domingo, 11 de abril de 2010

MANIOBRA


No es una locura; es una maniobra



Por Vicente Massot y Agustín Monteverde



Por alguna razón, de esas que son difíciles de explicar como consecuencia, quizá, de que su base no es enteramente racional, el gobierno insiste en ver una realidad distinta a la que, a diario, percibe el resto de los argentinos.



Poco importa cuántas evidencias y de qué calibre se amontonen en su contra y cuántas mediciones contradigan de manera flagrante los índices manejados a su antojo por Guillermo Moreno, lo cierto es que la versión ya canónica de la Casa Rosada es siempre la misma: no hay un proceso inflacionario serio ni nada que se le parezca.



Inclusive, en su empecinamiento o su convicción -puede ser lo uno o lo otro-, ni siquiera parece el kirchnerismo dispuesto a prestarle atención a la magnitud de los reclamos sindicales.



Si de todos los rincones del país los gremios claman por aumentos que exceden, claramente, el 20 %, una de dos: o se han pasado de vueltas y desean que estalle por el aire el país, o tienen razón y entonces los números que manejan se corresponden con los estudios macroeconómicos y se llevan mal con los del INDEC.



Ahora bien, salvo que creamos en la locura del matrimonio gobernante, en cuyo caso la respuesta al interrogante con el cual abrimos este Informe sería fácil de resolver -contradicen la realidad porque no están en sus cabales-, la única otra aproximación al tema requiere dar una vuelta por la estrategia del santacruceño y de su mujer y ponerla en claro, hasta donde sea ello posible. Dicho en forma diferente: si no están fuera de este mundo y no son un par de enajenados, lo más probable es que no haya una voluntad explícita de tapar el cielo con un harnero, sino una maniobra de distracción.



No sería, así, la cruzada de dos lunáticos contra la evidencia de los precios que suben; sería, en cambio, la táctica puesta en marcha para salvar, como se pueda, un trance peligroso. Para lo cual lo primero es no reconocer la inflación porque, si lo hiciesen, representaría, según ellos, un sincericidio.



Salvando las distancias podría compararse con provecho esta interpretación con la que enarbolaron, desde la madrugada del 29 de junio pasado, las usinas oficiales respecto de los resultados de los comicios legislativos que acababan de substanciarse: el Frente para la Victoria no había perdido y representaba uno de los tres tercios en los que había quedado distribuida la Argentina en términos electorales.



Cualquier teoría era buena para los Kirchner a los efectos de no reconocer el revés sufrido en las urnas.



En caso de reconocerlo, pensaban, la sociedad civil les perdería el respeto y el peronismo les saltaría a la yugular. Claro que eran conscientes de la paliza recibida, pero prefirieron mantenerse en la estrategia del marido pescado por su mujer in fraganti: esta es mi versión y no la cambio.



Con la inflación pasa algo similar.



Seria ridículo suponer que los Kirchner creen a pie juntillas en los anuncios mensuales del INDEC o que no extraen las mismas conclusiones que cualquier mortal de las reivindicaciones que, con Hugo Moyano a la cabeza, han hecho los distintos líderes sindicales, sean o no peronistas y formen filas junto al gobierno o se hallen estacionados ideológicamente en sus antípodas.



El tema lo tienen en claro. Sólo consideran que, por una elemental razón de concesión política y de gobernabilidad, aceptar la inflación públicamente sería como pisar, a propósito, el rastrillo abandonado en medio del jardín.



A semejanzas del aprendiz de brujo, Néstor Kirchner ha resuelto aprovechar en su beneficio la inflación.



Es decir, está dispuesto a jugar con fuego por considerar que el riesgo de fracasar en la maniobra ensayada es menor a las consecuencias que se seguirían si optase por implementar un plan de ajuste más o menos ortodoxo.



La lógica del santacruceño resultaría esta: la inflación existe y no es la que indica el organismo de medición oficial.



Frente al fenómeno se pueden tomar dos caminos alternativos.



O se le dice a la gente la verdad y entonces hay que ajustar o se trata de disfrazar la realidad y el plan puesto a funcionar apunta a manejar la inflación y que sea a través de ésta que se genere automáticamente el ajuste fiscal.



En teoría y por algún tiempo el proyecto oficial podría funcionar. Sólo que nos hallamos en la Argentina donde está probado hasta el hartazgo que con la inflación es imposible especular.



La idea de que aquélla admite ser dosificada y eventualmente podría obrar de manera beneficiosa para el oficialismo de turno, resulta disparatada. Pero los Kirchner piensan que ellos tendrán éxito en el terreno donde todos los anteriores que lo intentaron salieron mal parados.



En atención a todo lo expuesto resulta conveniente aclarar que el fracaso de la estrategia kirchnerista difícilmente conduzca a la Argentina a una nueva hiperinflación.



El desafío no es ajuste o descontrol generalizado de los precios, como pudo serlo sobre fines de la administració n presidida por Raúl Alfonsín.



Aquí de lo que se trata es de calibrar hasta dónde se puede convivir con una inflación de entre 25 % y 30 % anual -una de las más altas del mundo- sin que sus efectos se hagan sentir de tal manera en el grueso de la población, que ello obligue al gobierno a cambiar de plan en la mitad del río o lo condene a sufrir en las urnas un rechazo que deje al santacruceño fuera de competencia.



El objetivo de mínima del matrimonio K es retener una cuota de poder después del 2011 capaz de convertir a Néstor sino en jefe de la oposición, en uno de los principales referentes políticos opuestos al gobierno que asuma.



Kirchner puede imaginarse perdiendo en una segunda vuelta -si acaso lograse llegar a esa instancia- pero le resulta inimaginable tener que seguir el camino de Carlos Menem, cuyo poder se evaporó de un día para el otro.



Las variables que podrían situarlo a la cabeza del PJ en las elecciones del año próximo, en buena medida no dependen de su voluntad.



Reutemann sigue jugando a las escondidas y De Narváez espera un fallo que tardará en llegar.



Si ninguno de los dos fuese de la partida, el patagónico debería lidiar en la interna correspondiente con Eduardo Duhalde. Contra aquéllos difícilmente podría hoy ganar.



A este último actualmente, en cambio, lo vencería.



Pero no hay proyecto 2011 posible para los Kirchner, al margen de los avatares específicamente políticos, de las decisiones del ex-corredor santafesino y de los ministros de la Suprema Corte, si la inflación devorase el salario de la gente.



La condición necesaria de su candidatura depende del plafond económico.



Si los precios subiesen por el ascensor y los salarios por la escalera a Kirchner le ganaría cualquiera.




http://saleconfritas.blogdiario.com/1271002433/

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