sábado, 24 de abril de 2010
DISCRIMINACIÓN
Mientras a los familiares de la querella se les recibía con alfombra roja, a la parte acusada se le negaba el acceso. La humillación tenía que ser total. Al enemigo ni un vaso de agua, fue el lema dominante en esa jornada donde la justicia se transformó en venganza.
Por María Cecilia Pando
El 15 de abril viajé a la ciudad de Rosario para acompañar a la familia del teniente Juan Daniel Amelong durante la sentencia por delitos de lesa humanidad, supuestamente cometidos cuando tal categorización ni siquiera existía en el derecho penal argentino. Cabe destacar que mi nombre, como muchos otros, figuraba en el listado presentado por el acusado para poder ingresar a la sala. En esos momentos terribles, Juan Daniel quería contar con la presencia de sus seres queridos. Su corazón anhelaba una mirada amigable en medio de tanto odio.
Pero el Secretario de Algunos Derechos Humanos no estaba dispuesto a aceptar que los derechos humanos se respetaran en la persona de sus enemigos. Luis Duhalde quería asegurarse de que el tribunal popular revolucionario pudiera bailar su danza de venganza sin contratiempos. Por eso los familiares y amigos de Juan Daniel no pudieron ingresar a la sala. Mientras a los familiares de la querella se les recibía con alfombra roja, a la parte acusada se le negaba el acceso. La humillación tenía que ser total. Al enemigo ni un vaso de agua, fue el lema dominante en esa jornada donde la justicia se transformó en venganza.
Entre los discriminados se encontraba la madre del Juan Daniel, que revivió en su corazón el sufrimiento padecido hace casi 35 años. El 04/06/1975 un comando montonero había terminado con la vida de su esposo, ejecutado por el terrible crimen de trabajar como gerente en la empresa ACINDAR. Diez hijos, entre ellos el ahora condenado, perdieron a su padre en la terrible guerra que dividió a los argentinos en los 70.
Su madre primero vio morir a su esposo y ahora le toca ver como familiares y amigos de los asesinos de su marido hoy acusen a su hijo por otros hechos de violencia vividos en el mismo conflicto armado.
Tanto dolor, tanto odio. Quiera Dios iluminar al pueblo argentino para que algún día podamos superar las heridas del pasado y que el recuerdo de los muertos y desaparecidos en ambas trincheras constituya el punto de encuentro para que Nunca Más se repitan los horrores de nuestra historia reciente. Pero para ello se necesita el surgimiento de líderes que tengan el coraje de conducir el país hacia la concordia. Y a pesar de tanta oscuridad yo sigo esperando con optimismo que llegue el amanecer.
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