: EL VIEJO PACTO DE TRANSFUGAS DE BURDEL
(Por el Lic Gustavo Adolfo Bunse) (5/2/2008)
Estos dos filibusteros, pactaron antes. Ahora queda claro.
Les importó un bledo abrir otro enorme orificio, no sólo en la credibilidad de la gente hacia la dirigencia política, ya en agonía, sino, mucho peor que eso, en la credibilidad que merece la base del sistema democrático.
La operación de distracción de unos 3.185.000 votos rapiñados por Lavagna para evitar un ballotage, les salió bastante bien. La farsa funcionó.
No es necesario ahora examinar el sentimiento de todos esos votantes, que sin excepción, estaban contra el régimen del matrimonio. Y estaban en una total sintonía con lo que denunciaba este buitre carroñero de la política.
Le preguntó un día Jorge Fontevecchia, en un extenso reportaje publicado en el diario Perfil : Si algo podía cambiar en el país según fuera presidente uno u otro de los cónyuges del poder.
Lavagna fue lacónico : Nada va a cambiar. Seguirán con la política de las tres “P” … , es decir : Plata … Puestos y Presiones.
Pero más grave que eso : Las denuncias de los gastos irregulares en la obra pública del gobierno, dichos por quien había sido el Ministro de Economía, no sólo reforzaban la postura de este falsario opositor, sino que certificaban una versión indubitable de alguien que conocía “las cosas” desde bien adentro.
Ser hoy muy mal pensado, desconfiado e incrédulo en la Argentina se ha convertido en uno de los primeros deberes del ciudadano.
Como un mecanismo de defensa mínimo, es obligatorio sospechar de toda la dirigencia política y saber que estamos en manos de un grupo de mentirosos enciclopédicos cuya escrupulosidad mas elemental ha sido fulminada hasta para sus propias familias.
Dudar de ellos.
Sospechar de todos sus actos, de sus dichos y de sus intenciones, es una obligación. Casi como un reflejo natural de supervivencia en una jungla, en la cual, ellos depredan y uno huye cada día, sabiendo que además, probablemente, sea una huída hacia adelante, tan inútil que, en algún momento, caeremos en las garras de otro, con mayor poder depredador, acaso más sutil y despiadado.
Estamos todos obligados pues, a un agnosticismo político militante.
Habría que remontarse, seguramente, mucho más de una centuria para encontrar una saga política honesta y decente de algún dirigente argentino. ¿ Carlos Pellegrini ?
Poco importa ahora. Nadie puede ser tachado de escéptico ni de prejuicioso si camina, en este raro país, con todas estas prevenciones, luego de haber transitado una vida repleta de traiciones y mentiras perpetradas por la misma dirigencia política. Sin el menor escrúpulo, se pasean por Olivos decidiendo ahora que cosa hacen después de su gran trapisonda de vivillos.
No es en absoluto una paranoia suponer, cada mañana, que lo normal ha de ser que intenten engañarnos una y otra vez, que nos mentirán en forma burlona y que simultáneamente se postularán para que, obligada a votar, toda la ciudadanía convalide la única oferta electoral disponible en la que se incluyen, una vez más, todos y cada uno de ellos.
La sensación de un engaño burdo, ya es certeza.
Y no sólo ya por ver a este par de infames abrazados en el humo de la hipocresía, sino por constatar que hay un Poder Legislativo corrompido hasta los tuétanos e impune de toda impunidad, como “pintado al óleo”.
Sometido con “caja”, a cambio de dejar que todo se haga por decretos de necesidad y urgencia ó por disposición, conferida en bandeja, con unos superpoderes napoleónicos que se siguen prorrogando “ad infinitum”.
No hay democracia sin partidos… y no hay partidos sin honestidad.
Y así, no hay Estado.
El poder político es un burdel.
Y en ese contexto, los tres poderes integran una comparsa prostituida.
También el judicial, que luce, con muy honrosas excepciones, hierático, mudo y vendido ante cualquier estímulo del ejecutivo.
Castigador implacable sólo de los punguistas y de los ladrones de gallinas, pero raramente magnánimo y munificente con los criminales de alto vuelo, especialmente si algo tienen que ver con la dirigencia política.
No puede haber Estado, en suma, cuando la jefatura de ese Estado se lo ha propuesto deliberadamente. El Estado son las instituciones de la República. Pero el poder ejecutivo, que debe velar por ellas, es justamente el peor mentiroso, errático, inoperante y enfermo de demagogia.
Todos los miembros del burdel operan desde adentro y desde afuera como unos perfectos propiciadores del anarquismo. Actúan como arquitectos de la implosión social como si estuvieran empeñados, día y noche, en descubrir algún daño nuevo que pueda hacerse a las instituciones de la República.
Casi todo es una burla, una puñalada a la ilusión y una danza de máscaras que van cayendo de a una y que convierten las escenas en la más increíble paradoja que consagra el mérito a la manufactura del mal.
Se supone que hay aquí muy pocas cosas que puedan ocurrir que nos salven de la anomia terrible que transitamos. Del andrajo moral que campea.
Y del individualismo tan alevoso en el que se ha embarcado toda nuestra sociedad en su loca huída hacia adelante.
O peor que eso, en su desdén, en su indolencia, en su resignación .
Y hay mucho de irresponsabilidad conciente, en ese “sálvese quien pueda” que nos deja una sordina fotográfica cada día, con idénticas imágenes y con discursos repetidos, de una ética sin sentido alguno del discernimiento entre el bien y el mal. Ser incrédulo y sospechar, es pues un imperativo.
Un deber cívico.
Hay que pensar mal, en suma, de esta casta maligna por cuanto es la mejor manera de inyectarse así algún antídoto social contra el acostumbramiento resignado, contra la enorme mansedumbre civil frente al descarrilamiento interminable que se nos ofrece hoy a todos, como paisaje cotidiano, desde el pináculo del poder.
Hay que pensar muy mal, para estar a tiro de la realidad y para no sufrir más desencantos de los que ya se han sufrido.
Por cuanto en esta verdadera bacanal del populismo, los espacios los hemos ido dejando abandonados para que los ocupen los tartufos, los mercaderes de la infamia y de la deshonra, los parásitos de la escoria social y los ineptos estructurales que forman hoy un formidable ejército de partisanos de la oportunidad.
Sujetos que viven envenenándose unos a otros y luego enviándose flores a sus velorios, como borgias redivivos, aferrados a un timón que en realidad es manejado por el oleaje… y no por ellos.
Especímenes que son incapaces de la reacción de nobleza más elemental, incapaces de reconocer su propia impericia, e incapaces también para crear un hueco ético, corriéndose a un costado y dándole la mínima esperanza a quienes, como ciudadanos, les han confiado mandato.
Mutantes, cuya desesperación caótica no los deja pensar nada más que en cuestiones personalísimas, primarias y muy efectistas, pero jamás en el plan más sencillo, ni siquiera para poder determinar su propio destino.
Ninguna función cubierta por esa ralea de carteristas podrá sobrevivir. Y lo normal es que la ejerza cualquiera, aún con la más insuficiente preparación.
Es la consecuencia de la multiplicación de la audacia de los partisanos de la política frente a la impavidez de todos :
Cualquier individuo puede, sin demencia, aspirar a cualquier puesto en este país, porque la sociedad se ha habituado a no exigir la menor competencia.
Y todos estos sátrapas florentinos, se proponen compensar su ineptitud, de la que son conscientes, adoptando un gesto convencional, insincero, para convencer con eso al entorno, y hacerles creer que son efectivamente lo que representan. Y así, de paso, mientras procuran convencer a los demás, intentan convencerse a sí mismos.
Pero les cabe el juicio de la historia y el veredicto de la soledad que acaso deba producirse más pronto que tarde y frente a tribunales de verdad, de nuestra época. Con las fuerzas morales de singularidad imperfecta pero implacable que quizás pervivan en las instituciones del sistema republicano.
No por su ambición política, que si fuera sana no se deslegitimaría desde ninguna posición de poder, sino por sus graves culpas en el debilitamiento de los restos de la estructura nacional.
No por su carencia de sabiduría y prudencia, que es pura ignorancia, sino por su deshonestidad y su conciencia más absoluta de ser unos inmorales
No por sus caminos siempre errados, que son obra de su ceguera, sino por su engaño inaudito edificado en el lucro cesante del poder correctivo que tienen y que no ejercen.
No por fulminarle imbécilmente los negocios al país, sino por su clara intención de apuntar todo hacia sus propios proyectos personales para seguir en la villanía del negocio particular.
No por decirnos medias verdades, lo cual deviene de su gran limitación intelectual, sino por habernos convertido en destinatarios de su malicia.
No por pactar entre gallos y medianoche, porque eso tiene espacio si fuere en bien de la República, sino por mentir que no lo han hecho, por mentir cuando lo han hecho y por falsear para que fines personales, lo han hecho
Lic Gustavo Adolfo Bunse
gabunse@yahoo.com.ar
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