algunas revisiones históricas, como escorias.



El 90% de los ruandeses y el 85% de los burundeses son hutu. Culturalmente se trata de una división ficticia que se centra más en las clases sociales que en las diferencias étnicas, puesto que no existe una diversidad lingüística o cultural entre ambos grupos. Lo que sí existen, son diferencias físicas, principalmente en la altura media. Los hutu y los tutsi comparten la misma religión y lenguaje (son católicos y su idioma es el bantú). Por su parte, los tutsi son el último pueblo que llegó a asentarse en Ruanda y Burundi. Sus habitantes nativos eran los twa, un pueblo pigmeo. Los hutu, un pueblo bantú que al llegar dominaron a los twa. Más tarde, los tutsi inmigraron y dominaron tanto a los hutu como a los twa, estableciendo reinos que ellos dominaban.



Un aspecto interesante de estos tres grupos raciales es su estatura. Los twa son tradicionalmente bajos, los hutu tienen una estatura media y los tutsi son altos; aunque en tiempos modernos el cruce entre estos grupos está reduciendo estas diferencias.



Para los tutsi, los hutu eran básicamente trabajadores. Si un tutsi asesinaba a un hutu, los del linaje del hutu podían matar al tutsi en venganza, pero si un hutu asesinaba a un tutsi, los del linaje del tutsi podían matar al hutu y a otro miembro de su familia en venganza.



Durante los últimos años, los tutsi han sido mayoría en el poder, lo cual creó un fuerte resentimiento por parte de los hutu. Muchos de ellos refugiados, aún no han regresado y se estima que en total han sido 2.000.000 los civiles desplazados por la brutal agresión.



Veamos. Según fuentes, la masacre de Ruanda ha dejado un escenario trágico de alrededor de 800.000 muertes. Pasados ya, más de 10 años, los habitantes del país se debaten entre la pobreza, el pauperismo, la desidia, y las enfermedades. El 70% de sus pobladores vive por debajo de la línea de pobreza.



Todo ello evidencia el estancamiento de varios países que lejos de estar insertos en un mundo marcado por los ritmos de la modernidad y la globalización, se encuentran atados a los odios y el olvido. Relegados del sistema e inmersos en una precariedad, que en el año 2008, alarma y pone en evidencia que la evolución y el desarrollo del mundo tiene su contra cara en lo que quedó de Ruanda y el Darfur (Ver nota; Mundo inhumano). Lugares en los cuales, la violación a los derechos fundamentales de los individuos es una constante que no cesa. Desde la hegemonía como desde lo subalterno. No obstante, ni los organismos internacionales, ni los defensores de las libertades individuales lucran con esa situación como ahora sucede en ciertos países de América Latina que con el velo de la lucha por los DD.HH esconden grandes negociados. Entre algunos de ellos, y en el caso específico argentino, el negocio de ser madre. Forjando así, un devenir de la historia, cargado de resentimientos.





(*) Laura Etcharren es Socióloga. Analista de Medios de Comunicación. Especialista en la problemática de Las Maras en Centroamérica y su estado embrionario en Argentina.

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