lunes, 14 de enero de 2008

SOBERBIA O CRISTINITIS

La soberbia mata
“Aramos”, dijo el mosquito. “Ahora vamos por Ingrid Betancourt”, dijo Cristina Kirchner. Luego, desde el mismo atril y pedestal y con la misma jactancia que su marido, criticó a la prensa que había criticado el fracaso de la gestión humanitaria del 31 de diciembre (extraña inversión de roles de quienes creen que gobernar es “construir el relato”), citando con ironía párrafo por párrafo a algunos medios que el fin de semana anterior se habrían apresurado en su juicio
Por Jorge Fontevecchia

Cristinitis. Tras la liberación de las rehenes de las FARC, levantó el dedo acusador contra la prensa.
“Más reinos derribó la soberbia que la espada; más príncipes se perdieron por sí mismos que por otros.”
“Aramos”, dijo el mosquito. “Ahora vamos por Ingrid Betancourt”, dijo Cristina Kirchner. Luego, desde el mismo atril y pedestal y con la misma jactancia que su marido, criticó a la prensa que había criticado el fracaso de la gestión humanitaria del 31 de diciembre (extraña inversión de roles de quienes creen que gobernar es “construir el relato”), citando con ironía párrafo por párrafo a algunos medios que el fin de semana anterior se habrían apresurado en su juicio. El sábado pasado, desde esta misma contratapa PERFIL no sólo no festejó ese fracaso sino que tomó distancia de quienes lo festejaban. Desde esa misma posición, criticará ahora a quienes se vanaglorian de la liberación de Clara Rojas y Consuelo González, comenzando por la Presidenta. La megalomanía y la paranoia son primas hermanas. Sentirse tan importante lleva a considerar que todo lo bueno que sucede es el resultado de los propios méritos (la liberación de las rehenes de las FARC) y todo lo malo obedece la premeditación de los adversarios (la valija de Antonini Wilson). La soberbia –es para Santo Tomás de Aquino, “un apetito desordenado de sí mismo”–, y para la teología cristiana, es la principal de las faltas: Dios expulsó al hombre del paraíso por creerse con poder y autoridad para desafiarlo. En la vida real se manifiesta en aquellos que, en su propia exaltación, rehúsan acatar las leyes de cualquier tipo: del sentido común, de la ciencia, del orden jurídico, de la naturaleza. Las normas son para los demás, ellos están por arriba de los demás. Esa complacencia sin límites de sí mismo desemboca irremediablemente en la muerte, real o figurada, de la persona, del proyecto, del patrimonio, del capital intelectual, del reconocimiento, del prestigio o del cariño de los demás. Ser presuntuoso, confiar demasiado en las propias aptitudes, creer que nadie podrá hacerlo mejor, sentirse superior en todo, elevándose exageradamente sobre los propios méritos, conduce a la altanería. El matrimonio Kirchner padece de pertinacia, palabra que define la adherencia al propio juicio de manera terca y persistente. Y contagia esa dolencia a varios de sus colaboradores más estrechos. Sólo así puede explicarse que los 50 mil apagones que se produjeron por la crisis energética merecieran por parte del jefe de Gabinete, Alberto Fernández, el siguiente comentario: “Somos rehenes de nuestro propio éxito”, entendiendo al éxito como el crecimiento económico que aumenta el consumo de electricidad. Bien dice el refrán: “La soberbia no es grandeza, sino hinchazón”. Es de débiles la soberbia. A diferencia del orgullo, que en dosis normales es el resultado de la valoración de lo que se es, la soberbia incluye el menosprecio de los demás. Y al dificultar la armonía y la coexistencia, es el peor de los atributos para un político, especialmente si es democrático. El soberbio es despreciativo y desdeñoso porque arroja sus capacidades sobre la cara del otro. El soberbio se siente un súper hombre (o súper mujer); la palabra era, en su origen, superbia. Generalmente, se trata de personas inteligentes, pero no sabias. Como son débiles, a ellos las críticas les resultan agravios que merecen ser devueltos con maltratos; de allí la pésima relación con la prensa del matrimonio Kirchner. Los soberbios son intolerantes con la frustración, y sufren las derrotas más que nadie. Tampoco tienen capacidad de reírse de sí mismos; por eso es que todos los tiranos –los Kirchner no lo son, por lo que deberían reflexionar sobre esto– prohíben el humor basado en ellos. Chávez, gracias a la herencia de la alegría tropical, parece estar dotado de sentido del humor, lo que seguramente lo debe hacer más resistente a los golpes. La soberbia no reconoce errores. Genera ceguera ante los desaciertos propios e impide ver el aprendizaje del acierto ajeno. Mientras la humildad templa, la soberbia congela. Donde haya soberbia, más tarde o más temprano habrá ignorancia, aunque al principio se disfrace de coherencia. En política, la soberbia es la madre de todas las derrotas. Y cuando el soberbio cae, hace mucho ruido porque, como decía Quevedo: “La soberbia nunca baja de donde sube, porque siempre cae de donde subió”. El Gobierno parece confundir soberbia con soberanía.

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