martes, 6 de abril de 2010

LOBOS...CARNEROS....


Lobos, carneros y juglares del castrismo
Por PEDRO CORZO*

Pedro Corzo no necesita presentación porque su obra es bien conocida por los lectores de CORREO DE BUENOS AIRES. Entregamos hoy dos de sus últimos escritos acerca de hechos recientes de su querida patria que han sido ignorados por la dirigencia política argentina, tan defensora ella de los Derechos Humanos de quienes asolaron al país en los setenta cuando pretendían instaurar una tiranía comunista bajo el engañoso paraguas del "socialismo nacional". Ni la infamia cometida contra las Damas de Blanco, ni las pueriles excusas de la actualidad de cantaautores o "intelectuales" a sueldo del tirano momificado que temen ahora la repetición de una pueblada como la que acabó con la vida de los Ceausescu, los ha conmovido.
Habría que prestar mucha atención a los conceptos de Corzo. Sin que en Argentina se viva en la actualidad ni por asomo la tragedia del pueblo cubano, algunos párrafos parecen estar hechos a la medida del análisis local.
Juan Salinas Bohil

Los Lobos y Carneros del Castrismo
La atrocidades cometidas contra las Damas de Blanco y su grupo de apoyo en La Habana, durante este séptimo aniversario de la Primavera Negra, es una infamia que se viene repitiendo desde los primeros días de enero de 1959, porque para el régimen y sus partidarios las calles son de Fidel y las cárceles y la muerte para los opositores.

El castrismo y sus métodos han sobrevivido en parte por la debilidad moral de un amplio sector de la sociedad, una mayoría silenciosa que aunque consciente de lo injusto y el fracaso del proyecto, acata sus mandatos o finge aceptarlos. Entre ellos se encuentran los que prefieren no ver ni escuchar; los que cumplen el oficio de sordos y ciegos. No importa lo que sucede en la casa vecina, lo que le ocurrió al amigo de la infancia, al compañero de trabajo o al familiar. No actúan en su contra, pueden hasta compadecerse, pero se distancian con un lapidario "se lo buscó".

Pero no hay dudas que la columna vertebral del despotismo insular son sus fuerzas armadas. Los cuerpos armados sirvieron en las guerras mercenarias, exportaron la subversión imperialista que patrocinó el castrismo por décadas y en su momento sustituyeron a las elites del ministerio del Interior, que en la opinión de muchos era el principal sostén del régimen. Ambas fuerzas se han complementado y el resultado han sido décadas de terror, miseria y opresión.

De esta ecuación no se pueden excluir los funcionarios. Son los que implementan las políticas administrativas del gobierno, estructuran las relaciones internacionales en base al chantaje y el soborno, y la nomenclatura intelectual que arropa con talento asalariado las acciones más vergonzosas de la jerarquía. Entre estos últimos se destacan los que integran el aparato de propaganda del régimen: periodistas, escritores y artistas, que con sus inventivas confunden e intimidan a una parte de la población y desinforman al mundo exterior.

También están los cómplices con rostros, los que respaldan la dictadura a sangre y fueg los que hacen el trabajo sucio, atemorizan y usan la violencia. Son represores de oficio, esbirros de corazón. Imparten las órdenes e interpretan a la perfección la voluntad de sus superiores, y si éstas no llegan a tiempo, no dudan en aplicar la fuerza para la que están entrenados. Morder, desgarrar, es su vocación de fe.

Pero lo que más repercute en el control absoluto de la sociedad cubana, por su capacidad de intimidación, son las turbas divinas de la opresión. Sin ser un pilar fundamental, atemorizan a los ciudadanos y ejercen influencia en la opinión pública mundial. Ellos han asumido la doble moral como práctica de vida. En esa sumisión activa, gritan, predican, vejan y hasta matan para lograr sobrevivir sin rasguño alguno la opresión que también les agobia, continuando así una existencia de corral que les equipara a carneros, pero con colmillos de lobos.

Esos cómplices anónimos, esa multitud sin identidad, que cambia de sujetos según las circunstancias, la localidad y el tiempo, pero que siempre esta dispuesta a aplastar y destruir a todo aquel que defiende su derechos de vivir a su manera y de rendirle culto y obra a sus convicciones, son quienes visten al régimen con una legitimidad que no es genuina porque es consecuencia del miedo colectivo, de un oportunismo ramplón que concluye que es mejor ser victimario que victima. Aguantar a cualquier precio es su consigna, al igual que aquellos que no lo hagan, deben ser execrados porque rompen el equilibrio de la sumisión.

Esa masa anónima, de número variable, de rostros comunes, con el compromiso de hacer miserable la vida de los otros, es la carne, músculo y hueso del totalitarismo. Ellos son mas importantes para la imagen pública del régimen que el burócrata que administra, que los oficiales que comandan las tropas, coordinan la represión o dirigen una prisión. Sin ellos no estarían Fidel y Raúl Castro, Ramiro Valdés o Ramón Machado Ventura. Esa masa mezquina mata física y moralmente. Para ellos no hay fronteras en el abuso. Esa es la principal herencia del totalitarismo cubano.

Silvio y Pablo, los "che" de la Trova
Silvio Rodríguez ha sido un icono de la revolución cubana, solo comparado a Ernesto Guevara y el propio Fidel Castro. Si se fuera a seleccionar un artista para simbolizar la revolución, nueve de cada diez cubanos dirían sin poner reparos que ese dudoso honor le corresponde a este trovador de notable talento que entregó su alma al diablo del castrismo. No cabe dudas que una cercana rival sería Alicia Alonso, pero Silvio, por practicar un arte más popular, que llega más directamente al pueblo y en consecuencia se presta a una mayor politización, obtendría la victoria.

Otro canta autor notable es Pablo Milanés, mientras que el resto de los creadores del castrismo, independientemente de su vocación de servicio a la dictadura, han logrado cierto relieve por la conjunción del talento y la inversión política y económica que la dictadura hizo en ellos. Valdría la pena un día investigar cuánto ha gastado el castrismo en promover figuras nacionales y extranjeras. Cuántos festivales, libros, conferencias, seminarios, viajes, instituciones culturales de diferentes tipos y conciertos, entre otras actividades, ha auspiciado el estado mecenas cubano que al final de cuentas les cobra bien caro la obediencia a los artistas que distingue.

Silvio y Pablo Rodríguez han sido parte sustancial de la historia del arte cubano, pero también de la política en todos estos años. El talento de uno y otro le fue muy útil al castrismo. Fueron los arquetipos de una juventud que se identificaba con el Nuevo Orden. La irreverencia siempre prudente, como la que se aprecia en "¡Ojalá!", siempre fue excusada. Ellos le cantaban a la utopía, al hombre nuevo, al nuevo mundo que se forjaría en la isla del doctor Castro.

En los tiempos duros. Cuando la censura se impuso y muchos artistas conocieron el exilio, la cárcel y hasta la muerte por defender sus convicciones, estos virtuosos de la trova en el mejor de los casos practicaron un silencio cómplice, o explícito en el caso de Rodríguez, que aceptó ser diputado a una Asamblea Nacional que él, mejor que muchos, sabía que no representaba al pueblo.

La ternura de la poesía de ambos y las melodías de sus composiciones eran propicias por igual para un primer beso, una guardia en una trinchera con el fango hasta el cuello o empuñar el fusil para ejecutar un enemigo. El arte de los dos se prestaba mágicamente para engalanar la épica revolucionaria, en particular para hacer hervir la sangre a aquellos que están siempre dispuestos a soñar aunque para ello haya que matar al cordero.

La Nueva Trova marcó un hito en la historia de Cuba y en la del mundo de habla hispana. Silvio y Pablo, por mucho tiempo perdieron sus apellidos como consecuencia de la inmensa simpatía que le profesaban en la isla y fuera de ella. Recorrieron el mundo con un mensaje de amor, justicia y paz, mientras en la isla de los dos, esos sentimientos y conceptos estaban ausentes.

Con el tiempo la figura de los dos trovadores se agotó en el terruño que les vio nacer. Sus admiradores, que siempre les asociaron al Proceso, se percataron que todos envejecían, pero no de igual manera. Silvio y Pablo se enriquecieron, vestían distinto y viajaban, poseían bienes con los que sus compatriotas no podían soñar y junto a sus antiguos patrocinadores seguían defendiendo un modelo político fracasado que solo había funcionado para quienes detentaban el poder, o para quienes estaban dispuestos, a la sombra de la miserable vida de los otros, a brillar hasta el fin de los tiempos.

Silvio Rodríguez, regresando al titulo de estos apuntes, ha sido una especie de Ernesto Guevara en lo que respecta a la promoción de la cultura del castrismo en el exterior. Si el guerrillero argentino-cubano personifica la violencia revolucionaria, el odio como maquina selectiva para matar y es la bandera de aquellos que quieren el cambio sin saber dónde les conduce, el talentoso juglar, particularmente en Hispanoamérica, ha sido la figura artística de Cuba que más identifican con la Revolución, no porque su público lo haya querido, sino porque él se ha prestado a dar la imagen de un artista comprometido con la justicia y la igualdad que supuestamente existen en la isla.

Silvio y Pablo han sido artistas plenamente identificados con la dictadura. El presente es consecuencia del pasado que ellos ayudaron a construir. Lo que ocurre hoy, también sucedió ayer. Los vecinos de Dachau y Treblinka afirmaban que ellos nunca vieron el humo ni sintieron el olor a carne quemada, pero los campos estaban allí, y lo que ha sucedido en Cuba durante cincuenta y un años ha estado a la vista y los oídos de estos notables trovadores, que a pesar de la sensibilidad que les caracteriza, no han escuchado el clamor del silencio que aplasta a sus compatriotas desde hace mucho tiempo.
(1) Canción de Silvio Rodríguez (1969)

*Pedro Corzo es periodista e investigador cubano. Preside el Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo. Ha producido siete documentales sobre la lucha a favor de la democracia en Cuba, entre ellos "Guevara, Anatomía de un Mito" y "Las Torturas de Castro". Ha publicado "Cuba, Cronología de la lucha contra el Totalitarismo", "Mártires del Escambray" y el ensayo "Perfiles del Poder".

CORREO DE BUENOS AIRES

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