lunes, 18 de febrero de 2008

HOJAS AL VIENTO

Por Omar López Mato
www.notiar.com.ar


Siempre hubo voluntades arrastradas por el viento. Las hubo y las habrá. Algunos se escudarán en los cambios que los tiempos imponen en las perspectivas históricas de los acontecimientos. Otros dirán que fueron ellos quienes cambiaron, iluminados por profundas meditaciones y diálogos esclarecedores.


A lo largo de nuestra historia hemos vivido con personajes mutantes, de efímeras fidelidades, como el general Alvear, que coqueteó con varias de las facciones que rigieron los primeros tiempos de la Patria Libre; pactó con federales como los caudillos López y Ramírez, al extremo de seguir a los hermanos Carreras con sus malones, o de ofrecer a Inglaterra la incipiente Nación Argentina como protectorado.
El general Alvear fue hombre de Rivadavia pero se convirtió en seguidor de Rosas, hasta que éste lo envió a descansar de su veletísmo a los Estados Unidos como representante de la Confederación Argentina. Afortunadamente murió antes de Caseros, porque quizás le hubiera ofrecído su viejo sable a Urquiza (igualmente uno de sus hijos participó de la contienda del lado del entrerriano).

Rivera Indarte usó su escaso genio poético para alabar los méritos del Restaurador, que prontamente se convirtieron en las “Tablas de sangre”, donde enumera exageradamente las tropelías de la mazorca. El apasionamiento de su pluma, que lo lleva a “deliberadas” (?) inexactitudes, obedece al fervor que muchas veces arrastra a los conversos.

Después de Caseros se vivió un clima muy especial en la ciudad que hasta ayer solo cantaba loas al Restaurador, y solo un año más tarde, personajes como Gregorio Torres, que daba la vida por Rosas (¡Siempre hay quien da la vida por el hombre fuerte de turno!), se abrazaba con Valentín Alsina, hasta poco antes, su enemigo mortal.

Pero eran tiempos dramáticos, con esquemas bruscamente cambiantes y donde siempre brillaba el filo del facón para sancionar fidelidades efímeras.

No podemos pretender ser eternamente constantes y exigir lealtades sin fin en la vida, y menos aún en la política, que como dicen, es la ciencia de lo posible (y entre las posibilidades se incluyen los cambios).

Pero para que un cambio suene convincente, debe mediar un proceso interno o externo, un tiempo de tránsito. Por eso es que la mutación del Dr. Lavagna, hasta hace poco tiempo candidato opositor de este régimen, nos hace sospechar que algo está podrido en Dinamarca, (y uso esta metáfora porque en Argentina muchas cosas huelen a podrido).

Esto no es Borocotísmo, porque el Dr. Borocotó cambió sus afinidades sin dar explicaciones, solo escudado en el poder de convencimiento del presidente Kirchner. No, lo del Dr. Lavagna suena más a la metodología del cardenal Talleyrand, ministro de Relaciones Exteriores de Napoleón, que poco después de la caída del Emperador, estaba a los pies de los Borbones, explicando sus nuevos afectos a la luz de complicados argumentos, que a nadie convencieron. Este brusco cambio de lealtades poco sorprendió a Napoleón, gran conocedor de las personas, que ya lo había descrito a Talleyrand como “m… en una media de seda”.

A pesar de los extensos argumentos que podrá esgrimir el Dr. Lavagna, esta intempestiva alianza, en un hombre de sus años (convengamos que no es un pibe, y que sepamos no ha comprado la inmortalidad) nos suena más a cambio por conveniencia que por convicción.

Pero más allá de la anécdota, lo que más me preocupa, es el feroz pragmatismo que se abate sobre el panorama político nacional. ¿Debe una persona como el Dr. Borocotó, echar por tierra su buen nombre y honor por un puestito dentro de la Legislatura? ¿Porqué el Dr. Lavagna, que hubiese pasado a la historia como un ”Capitán de tormenta”, (tal como Groussac llamaba a Pellegrini), estropea el buen recuerdo que había impreso a su gestión –y que le había granjeado 3 millones de votos?

¿Ambición desmedida? ¿Ansias de poder? ¿Cuánto poder podrá acumular en el tiempo que le resta, y como sufrirá su imagen para la posteridad? He allí la cuestión: nadie trabaja para el bronce, (lamentablemente, muchos lo hacen por el oro) todo está envuelto en la vorágine de la inmediatez, sin gloria ni historia… y de esta forma los países, como los hombres solo son hojas al viento.

omarlopezmato@gmail.com

Gentileza de www.OLMOEDICIONES.com en exclusiva para NOTIAR

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