sábado, 19 de enero de 2008

EL CAPO, LA REINA Y SUS TAHÚRES DEL SUR

Por Ernesto Poblet
www.notiar.com.ar
Hubo de haber habido un matrimonio de abogados que se refugiaron muy jóvenes a miles de kilómetros de sus ignotas aventuras estudiantiles. No frecuentaban la cultura ni las ciencias ni las artes ni los deportes ni el periodismo, tan sólo abrigaban convicciones profundas en la fácil “acumulación de riquezas con inclusión”.

Así definían su extraño método del negocio encarado -en la “inclusión” de ellos mismos- y desde sus posibilidades de ejercer el derecho abusivo en las lejanas y heladas tierras del sur. De ancestros muy dedicados a los préstamos de dinero en hipotecas y prendas, supieron ampliar sus especialidades. Se orientaron hacia la ejecución eficiente de los infelices deudores, acosados éstos por compromisos avalados con los derechos reales de garantía. Por cierto, no tan humanos.
Sabían de los pesares y temores del sufriente moroso cuando se le acercaban las fechas y se le amontonaban los vencimientos. Los fantasmas de la quiebra inquietaban sus noches. El joven abogado y su bella esposa -otrora amables- se tornaban cada día más pesados e inclementes. Sus ofertas de soluciones -comprando barato el bien gravado- al principio indignaban o hacían reir.
Se sucedían presiones extrañas o acontecimientos inesperados. Con el tiempo la oferta del hijo del viejo usurero -convertido en profesional impaciente e implacable- se transformaba en la única salida posible. Terminaba aceptando la injusta coacción el desgraciado deudor: por una suma escuálida entregaría la propiedad de su casa o su campo. Décadas de sacrificio y trabajo tesonero se esfumaban en la urgente transferencia de la propiedad hacia las arcas del impertérrito matrimonio juvenil.
POLÍTICA EN EL PAGO CHICO
Posiblemente no hayan leído aquellos rústicos abogados a Roberto J. Payró. No les interesaría esa temática pues el “nieto de Juan Moreira” sería para ellos un personaje de ingenuidad insufrible. Se involucraron en la política formando a su alrededor un equipo de obedientes tahúres operativos.
El gordito chofer era diestro para las comunicaciones gráficas, radiales y televisivas. El arquitecto funcionaba como un contador eficaz y sólido ahorrista, serviría para la gran “acumulación con inclusión” a través de las obras públicas. El cordobés de los bigotitos recortados se iniciaría en los negocios del transporte. Los cuatro o cinco restantes aportarían cada uno sus habilidades para los mega negocios que se aproximaban. Una verdadera asociación “de aquellas…”, las que propasan el arco sagrado de las licitudes.
La municipalidad de la capital provincial sería el primer paso. El Capo alcanzaría la intendencia y la Reina iniciaría desde el Consejo Deliberante un dilatado curso de oratoria castrochaviana. Con el tiempo, jamás incurriría en un furcio la prolija ¿letrada?. Comenzaba la endulzada vida del gasto público por el mundillo de los autos con chofer, las secretarias amables, los empleados incondicionales, las amistades del poder, los empresarios amigos que sabían hacer pata a todo, las palmadas del cercano gobernador a quien se debía tratar melosamente.
El Capo se dedicaría a hablar con la gente y administrar el presupuesto municipal. La Reina entonaría sus discursos desde las bancas luciendo sus peinados y modelos, carteras y zapatos. Toda esta armonía permanecería inmutable aún con la larga presencia de los militares en la cima. No estaba del todo mal practicar la obediencia y la simpatía al lado de los uniformados. No encontrarían mejor escuela para practicar el mando sin los límites mortificantes de la democracia. Después de todo, el Proceso de Reorganización Nacional enviaba lejos, bien lejos ¡en el sur¡ a los militares sospechados de deslealtades. Mejor escuela de autoridad sin matices el matrimonio no encontraría ni en West Point.
Los gobernadores de la lejana provincia se sucedían más con penas que con gloria. Las recaudaciones magras, pocos habitantes, demasiadas lejanías, el petróleo era de la nación y las regalías continuaban entrampadas en un juicio interminable. Cada gobernador de la sureña provincia se ilusionaba con la idea de cobrar durante su período los fondos del petróleo que los militares les habían negado. El pozo de dólares crecía y crecía dentro del juicio. El Capo encontró el momento oportuno de postularse. No faltaron las trampas hasta que el poder se le vino a las manos. Prometió mucho y en el aire.
El Capo una vez Gobernador echó al inamovible Procurador del Tesoro, a todos los jueces que no se sometían, compró legisladores, militares y opositores; consiguió del accesible gobierno federal una colecta mensual de todos los usuarios de electricidad convirtiéndose en el primer proxeneta público, succionando la plata al resto de la población del país con el mejor desparpajo.
La Reina dignificaba al cumplidor mandatario al mismo tiempo que perfeccionaba sus aptitudes demosteneanas en la legislatura provincial. El Capo logró el sueño del pibe. El amable riojano que presidía la nación le consiguió de un saque la liquidación exacta de los 710 millones de dólares por las regalías petroleras, suma soñada pero empantanada en la justicia federal.
Presuroso el Capo compró acciones de la YPF privatizada que se le multiplicaron hasta alcanzar a superar lejos los mil millones de dólares. Precavido, desconfiado y no se sabe qué más, el Capo se llevó el fangote de dólares a algún lugar excelentemente escondido. Dicen los criollos del pago que nunca más se supo de ese detalle.
Mientras tanto las obras públicas se anunciaban todos los días. Y en verdad, hubo algunas que hasta se inauguraron en serio. Empezaron a aparecer las industrias de los burgueses amigos. El turismo y la pesca sobretodo, aunque de esta última poco se hablaba, vaya a saber por que suceso misterioso.
¡AL ABORDAJE MIS CORSARIOS…!
En las novelas de Emilio Salgari el capitán del buque corsario ordenaba la acción de copamiento de cualquier navío que se le atravesare. Al Capo se le franqueó la oportunidad de hacerse con el ambicionado botín del gobierno nacional. Un conocido tahúr fracasado de los arrabales metropolitanos había adquirido el control de una asociación de tahúres menores. Todos con poder político en el conurbano de la provincia más grande del país. Se decidió la rifa de la “caja” monumental de la nación.
El tahúr del conurbano no podía permanecer más tiempo en el comando del buque almirante. La rifa rápidamente fue adquirida por el Capo quien a su vez ya había saboreado su futura estratagema. No podía ser de otra manera, por algo el diccionario define a los tahúres como jugadores tramposos. No pueden con su genio.
Auto ungido del poder absoluto, el Capo no trepidó en linchar la Corte Suprema y designar otra a riguroso dedo, borocotizar legisladores y provincias enteras, decapitar dirigentes de empresas privadas, comprar altos porcentajes de la YPF privatizada por medio de empresarios amigos, operar mañosamente el sistema eleccionario, recibir dólares para la campaña de la Reina por medio del narcotraficante más verborrágico, socio a su vez de las FARC.
Trazar una línea aérea Tacna-Córdoba-Buenos Aires-Madrid para el transporte regular de cocaína. Apurar con sobreprecios y coimas a Skanzka, meter manu-militari a Enarsa con doce mil pesos de capital en negocios superiores a los mil millones de dólares, contratar con una sola oferta el tren bala mediante un presupuesto de 3000 millones de dólares adelantando 1200 millones del tesoro nacional, echar la culpa de la crisis energética a las empresas privadas cuando el propio Capo resolvió congelar las tarifas cinco años atrás. Falsear las cifras de INDEC y del IPC… y sigue el interminable inventario de trampas flagrantes y dolosas.
Párrafo aparte merecen los ardides tahurísticos organizados contra las empresas privadas nacionales y extranjeras que operan en el país. Persiguen maliciosamente a los emprendedores que han creído y arriesgado en la patria de Sarmiento y Alberdi. Los saturan de gabelas distorsivas, de retenciones confiscatorias, de multas sin sentido, les rebajan sus precios competitivos y los obligan a trabajar a pérdida, les prohíben las exportaciones, les fabrican huelgas con sus esbirros sindicales, les envían escraches y piquetes. El Capo hasta les manda un perro rabioso disfrazado de Lassie.
El objetivo de estas maniobras no es otro que desgastar, cansar, fundir al empresario, reducir drásticamente el valor de las acciones o el patrimonio o imagen de su empresa, hasta la aparición salvadora de los pingüiburgueses amigos del Capo. Esos nombres y apellidos de moda que compran cuanta compañía padece de estos males provocados por el Capo, muchas veces directamente desde el atril como ocurrió con la Shell del valiente ingeniero Aranguren.
El Capo intentó obligar a vender las estaciones de servicio de la empresa angloholandesa al socio de las FARC, solventándose éste con los petrodólares y el narcotráfico. Menos mal que el ingeniero Aranguren no aceptó las oscuras operaciones. ¿Cuáles serían las consecuencias si hubiésemos terminado con una red de estaciones en el territorio argentino, siendo propiedades de quien sostiene campamentos de terroristas colombianos en tierras de Venezuela…?
El mismo personaje que presta sus puertos para la comercialización de la droga, se arma para guerras imperialistas en la región, provee armamento a las guerrillas, se asocia con IRAN en una aventura genocido-racista y provoca escándalos injustos contra los gobiernos amigos.
En esa obra maestra de poesía y ternura que conocimos con el porteñísimo título “El Pibe”, Charlie Chaplin interpretaba al inolvidable personaje de pantalones anchos, chaleco ajustado, sombrerito de hongo, bastón y bigote pintoresco. De la mano del pequeño Jackie Coogan recorrían la ciudad en busca de ventanales vidriosos.
El pibe se adelantaba y revoleaba un piedrazo certero para destrozar estruendosamente los vidrios. A los minutos aparecía el oportuno Carlitos ofreciendo sus servicios para reparar los destrozos. Aquel personaje del andar de pato hizo reir a millones de espectadores desde sus comienzos en el año 1914. Los tahúres, siniestros jugadores tramposos, no tienen nada de gracioso.
El autor es abogado, periodista e historiador.
Correo electrónico: epoblet@fibertel.com.ar
Gentileza en exclusiva para NOTIAR

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