domingo, 20 de enero de 2008

ES PAPÁ QUIEN MANDA

Ciertamente, antes aún de su aventura en la selva (donde muchos lo seguían llamando presidente), Néstor Kirchner se proyectaba como figura decisoria del nuevo gobierno, mientras la mandataria electa parecía vacilar entre los actos protocolares y las vacaciones.Por Jorge Raventos
NuevoEncuentro 20/01/08
Después del mal paso de la mediación organizada por su amigo, el comandante Hugo Chávez, que lo obligó a recibir el 2008 en el aire, Néstor Kirchner se encerró en El Calafate con su esposa y decidió sumirse en provisorio silencio. Más allá del disgusto de la señora de Kirchner por la falta de palabra de las FARC (que no habían cumplido la prometida liberación de tres rehenes) y por la improvisación con que Chávez había manejado todo el show humanitario, esos días no campeaba en El Calafate solamente el hermetismo que relataban las crónicas, sino la mala uva presidencial.
La señora observaba, en rigor, lo mismo que en los días anteriores y siguientes destacaron muchos analistas: su figura se veía desplazada del centro por el protagonismo de su cónyuge y gran elector, el ex presidente.
Ciertamente, antes aún de su aventura en la selva (donde muchos lo seguían llamando presidente), Néstor Kirchner se proyectaba como figura decisoria del nuevo gobierno, mientras la mandataria electa parecía vacilar entre los actos protocolares y las vacaciones.
Cuando muchos (y quizás la propia Cristina de Kirchner) vaticinaban un retiro del respaldo de la Casa Rosada a Hugo Moyano como cabeza del movimiento obrero y el apoyo a otra figura (Antonio Caló, un metalúrgico que no le teme a la corbata) para conducir la CGT, Néstor K se entrevistó con el jefe de los camioneros y recauchutó su poder gremial. Todos entendieron que se trataba de un úkase y que faltaban unos días para que la señora en persona recibiera a Moyano.
Un poco antes de ese episodio, los principales colaboradores de Kirchner Néstor habían sido ratificados por su esposa en sus ministerios, secretarías y subsecretarías, sin excluir a aquellos a quienes el entorno de la presidenta venía prometiéndoles un destierro discreto.
En fin, también tuvo su peso la reacción exasperada ante la investigación judicial de Estados Unidos sobre el episodio de la valija con petrodólares venezolanos (donde, según el subsecretario de Estado Tom Shannon, "los Kirchner manejaron esto para proteger su base política y para calmar la preocupación doméstica de una manera que no tuvo en cuenta una visión de política exterior más amplia").
Fue Néstor Kirchner el que le dio el tono a la respuesta oficial, y ese tono diluyó el "giro sensato" de la política externa argentina que anticipaban los círculos cristinistas.
Al parecer, tras los muros de la residencia K de El Calafate, el matrimonio discutió, con su proverbial acaloramiento, la necesidad de que él no le haga sombra a ella en su rol de autoridad.
Se trata de una tarea nada sencilla, porque en la política argentina, tan impregnada (en todos los sectores) del sentido realista del peronismo, suele reconocerse con velocidad dónde reside el poder (o el mayor poder, si se quiere) y se ha aprendido, para bien o para mal, a diferenciar la formalidad jerárquica de los cargos de la jerarquía efectiva (más propia del reino de la física) que otorga la capacidad de tomar decisiones importantes que sean efectivamente cumplidas.
Un signo del poder que, en el dispositivo actual, le es asignado a Néstor Kirchner reside en el hecho de que un amplísimo, mayoritario sector de funcionarios, gobernadores e intendentes que adscriben de una u otra manera al justicialismo, declaran que él debe presidir el PJ una vez que concluya la intervención judicial que el mismo Kirchner indujo cuando ocupaba la Casa Rosada.
Para ofrecerle ese apoyo como futuro titular del pejotismo, todos esos funcionarios no han vacilado en torcer los argumentos que ellos mismos recitaban hasta hace pocas semanas. En aquellos tiempos, cuando Kirchner Néstor era titular del Poder Ejecutivo, decían que "el peronismo tradicionalmente unifica el poder y si hay un presidente de nuestro signo, es él quien naturalmente conduce el partido".
Con esa lógica, hoy deberían ofrecerle la titularidad partidaria a la señora de Kirchner, no a él. A menos que se entienda que, en la lectura de todos esos voceros oficialistas, no hay dudas de que es en Kirchner en quien "se unifica el poder", más allá de que ya no ocupe formalmente el cargo presidencial.
El hecho es que, aunque se trate de un espejismo, del plenario de dos de El Calafate emergió una fórmula de convenio conyugal: Cristina al gobierno, Néstor al partido. Se verá si las partes cumplen el contrato. Se verá si la realidad se los permite. En todo caso, ese arreglo sólo posterga (probablemente también extiende) los cortocircuitos que se producen siempre que se pretende gobernar con doble comando.
Más allá de la competencia de su propio esposo, el gobierno de la señora de Kirchner sufre hasta el momento de cierta anemia autogenerada. La presidenta no encuentra todavía una misión singular que la identifique.
Trata de explotar el llamado "discurso de género" y apela a la reiteración de los relatos de la memoria que tuvieron mayor rating al comenzar la gestión de su esposo, pero que ahora, cuando una protagonista de esas narraciones, la señora de Bonafini, se realiza en los medios como procaz sostenedora de los terroristas de la FARC o cabeza de emprendimientos inmobiliarios subsidiados por el Estado, han perdido mucha de su vieja atracción justiciera para ser recibidos, más bien, como un sofocante discurso propagandístico.
Últimamente, el ministerio de Julio De Vido le proveyó algunos temas rutilantes, como la promesa de futuros "trenes bala". Pero la presidenta se dedica poco a los asuntos que preocupan a la sociedad: la inseguridad, la inflación. Recién diez días atrás se permitió referirse a otro asunto que inquieta: admitió que hay decenas de miles de cortes de luz, aunque todavía ella y su gobierno esquivan el sinceramiento de la palabra crisis.
Evita también escenarios exigentes: renunció, por caso, a concurrir al famoso Foro de Davos, un ámbito que, de tenerlos, le hubiera permitido exponer ante un auditorio de influyentes y poderosos de todo el mundo sus proyectos para que la Argentina recupere inserción internacional. Da la impresión de que, al recorrer el segundo mes de su segundo período, este gobierno K se alegra con poco: la felicidad que le trajo la última semana consistió en que no pasó nada importante.
En las anteriores, habían ocurrido muchas cosas importantes.
La mayoría, adversas.
jorgeraventos10@gmail.com

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