jueves, 15 de abril de 2010

LA IGUALDAD SOCIAL



-La igualdad social
Por Carlos Berro Madero

www.notiar.com.ar


“Si se abandonaran los sueños utópicos y se comprendiera que una democracia pura y una sociedad literalmente igualitaria son imposibles, se podría comenzar a examinar con criterio constructivo cuál es el tipo de vínculo entre democracia y oligarquía que produciría el mayor bien posible para el mayor número de personas.”
- William H. Mallock

Un avance constante hacia la igualdad no significa en modo alguno un avance absoluto, por cuanto el deseo de “desigualdad” en lo que respecta a riqueza, poder, fama u otras satisfacciones, ES EL MOTOR ESPONTÁNEO Y NATURAL DE LOS ESFUERZOS HUMANOS.

Al mismo tiempo, existe una desigualdad genética en la naturaleza del hombre, que hace imposible proveer para todos en igual medida. Solamente puede aspirarse a lograr una “igualdad de oportunidades” que vele al mismo tiempo sobre los desprotegidos de cualquier tipo, de manera que éstos no queden librados a la suerte de su esencial “capacidad diferente”.

He aquí el dilema a ser resuelto por la democracia.

Ésta, sin embargo, ha expandido el poder de los gobiernos centrales a través de manipulaciones pergeñadas por minorías ideológicas, que invocando la “voluntad del pueblo” resultan, a la postre, totalmente impermeables a las aspiraciones de quienes los eligen para estos fines de orden y movilidad social. Su tarea parecería consistir únicamente en desposeer a algunos para dar a otros elegidos arbitrariamente.

La manifiesta incapacidad para tener éxito en esta materia de los gobiernos que se autodenominan “populares” -que en su gran mayoría “declaman” al respecto-, ha probado que los mismos no consiguen proporcionar la clase de conducción moral necesaria para resolver los intereses que se concentran en estas cuestiones.

Las circunstancias son más bien aprovechadas por ellos para crear un sistema de dependencia formal de los ciudadanos con el poder de turno.

Dice Robert Moss respecto de los límites del poder: “El concepto de gobierno limitado depende primordialmente del conocimiento de la fragilidad de la raza humana, y la existencia de leyes universales que trascienden a las dictadas por los legisladores. La desigualdad estructural es una de ellas”.

Por otro lado, “una sociedad que anteponga la igualdad a la libertad –en el sentido de los resultados-, acabará sin la una ni la otra. El uso de la fuerza para lograr dicha igualdad, destruirá la libertad; y la fuerza, aún introducida con buenas intenciones, acabará en manos de personas que la emplearán en pro de sus propios intereses”, abunda al respecto Milton Friedman.

Por lo tanto debería aceptarse que es la sociedad en su conjunto quien debe encontrar los mecanismos que permitan lograr la protección de dichas “diferencias”, evitando que la carga recaiga solamente en el gobierno, ya que éste generalmente usa su intervención “niveladora” para apoderarse de la conciencia de aquellos a quienes atiende en un acto de supuesta merced.

Esto ocurre siempre hasta que terminan desalojados del poder –muchas veces en forma violenta-, en cuanto los límites aceptables de su acción en esta materia, se convierten rápidamente en despotismo y sometimiento ideológico.

El no comprender este problema en su verdadera dimensión, ha arrastrado a la sociedad contemporánea a conflictos respecto de teorías sobre “el qué y el cómo”, que no han conseguido terminar con las injusticias cometidas en nombre de lo que podríamos denominar genéricamente “para cada quien, de acuerdo con su capacidad”.

Lo que se ha conseguido a través de este fracaso es que “lo que termina resultando más grato para los perdedores en el juego de la vida, es el deseo de provocar la humillación de todos los que son mejores o más fuertes que la multitud” (Von Mises). Y ese sentimiento de revancha es el que auspicia como consecuencia las malas revoluciones; aquellas que se fomentan mediante el engaño de los ciudadanos a quienes se les ofrece la consagración de nuevos grupos “salvadores” –siempre minoritarios-, que, una vez encaramados en el poder, vuelven a comportarse con la misma hipocresía que antes condenaron.

La desigualdad es un problema esencialmente biológico. Todos nacemos distintos y tenemos por tanto aspiraciones diversas. La inteligencia y la capacidad -aunque dependan en alguna medida de factores sociales de integración-, responden en mayor medida a constituciones humanas estructuralmente diferentes.

La filosofía política no tiene modo de cambiar esta evidencia de la naturaleza. Solo puede -y debe-, propiciar el máximo esfuerzo para equilibrarla con criterio y sin demagogia, teniendo en cuenta que es una sociedad democrática libre la que mejor desata las energías y capacidades de las personas.

Finalmente, cabe asegurar que es el fortalecimiento del equilibrio de las instituciones, lo único que puede impedir el advenimiento de regímenes mesiánicos que, bajo el pretexto de tutelar el principio “sagrado” de la igualdad, terminan convirtiéndose indefectiblemente en dictaduras.

carlosberro@arnet.com.ar

No hay comentarios: