sábado, 17 de abril de 2010

PALABRAS Y REALIDAD


Río Negro - 17-Abr-10 - Opinión

http://www.rionegro.com.ar/diario/opinion/editorial.aspx?idcat=9542&tipo=8

EDITORIAL
Palabras y realidad

Lo mismo que todos los demás mandatarios del mundo con la excepción de los escasos partidarios del estatismo a ultranza, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner quiere asegurar al empresariado internacional que en su país abundan las oportunidades para hacer buenos negocios. Aunque en ocasiones los esfuerzos en tal sentido pueden incidir en la actitud de los interlocutores, sobre todo si se ven respaldados por medidas concretas, quienes están pensando en diversificar sus inversiones suelen prestar más atención a los hechos que a las palabras. Fue por eso que los empresarios interesados en lo que está ocurriendo en nuestro país que se reunieron con Cristina en Washington el viernes pasado dejaron saber que, si bien sus afirmaciones les parecieron menos agresivas que las formuladas en otros foros en que se dedicó a atacar a Estados Unidos, no les resultaron del todo convincentes.

Como es habitual cuando se celebran tales encuentros, la presidenta les informó que a pesar de la reputación un tanto rocambolesca de todos sus gobiernos, incluyendo, desde luego, el actual, la Argentina es un "país serio" que está resuelto a cumplir sus obligaciones, de ahí la voluntad de los Kirchner de echar mano a las reservas del Banco Central para pagar algunas deudas pendientes y, para más señas, tiene preparado un canje que por fin le permitiría salir del default. Si bien puede considerarse positivo el cambio de rumbo drástico así supuesto, no es suficiente para eliminar las dudas planteadas por el avasallamiento de un Banco Central en teoría autónomo, por la arbitrariedad que es típica del "capitalismo de los amigos" practicada por el gobierno, por la ubicuidad de la corrupción y, huelga decirlo, por la falsificación sistemática de las estadísticas a partir de comienzos del 2007 que empezó con la subestimación de la tasa mensual de inflación para después distorsionar todos los demás índices, con el resultado de que nadie sabe muy bien cómo han evolucionado últimamente el producto bruto interno, el desempleo y la pobreza.

Desgraciadamente no sólo para el gobierno sino también para el país en su conjunto, tales datos influyen mucho más que la retórica presidencial en el estado de ánimo de los grandes inversores. Aun cuando éstos entiendan que, dadas las circunstancias, en términos generales la economía argentina es bastante sólida y por lo tanto podría brindarles oportunidades atractivas, también saben que un gobierno imprevisible y notoriamente rencoroso sería capaz de modificar radicalmente las reglas del juego en cualquier momento por motivos políticos coyunturales. Algunos empresarios importantes confían en su capacidad para manejarse en la situación turbulenta creada por los Kirchner, pero muchos han preferido no arriesgarse, razón por la que las inversiones, tanto las nacionales como las extranjeras, han caído en los últimos años, a diferencia de lo que ha sucedido en otros países "emergentes" que se han visto beneficiados por la idea de que, a partir de la crisis financiera que tantos estragos provocó en el mundo desarrollado, países como China, la India, Brasil y otros relativamente rezagados se han convertido en motores del crecimiento futuro. Bien manejada, la Argentina estaría entre los destinos favoritos de las inversiones de empresarios convencidos de que ha llegado la hora de los emergentes. No lo está porque pocos creen que haya logrado salir de la ya muy larga etapa populista que la ha mantenido postrada desde hace más de medio siglo.

Para que nuestro país se reinsertara plenamente en "el mundo" sería necesario restaurar el prestigio del Indec para que las estadísticas clave fueran confiables, combatir en serio la inflación en vez de tratar de negar su existencia y tomar medidas que sirvieran para garantizar la seguridad jurídica. Sin las reformas profundas que serían necesarias para que la Argentina dejara de ser tomada por un país en que virtualmente cualquier cosa puede ocurrir, todos los esfuerzos de la presidenta y otros voceros gubernamentales por convencer al empresariado internacional de que le convendría agregarla a su lista de motores del crecimiento futuro resultarán vanos. Cuando Cristina está en Estados Unidos, parece entender muy bien que es así; de regreso en el país, empero, suele asumir posturas muy distintas que sólo sirven para sembrar dudas entre los inversores en potencia.

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