jueves, 8 de abril de 2010

ATOSIGADOS


“No me atosiguéis”



Con este título Omar López Mato nos entrega su habitual análisis político:



La Argentina ha adoptado un extraño rito celebratorio, recuerda la muerte de próceres y no sus nacimientos, celebra una derrota (2 de Abril), mientras se olvida de Suipacha, Maipú, Chacabuco o Caseros, todo el mundo conoce cuándo es Halloween pero pocos saben cuándo es el día de la tradición y concede un feriado para que recordemos el golpe militar de 1976.

El 24 de Marzo también nos retrotrae al fin del infausto gobierno de Isabelita, circunstancia que pone muy nerviosos a los peronistas, más inclinados a dejar caer este lapsus en el olvido, una indulgencia que ellos no conceden a otras ideologías.



Desde distintos medios se ha tratado de trazar un paralelismo entre Isabel Perón y la señora presidente, la primera y la segunda mujer en ejercer la primera magistratura argentina.



En mi humilde opinión, este paralelismo resulta imposible más allá de su coincidencia dogmática, los dos personajes divergen en más de un punto a saber. María Estela Martínez de Perón –Isabelita, tal su nom de guerre – era una inútil sin formación ni habilidades, que había convencido al león herbívoro durante su crepúsculo, que era “su mejor discípula” (Sic.).



Esta apreciación o mostraba a las claras la senilidad del conductor o nos hacía sospechar algún influjo maligno, propio de las habilidades esotéricas del brujo López Rega. Desde la muerte del general fue evidente el desgobierno del país, fruto de la falta de idoneidad de la viuda de Perón, víctima de su olímpica ineptitud y de una dependencia psicológica al execrable creador de la infausta AAA.



En cambio la actual presidente no tiene un pelo de tonta (o debería decir extensiones de estulticia), ella es cómplice de su marido, creador de un pragmatismo a ultranza, capaz de mezclar ideas de todo el espectro político que le vengan bien a sus fines. La apropiación del poder justifica cualquier diatriba. No en vano presiden una agrupación llamada “Frente para la Victoria”. El triunfo electoral es su meta superior, lo que sirva al país o a sus habitantes poco importa.



A diferencia del matrimonio Perón que llegó al gobierno de manos de un discurso de izquierda que mutó hacia la derecha ante el hostigamiento de los jóvenes idealistas que lo habían apoyado para llegar al poder, el matrimonio “K” arribó desde un peronismo quejoso, que había abandonado al menemismo cuando la nave hacía agua, sin que hasta el final del mandato se le hubiesen escuchado muchas quejas sobre las políticas imperantes, de las que buenos dividendos habían sacado.



Asumida la presidencia, virando hacia un anacrónico zurdaje con bruscas mutaciones de distintos tintes ideológico según sus conveniencias (Campo no, minería si, vacas no, glaciares no, FMI no, ahora si, Clarín si, ahora no, etc., etc.) El capitalismo de amigos tiene estas delicias.



Ambas, Cristina e Isabel, coinciden en un populismo y estatismo propios del dogma peronista que conducen a una inflación galopante, estigma de este tipo de gobierno que ambas minimizaron y en última instancia terminó (o terminará) corroyendo su poder.



Para Isabelita la inflación fue casi un mal menor ya que no tuvo la conducción y menos aún los medios económicos que hicieran posible sobrevivir a su régimen agónico.



Cristina y su marido, en cambio, a pesar de no tener un áurea carismática (fruto del enojo casi constante de la mandataria), tienen bien clara la mecánica de adquirir lealtades, vía la compensación económica. Los “K” ejercen la Realpolitik del billetera mata galán. El ex presidente sabe muy bien que no tienen el plysique du rôle ni la verba para seducir multitudes, mientras su esposa busca cierto parecido a la difunta Evita en su ostentosa indumentaria, (aunque a muchos les resulte odioso e irritante).



Otra diferencia debe encontrarse en las irregularidades administrativas de los dos gobiernos que si bien en ambos abundan, las de Isabelita comparadas con las irregularidades de los actuales mandatarios quedan como travesuras de boy scouts.



Isabelita fue víctima de su propia ineptitud. No supo, no quiso ni pudo crear un espacio de poder y el poco que creó, lo hizo bajo la sombra esotérica y patotera de un personaje nefasto. En cambio Cristina, con su marido han creado una esfera de poder como no se ha conocido otra en los últimos cincuenta años. Su uso discrecional les resta virtud republicana, pecado muy común en el ejercicio peronista del poder.



Sin embargo Isabelita vive aún hoy con un limbo de impunidad. Quizás su condición de viuda del líder del partido, o su evidente ineptitud, más patética que irritante, la ha resguardado de la Justicia. Siempre pareció incapaz de explicar el porque de tantos desmanes que azotaron a la nación.



Sin embargo, no fue una insana y este indulto generoso no condice con el espíritu de “ni olvido ni perdón” de los organismos de Derechos Humanos, María Estela Martínez de Perón fue responsable de lo que pasó en el país de palabra, obra y omisión. De su gobierno salió la orden de aniquilación de los extremistas que asolaban la patria. ¿Por qué a ella no le llega el brazo de la Justicia?



En cambio el matrimonio presidencial no creo (ni quiero) que pueda gozar de esta impunidad. Los resentimientos creados actuarán como un formidable estímulo para sancionar cada ilícito. Piensan atrincherarse tras muros de billetes (Teoría Conti) que compren su paz, y ¿quién sabe? Quizás lo logren. Todo es posible en este país. De ser así habremos llegado al punto más bajo como nación.



En última instancia, Isabelita recibió un país en llamas que no supo ni estaba en condiciones de manejar. El matrimonio por el contrario, a sabiendas ha encendido las mechas de varias bombas que en algún momento habrán de estallar con nefastas situaciones para todos los que estemos alrededor. De hacerlo durante su mandato, le echarán la culpa a todos aquellos que criticamos sus cambios; de explotar en manos de la oposición, la culpa será del desmanejo ajeno.



En ambos casos, Cristina ante las acusaciones de los medios, quizás retome la muletilla de Isabelita: “No me atosiguéis”.



Para entonces seremos nosotros los atosigados.

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